I. La tumba apostólica de Santiago el Mayor: origen de la peregrinación a Compostela - Alfa y Omega

I. La tumba apostólica de Santiago el Mayor: origen de la peregrinación a Compostela

CEE
Representación de la Traslatio de Santiago. Tabla del retablo de la iglesia de Santa María in via (siglo XV). Camerino (Italia)

El culto sepulcral a Santiago el Mayor atestiguado en los Martirologios de Floro y de Adán (840-860), de Lyon, los cuales suponían un locus Apostolicus, las noticias de Dídimo el Ciego de Alejandría (310-398), san Jerónimo (348-420), Teodoreto (393-457), san Hilario de Poitiers (310-368), san Efrén (+373) y Eusebio de Cesarea (+339), de las que se hace eco el Breviarium Apostolorum (siglo VI-VII) y el De ortu et obitu Patrum[1], son hitos de una tradición, generalizada tanto en Occidente como en Oriente, de la existencia de un culto al primer Apóstol mártir en el noroeste hispánico. Este convencimiento en el marco de uno de los siglos más oscuros de nuestra historia, el siglo VIII, es testimoniado, entre otros, por el himno litúrgico O Dei Verbum, por san Beda, en Inglaterra[2], y por san Beato de Liébana en una de las obras que más influjo ejerció a lo largo de toda la Edad Media, el comentario al Apocalipsis[3].

Mientras, en el siglo VIII, se encendía en Oriente la polémica iconoclasta, en Occidente el Concilio de Frankfurt se pronunciaba en contra del adopcionismo patrocinado por Elipando de Toledo, que corría el riesgo de reducir el cristianismo a una desvaída ideología sincretístico-cultural en connivencia con el Islam y la Sinagoga. Luego, en los umbrales del siglo IX, la Iglesia iba a vivir un período de grandes controversias teológicas, sobre todo en torno a la Eucaristía (Pascasio Radberto, Rábano Mauro, Gottschalck, Ratrammo) y a la predestinación (Incmaro, Juan Escoto, Prudencio de Troyes, Floro de Lyon). Se hacía sentir la necesidad —dentro y fuera de la marca hispánica— de la búsqueda y encuentro con las raíces apostólicas, única garantía de la traditio católica.

Es entonces, en la primera mitad del siglo IX, cuando el obispo de Iria Flavia, Teodomiro (+847), redescubre, cual nueva inventio, el cuerpo del Apóstol Santiago, en el lugar que posteriormente, en los siglos X-XI, comenzaría a denominarse Compostela. Teodomiro, cuya lauda e inscripción sepulcral revalidaron la fiabilidad histórica de las fuentes documentales medievales, no haría más que desencadenar e impulsar todo un proceso religioso-cultural latente en la memoria y testimonios anteriores, y encontrar los apoyos necesarios —episcopales, monásticos y reales— para el pacífico traslado de la sede episcopal desde Iria al locus apostólicus, a Compostela[4].

A raíz del descubrimiento y en torno a la tumba apostólica, que pronto se va a considerar como uno de los lugares más santos del orbe cristiano, se edifican las iglesias de Alfonso II y la de Alfonso III (siglo IX), que se reconstruirá bajo el pontificado de san Pedro de Mezonzo, a fines del siglo X, después de la invasión de Almanzor, y, finalmente, la actual basílica románica en los siglos XI y XII, iniciada por Diego Peláez y terminada por Diego Gelmírez. Y, con las iglesias, se origina el núcleo urbano como cofre que guardaba y defendía el mausoleo. En Arcis Marmoricis, Locus Sancti Iacobi —que, a partir del siglo XII, recibiría la denominación de Santiago de Compostela–, el sepulcro jacobeo da lugar a la ciudad hija de su culto, y se convierte en santuario de una de las tres grandes peregrinaciones medievales: la peregrinación a Santiago de Compostela.

Antiguo borne romano al que habría sido amarrada, según la tradición, la barca que llevaba el cuerpo del apóstol Santiago. Iglesia parroquial de Padrón

«Afluían muchedumbres de peregrinos de casi todas las partes de la tierra, en tanto número que, justamente, se puede comparar a las grandes masas de visitantes de los Santos Lugares de Palestina y de las basílicas de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo»[5].

Santiago deviene así meta privilegiada de peregrinación y punto final de convergencia de los caminos de la incipiente Europa y, al mismo tiempo, el peregrino jacobeo se va revelando, paulatinamente, desde los inicios del siglo IX, y especialmente en los siglos XI y XII, como la mejor de las imágenes del hombre y del creyente europeos. El Camino de Santiago surge como un camino de la conciencia cristiana hecho desde la fe y con fe. Mas allá de los fenómenos típicos de la segunda época feudal y de las mutaciones sociales y jurídicas, el camino hasta la tumba de Santiago expresa el profundo desarrollo de la religiosidad y piedad populares, en la cristiandad medieval, manteniendo siempre intactas las rectas concepciones cristológicas, superando las desviaciones de sesgo arriano, y acentuando la dimensión mariana, que alcanza su máximo esplendor con san Bernardo y san Francisco de Asís. Los que peregrinan a Compostela caminan a un lugar santo, que garantiza la recta expresión de la fe y piedad de la Iglesia. Peregrinar a Santiago se convierte en una forma especial de devoción cristiana con un significado y organización propios: se peregrina voluntariamente, con espíritu eminentemente penitencial, para cumplir un voto o pedir una gracia; o se peregrina obligatoriamente, en cumplimiento de una penitencia impuesta, o para expiar una pena; de forma privada o pública, individual o colectiva, vicaria o propia.

El significado profundo de la atracción de Santiago, su irradiación espiritual, salta a la vista con el solo elenco de algunos santos peregrinos: san Evermaro de Frigia (siglo IX), san Simeón de Armenia (X), san Teobaldo de Alemania (X), san Genadio de Astorga (X), san Guillermo de Vercelli (XI), san Pelayo de Arlanza (XI), san Adelmo (XI), san Juan de Ortega (XII), santa Paulina (XII), santa Matilde de Inglaterra y Alemania (XII), san Morando, santa Bona de Pisa, san Alberto, san Francisco de Asís (XIII), santo Domingo de Guzmán (XIII), san Amaro (XIII), san Franco de Siena (XIII), san Geroldo de Colonia (XIII), san Fernando Rey (XIII), Beato Raimundo Lulio (XIII), Beato Ángel de Gualdo, santa Brígida de Suecia (XIV), santa Isabel de Portugal (XIV), san Bernardino de Siena (XV), san Vicente Ferrer (XV), santos Juan de Dios y Toribio de Mogrovejo (XVI)…

Su significado eclesial queda patente en las gracias otorgadas por los Romanos Pontífices a la peregrinación a Santiago, especialmente la gracia del Jubileo del Año Santo —el Año de la Gran Perdonanza—, establecido definitivamente por la bula Regis Aeterni, de Alejandro III, en el año 1179.

Desde el primer peregrino del que tenemos constancia, Godescalco, obispo del Puy (951), hasta los siglos de oro de Compostela, los siglos XII y XIII, no dejará de crecer la peregrinación a Santiago; «es tan grande la multitud de peregrinos que van a Compostela y de los que vuelven, que apenas queda libre la calzada hacia Occidente»[6].

En la peregrinación, movida y alimentada sustancialmente por la experiencia religiosa, por la vivencia de la fe cristiana, intervendrán pronto y necesariamente factores socioeconómicos, culturales y políticos que contribuirán a crear esa obra de la historia cristiana —esa síntesis maravillosa de fe y amor, de civilización y de humanidad, de cultura y arte— que es el Camino de Santiago.

Juan Pablo II reza ante la tumba del Apóstol

La historia de la peregrinación y del Camino de Santiago, extraordinariamente sensible a la evolución de los grandes acontecimientos que marcan la historia de la Iglesia y del mundo, registrará luego, desde los siglos gloriosos del medievo clásico hasta nuestros días, vicisitudes diversas; pero ni en los momentos más críticos (Reforma Protestante; Revolución Francesa; las convulsiones hispánicas del siglo XIX) dejará de fluir el río de los peregrinos a Compostela, y en ningún momento dejará de estar presente el espíritu penitente y evangélico que les impulsa a venerar las reliquias apostólicas.

Para los católicos de España, la peregrinación a Santiago supondrá, además, acudir al lugar donde reposan los restos de aquel que les ha anunciado el Evangelio, les ha protegido en los momentos mas decisivos de su historia, especialmente en la gesta de la Reconquista, y a quien veneran como Padre y patrono de su fe y de su pueblo. Expresión secular de su devoción a Santiago será el Voto a Santiago, que ofrendarán sus reyes anualmente, en una tradición multisecular, ininterrumpida hasta el día de hoy.

La bula Deus Omnipotens, de Su Santidad León XIII, de 1884, que anuncia al mundo católico el descubrimiento de las Reliquias Santas ocultas desde finales del siglo XVI, y su autenticidad, señalará el comienzo de una nueva era de la peregrinación a Santiago de Compostela, coronada por la peregrinación de Su Santidad Juan Pablo II, con motivo de su primer viaje apostólico a España, el 9 de noviembre de 1982, Año Santo Compostelano.