El Ungido - Alfa y Omega

El Ungido

XII Domingo del tiempo ordinario

Aurelio García Macías
Foto: EFE/EPA/Ritchie B. Tong

El texto del Evangelio de Lucas, que se proclama en el domingo XII del tiempo ordinario, se enmarca hacia la mitad del ministerio público de Jesús. Este ya era bien conocido por sus paisanos; había suscitado sentimientos encontrados, adhesiones y rechazos entre quienes escuchaban su predicación y doctrina. Jesús es bien consciente de todo ello. Por eso precisamente, en un clima de oración y soledad –como indica el evangelista Lucas–, Jesús dirige una pregunta al grupo de sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

¿Quién soy para la gente?

Es una pregunta que Lucas pone en boca también del tetrarca Herodes, en unos versículos precedentes, para referirse a Jesús: «Quién es este de quien oigo semejantes cosas?» (Lc 9,9) y que ahora la plantea el mismo Jesús a los discípulos. Recoge la curiosidad popular existente y lógica en torno a la identidad de este nuevo personaje, Jesús, que había hecho entrada en la atmosfera social de aquel tiempo.

La pregunta no es comprometida para nadie. Se trata de referir a Jesús los comentarios que hay sobre Él entre la gente. Por eso, ellos (en plural, para referirse a los discípulos) le transmiten las diversas opiniones que corren entre el pueblo. Para algunos, tiene la categoría de Juan el Bautista, es decir, un profeta acreditado entre el pueblo. Aunque ya había sido asesinado por mandato del tetrarca Herodes, probablemente algunos lo seguían confundiendo con él, y otros pensaban que Juan había resucitado de entre los muertos. Otros lo asemejaban a Eliseo o alguno de los antiguos profetas, que habría vuelto a la vida, para continuar con sus palabras y gestos proféticos a favor del pueblo de Israel. La opinión popular, por tanto, era confusa y dispersa; no ayudaba a clarificar nítidamente la identidad del personaje.

«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

Tras conocer la opinión de la gente, Jesús dirige la misma pregunta al grupo de los discípulos oyentes: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». No es una pregunta general como la anterior, sino que la circunscribe al círculo de los presentes y, por tanto, se trata de una pregunta y respuesta más comprometida, porque implica y complica a los discípulos ante su Maestro.

Es Pedro el primero que responde con una afirmación que se convierte en una confesión de fe: «El Mesías de Dios». Pedro siempre es caracterizado como una persona vehemente e impulsiva; por eso, no es extraño que sea él el primero que responda a la comprometida pregunta del Maestro. Lo reconoce como el Ungido, el Mesías prometido por Dios y esperado por el pueblo de Israel. Su respuesta debió de callar a los demás, porque no sabemos qué pensaba el resto de los discípulos.

Y es en este contexto, cuando Jesús aprovecha para dirigir una nueva lección al grupo que le acompañaba. En primer lugar, sorprende la prohibición que les hace de manifestar su identidad mesiánica. Reconoce el acierto de la respuesta de Pedro, pero desea que permanezca como un secreto compartido entre ellos. ¿Por qué? Porque la verdad del Mesías no corresponde con lo que espera el pueblo. El Mesías tiene que «padecer, ser ejecutado y resucitar…»; un destino totalmente contrario a lo que había ideado el imaginario popular de entonces, que esperaba un Mesías en gloria y majestad, con poder absoluto y acciones extraordinarias. El camino del Mesías es la humildad; y este es el camino de todo discípulo suyo. Por eso, Jesús prosigue con esa magnífica enseñanza que es todo un programa de vida para el cristiano. «El que quiera venir en pos de mí…»; es decir, el seguimiento del Ungido, del Mesías tiene que ver con la humildad y no con la soberbia («negarse a sí mismo»), con la aceptación del sufrimiento no buscado («cargar con su cruz cada día») y con la constante fidelidad («y me siga»). Aparentemente son valores contrarios a la lógica humana; y, sin embargo, en la lógica evangélica son la condición para ganar y salvar la vida. Quien entrega su vida por Jesús, la gana; y quien quiere asegurar la vida pensando solo en sí mismo, la pierde. Esta es la gran lección de este pasaje evangélico.

¿Quién soy para ti, lector?

Finalmente, hay una pregunta que no aparece en el texto de Lucas, pero que se sobreentiende. Hay una lógica que va de lo más a lo menos, de lo más distante a lo más cercano; de lo más general a lo más comprometido. La pregunta más general de Jesús se refería a la totalidad de la gente; la segunda, más circunscrita, implicaba al grupo de los discípulos…; pero se presupone una tercera y más comprometida, que Jesús plantea a cada uno de sus seguidores: «Y tú… ¿quién dices tú que soy yo?».

Evangelio / Lucas 9, 18-24

Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos contestaron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Pedro respondió: «El Mesías de Dios». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Porque decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Entonces decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará».