Siento, luego existo (I) - Alfa y Omega

El manejo y el control de nuestras propias emociones debería ser enseñado desde que somos niños pues requiere de una larga práctica que conviene poner en marcha cuanto antes.

Cada persona experimenta a lo largo del día una serie de emociones agradables o desagradables en mayor o menor intensidad. Por eso se dice que cada persona es un mundo, porque cada persona experimenta distintas sensaciones según su carácter y temperamento, el ambiente que le rodea, las circunstancias vitales, la edad, etc.

Todos somos diferentes, pero todos probamos de ese mundo que deberíamos ser capaces de enseñar a dominar a nuestros descendientes.

Antes de poner en práctica la educación emocional de los hijos, es conveniente tener primero autocontrol, es decir, un manejo fluido de nuestros propios estados de ánimo. Es muy difícil educar y establecer un entorno de paz en el que los hijos se puedan autoconocer con confianza y seguridad, si no somos dueños de nuestras propias emociones. No solo no sabremos orientarlos en el saber vivir, sino que les crearemos unos complejos afectivos que les provocarán futuros problemas en su madurez.

El impacto emocional de los padres repercute de manera drástica en la formación de la personalidad de cada niño. No bastará con decirles, habrá que dar ejemplo. El hijo tiende a copiar lo que el progenitor hace, no lo que dice.

Por lo tanto, el primer paso para que nuestros hijos sean personas capaces de gobernar su capacidad emocional en la vida es, ante todo, que nos gobernemos primeramente a nosotros mismos.