Alejandro Fernández Barrajón, religioso mercedario: «Sin Dios no soy nada» - Alfa y Omega

Alejandro Fernández Barrajón, religioso mercedario: «Sin Dios no soy nada»

Alejandro Fernández Barrajón nació en Fuente el Fresno (Ciudad Real) hace 56 años. A los 10 años descubrió, contemplando la naturaleza y oyendo a un franciscano hablar de Dios, que quería ser sacerdote. Ha sido presidente de los religiosos españoles (CONFER). Un tumor en el cerebro lo puso a las puertas de la muerte, pero también lo puso en las manos de Dios y de los hermanos. La misión de su congregación, los mercedarios, es la liberación y redención

Javier Valiente

¿Hace falta seguir liberando a la gente hoy?
Fíjate como está el mundo: gente dependiente, esclava, infeliz, sin valores, perdida, oprimida… Es muy actual el carisma mercedario.

Cumplís 800 años de historia.
La historia siempre pesa, pero es una riqueza inmensa de santos, de mártires… Tenemos que actualizar el carisma, no podemos vivir de la historia, pero tenemos unas raíces muy fuertes.

Tenéis un cuarto voto: de redención.
Significa estar dispuestos a dar la vida si fuera necesario por un cristiano que está a punto de perder su fe. Yo conozco a misioneros nuestros en África que viven en situaciones de guerra, al lado de sus comunidades, y han estado al borde de la muerte.

¿Quién es Dios para ti?
Es un misterio apasionante. Creyendo en Dios uno descubre el sentido de todo. Cuando iba al quirófano, a vida o muerte, yo decía: «O Dios cerca de mí, o sin Él nada». Dios es tan grande, te agarras a Él como a un salvavidas, porque al final, ¿qué te queda? Uno ha hecho muchas cosas, pero todo eso no vale nada. O Dios, o nada.

¿Cómo hablas con Él?
Lo trato como a un amigo, le cuento mis cosas, mis problemas, le exijo a veces: «Señor, ¿por qué?». Discuto con Él a veces… Es una relación tan intensa, tan bonita, que sin Él no soy nada.

¿Y Él qué te responde?
Me dice que mi tiempo no es el suyo, que tengo que esperar: «Alejandro, sé paciente». Me cuesta aceptarlo.

Has pasado por una enfermedad grave. ¿Para qué sirve el dolor?
El dolor humaniza mucho cuando se vive con fe. Hay dolores inútiles: la injusticia, la violencia, el terrorismo… Eso hay que erradicarlo, no tiene sentido. El dolor cuando se vive como signo de unión a la redención de Jesús es purificador.

¿Qué has aprendido?
Me ha acercado mucho a Dios, me ha hecho comprender el dolor humano… El dolor no es una desgracia, es una gracia, desde esta perspectiva.

Ha sido una experiencia muy dura, pero en la enfermedad he aprendido mucho más que con todos los libros que he estudiado. Me preguntaba: «Señor, ¿por qué? ». Mi madre me decía [se le empañan los ojos]: «Hijo, esto es una prueba de amor, si la superas creces en la fe». ¡Qué lección!

En medio del sufrimiento, ¿se encuentra a Dios?
Dios se encuentra en todas partes si uno mira con ojos de fe. Nos cuesta verlo porque estamos cegados por egoísmos. No vemos cómo es, sino cómo queremos que sea.

¿Falta amor en nuestras vidas?
Es una asignatura pendiente, la asignatura de la ternura, de la que el Papa está hablando constantemente. Y no aprendemos. Nos cuesta decirnos «te quiero». Tenemos miedo a la ternura y es una fuente de crecimiento humano impresionante. Sin amor no somos nada.

¿Cómo ves la vida religiosa en nuestro país?
Creo que está en un momento de mucha crisis, de mucha vulnerabilidad, pero veo una capacidad grande de sanación profunda. Hay que volver a Dios, al amor primero que un día nos llamó, a lo fundante.

No se encuentran recetas para las vocaciones.
La clave es no buscar recetas. No valen; la clave está en vivir nuestra vida consagrada con autenticidad profunda. Lo que un joven quiere ver es un grupo de hermanos que se aman de verdad y que se toman en serio el Evangelio.

¿Eres feliz?
Tengo mis momentos duros, como todo el mundo, pero en el fondo del corazón soy inmensamente feliz. La vida es algo maravilloso. No había vivido la vida con tanta pasión como ahora.