Monseñor Carlos Escribano: «Comprender a Dios es difícil incluso para un obispo» - Alfa y Omega

Monseñor Carlos Escribano: «Comprender a Dios es difícil incluso para un obispo»

Carlos Escribano encontró su vocación a los 25 años, tras entrar en contacto con la obra de la Madre Teresa de Calcuta. Ya había acabado Empresariales y llevaba tiempo trabajando. Nació hace 52 años en Carballo (A Coruña), aunque pasó su infancia y juventud en Huesca, y se formó entre Pamplona, Roma y Zaragoza. En esta diócesis fue párroco, vicario diocesano y delegado de Familia, entre otros cargos. Es consiliario de Manos Unidas y de Acción Católica, forma parte de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la CEE y este sábado toma posesión de la diócesis riojana tras seis años como obispo de Teruel

José Antonio Méndez
Foto: José Antonio Méndez

Al dar a conocer su nombramiento, se le veía como con cierto desgarro…
Tiene razón. Me conozco y eso me pasa cuando se rompe una relación personal. Porque como obispo quieres a la gente a la que sirves. Pero también sé que cuando llegue a Logroño, si Dios me da la Gracia, intentaré actuar del mismo modo, me volveré a implicar, me ilusionaré y trabajaré a gusto.

En seis años, ¿se aprende a ser obispo?
No lo sé. Pero sí sé que una de las claves es dejarte sorprender por Dios e intentar comprenderle. Comprender a Dios no es sencillo, es difícil incluso para un obispo. Por eso creo que una de las claves de la vida, también en el episcopado, es estar en búsqueda, porque Dios va construyendo tu historia. Es una cuestión de buscar a Dios y encontrar tu sitio en el servicio a la Iglesia. Tienes que tener muy claro qué te pide Dios, porque incluso en la Conferencia Episcopal hay cosas que son importantes y propias de la vida cristiana, y otras que lo son menos.

¿Por ejemplo?
Que la vocación al episcopado es una vocación de seguimiento a Cristo, y las demás tareas que te encomiendan son elementos que Dios utiliza para que le sigas radicalmente, nada más. Eso hace que tengas libertad interior y estés siempre a disposición de la Iglesia, porque a lo que aspiras es a encontrarte con Él en la vida eterna. Lo demás es secundario. Pero claro, eso es algo que tienes que aprender, y a veces Dios es un pedagogo exigente y enormemente complejo.

Es decir, que también los obispos pasan momentos duros…
Hay momentos de turbación y otros en los que estás tentado de pensar: «Esto del episcopado es un rollo tremendo, un tostón». Pero cuando buscas a Dios, dices: «No, esto es lo que Dios quiere para mí, y a través de mí quiere actuar, o al menos, que yo no sea excesivo obstáculo al servir a la gente». Esa relación con Dios te hace vivir con gran libertad interior, y con alegría incluso en situaciones de dificultad que nunca faltan en la vida de un obispo.

¿Cuáles son los retos pastorales que cree más urgentes?
Hablo por mi experiencia en Teruel, donde hicimos un plan diocesano en el que salieron cuatro grandes ámbitos, que pueden ser comunes a otros lugares. Uno es el primer anuncio, porque una de las grandes dificultades que tenemos en un contexto secularizado (y en las provincias de interior la secularización es galopante) es que nos cuesta mucho el primer diálogo para empezar a anunciar la fe. Un segundo elemento es cómo acompañar a los jóvenes con un nuevo modo de organizarse y entender la pastoral. El tercero es la familia. Y por último, hacer que nuestra gente se sienta reforzada en la tarea de anunciar el Evangelio. A veces el ánimo de los agentes misioneros decae, y tenemos que removernos para sentirnos evangelizadores, con valor y ganas.

¿Cómo puede un obispo animar ese compromiso entre los laicos?
No tengo el secreto, si no escribiría un libro y me retiraría. Pero en Zaragoza estuve en el Movimiento Familiar Cristiano, que tiene mucha fuerza, y una de las cosas que aprendí es que, dejándoles espacio, los seglares tienen una capacidad de iniciativa e innovación evangelizadora impresionante. Hay que dejarles espacio y confiar enormemente en ellos. Claro, eso exige mucho diálogo, mucho acompañamiento constante, y hacerles descubrir que las cosas tienen un sentido último. Los laicos, como los jóvenes, desgastan mucho, porque te tienes que acomodar a su horario: hay que respetar el ritmo de las familias, tienes que saber que cuando tienen hijos pequeños los horarios son distintos que cuando son mayores… Estas cosas exigen gran sacrificio, pero al final da mucha satisfacción ver cómo la gente madura, crece y se introduce en el anuncio del Evangelio.

Es consiliario de Manos Unidas, que nació de un grupo de mujeres y tiene mayoritaria presencia femenina. ¿La Iglesia discrimina a la mujer?
Habrá quien lo lea así al no poder ordenarse sacerdotes. Pero eso depende de la concepción teológica del sacerdocio. El ministerio hay que vivirlo como un servicio, como una entrega, y muchas mujeres y muchos hombres ya se están entregando por la realidad de su propio Bautismo. En muchos lugares de España, las parroquias las llevan las mujeres: son las que dan catequesis, sirven, acompañan, anuncian… Son el gran cuerpo que mantiene a la Iglesia. El sacerdocio no es una lucha de poder. Es verdad que hay veces en que el cura ejerce su ministerio de manera caciquil, y se da esa discriminación, pero entonces afecta las señoras y a los señores.