Las 7 claves del Magisterio de la Iglesia sobre el derecho al voto - Alfa y Omega

Algunas reflexiones a propósito de la nueva convocatoria electoral

Como ya hicimos para las Elecciones Generales del 20 de diciembre, volvemos a exponer una serie de reflexiones ante esta situación inédita: una nueva convocatoria electoral, tras la imposibilidad de que con la anterior se lograra la investidura de un Presidente que hubiera podido formar Gobierno.

1. Oración

Recordamos el deber de rezar por las autoridades (San Pablo, 1 Tm 2, 2 y nº 2240 del Catecismo). Habremos de orar con mayor intensidad aún para pedir que el Señor nos ilumine para elegirlas bien.

2. Deber de votar

El Catecismo, al referirse al Cuarto Mandamiento y a los deberes ciudadanos (nº 2240), nos ilumina sobre el deber de votar que tenemos los cristianos, como una forma de participación en la construcción de la comunidad política. Nuestro Arzobispo, D. Braulio, nos lo recordaba así en su Carta de 5 de junio de 2016, publicada en el Semanario Padre Nuestro: «(…) conviene leer, reflexionar y siempre votar a pesar de la dificultad que supone hacerlo por la manera de presentarse los partidos (…)».

3. ¿De qué se trata?

La Conferencia Episcopal, en Nota ante las Elecciones de 2004, decía lo siguiente: «Se trata de algo tan importante como encomendar el buen gobierno del país a legisladores y gobernantes que habrán de organizar y promover el bien común». En definitiva, se trata, por lo pronto, de elegir un buen gobierno estable, el mejor posible. Y habrá que tener en cuenta, como premisa, los resultados de las Elecciones de diciembre, y cómo se han conducido los diferentes grupos políticos desde entonces.

4. Criterios desde el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

Puede ayudar a la reflexión tomar en consideración alguno de los criterios que se exponen a continuación, desde el respeto al carácter personalísimo que tiene la decisión que conlleva cada voto. En primer lugar, «Es necesario efectuar una opción coherente con los valores, teniendo en cuenta las circunstancias reales. En cualquier caso, toda elección debe siempre enraizarse en la caridad y tender a la búsqueda del bien común.

Las instancias de la fe cristiana difícilmente se pueden encontrar en una única posición política: pretender que un partido o una formación política correspondan completamente a las exigencias de la fe y de la vida cristiana genera equívocos peligrosos. El cristiano no puede encontrar un partido político que responda plenamente a las exigencias éticas que nacen de la fe y de la pertenencia a la Iglesia: su adhesión a una formación política no será nunca ideológica, sino siempre crítica, a fin de que el partido y su proyecto político resulten estimulados a realizar formas cada vez más atentas a lograr el bien común, incluido el fin espiritual del hombre» (nº 573 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia).

En segundo lugar, el comienzo del nº 568 del Compendio indica lo siguiente: «El fiel laico está llamado a identificar, en las situaciones políticas concretas, las acciones realmente posibles para poner en práctica los principios y los valores morales propios de la vida social». Y en las Orientaciones citadas de la CEE se decía: «Aunque ninguna de las ofertas políticas sea tampoco plenamente conforme con el ideal evangélico, ni siquiera con el ideal racional de un orden social cabalmente justo, sin embargo, unas lo son más y otras lo son menos. Es necesario hacer un esfuerzo y optar por el bien posible». Asimismo, el Compendio, en su nº 570, ofrece una guía de discernimiento, referida al criterio de procurar limitar los daños y disminuir los efectos negativos, cuando no sea posible evitar la puesta en práctica de ciertos programas políticos o impedir o derogar ciertas leyes.

A este respecto nuestro arzobispo, en la carta citada, nos ofrece una serie de orientaciones que, desde el respeto a la madurez de cada votante, podrían iluminar la decisión, invitándonos especialmente a valorar «(…) si se defiende el derecho inviolable de la vida, o la libertad religiosa y de enseñanza; (…) si se defiende la familia natural (…) frente a la ideología de género; otro tanto se diga del compromiso de la caridad que apoya la solidaridad con los más empobrecidos. (…) qué partidos favorecen más a la sociedad civil (…) qué partidos sitúan al ser humano en el centro de la vida social y económica». Y critica fuertemente el «grado insoportable de dialéctica», que «recuerda el dolor de las viejas heridas que creíamos en parte superadas». Por ello afirma que «la Constitución de 1978 sigue siendo una referencia para evitar muchas cosas». Y concluye pronunciándose sobre la correcta comprensión de lo público: «Lo público no puede identificarse con el Estado, de modo que los políticos lo sean todo. Eso es peligroso». Respecto de todos estos criterios, contamos con información suficiente acerca de los planteamientos y actuaciones de los distintos líderes y grupos políticos, para ponderarlos y discernir nuestro voto.

5. Juicio prudencial e imaginación electoral

La Doctrina Social de la Iglesia no es un recetario con soluciones a medida, por lo que exige que realicemos juicios prudenciales aplicados a las situaciones particulares. En este caso, al voto para las elecciones inmediatas: «La prudencia capacita para tomar decisiones coherentes, con realismo y sentido de responsabilidad respecto a las consecuencias de las propias acciones». A este respecto nos orienta el Compendio en los números 547 y 548.

Y para esa previsión de las consecuencias, constituye un apoyo fundamental el ejercicio de la imaginación, a la vista de nuestro conocimiento de las trayectorias de los diferentes líderes y opciones políticas. Como indicaba lúcidamente D. Julián Marías ante las primeras elecciones democráticas: «Yo pediría a los electores una sola cosa: que usen la imaginación. Que se molesten durante un par de horas –tal vez baste con unos minutos– en imaginar qué puede pasar con su voto. Que anticipen primero, si su opción puede ganar las elecciones, si el grupo inicialmente escogido por ellos puede gobernar. Si es así, que se representen su gestión durante un año o dos, e imaginen cómo estaría España al cabo de ese tiempo; si esa anticipación les parece atrayente, deben confirmar su primitiva intención de voto; si les produce temor, desconfianza, antipatía o repulsión, más vale que sigan pensando».

6. La decisión en conciencia

En último término y de acuerdo a la formación personal, la visión de las circunstancias y, en su caso, alguno de los criterios indicados, cada uno, en el recinto sagrado de su conciencia, tomará la decisión personalísima de votar a quien considere. En resumen: el ejercicio del derecho al voto es un ejercicio de discernimiento a título personal, consecuencia directa de la libertad y responsabilidad del ser humano; aunque, al mismo tiempo, los creyentes debemos darnos luz mutuamente.

7. Y ¿después?

Nuestra participación como cristianos en la política no se puede limitar a ejercer el voto cada cuatro años y asistir pasivamente al espectáculo de las tertulias televisivas. Benedicto XVI hacía, durante su papado, un llamamiento para que surja una nueva generación de católicos que «se comprometan en la política sin complejos de inferioridad».

Y el Papa Francisco exhortaba a los jóvenes en Río de Janeiro diciéndoles: «¡No se metan en la cola de la historia!», «no dejen que otros sean protagonistas del cambio». No en vano, como él mismo señala, «la política tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común» (EG, 205). Porque, como decíamos al inicio, el voto es una forma muy importante de ejercer ese deber de participación del cristiano, pero ni mucho menos es la única. Así nos lo decía claramente San Juan Pablo II: «Todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política, si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades».