Entremeses: La luminosa mirada de Cervantes - Alfa y Omega

«La obra de Cervantes nos muestra una humanidad muy compleja, y llena de hechos heroicos, de bondad, y también engaños, trapacerías y bellaquerías, de cosas lamentables; pero hay siempre una mirada hacia lo alto». Esa luminosa «mirada hacia lo alto» de la que habla el filósofo Julián Marías, impregna en efecto, toda su obra. La mirada de quien contempla con compasión, con tolerancia, con serena paciencia los defectos y vicios de los otros. No cabe en él odio, ni frustración desesperanzada (en él, que fracasó en casi todo), sino amor a la verdad, apertura de miras, autenticidad y coherencia.

Foto: Andrés de Gabriel

Y esa mirada luminosa se aprecia con especial intensidad en estos Entremeses en los que se acerca a las miserias que denuncia (los celos, la lujuria, la codicia, la avaricia, la necedad) con una profunda humanidad, sin hacer escarnio de sus personajes y con un sentido del humor claro y noble.

A veces la figura de Cervantes ha quedado ensombrecida por la de Don Quijote (Unamuno llegó a decir que el personaje era más real que su autor) pero el propio Cervantes se basta para reivindicarse en pequeñas obras maestras como éstas, perfectas en su aparente sencillez, llenas de luz y de gracia. Ofrecidas a los lectores y al público calladamente, sin alharacas, como cosa de poca importancia.

Foto: Andrés de Gabriel

Y creo sinceramente que es difícil que estos Entremeses (La cueva de Salamanca, El viejo celoso, El retablo de las maravillas) puedan tener mejor traducción sobre las tablas que con esta versión que José Luis Gómez dirigió hace veinte años en La Abadía, y que vuelve ahora sin perder ni un ápice de su encanto original.

Porque la grandeza de José Luis Gómez y del grupo de entonces jóvenes actores que acometieron esta empresa estribó en saber dotar a estos textos de la vitalidad escénica que requerían. Pasaron la obra de Cervantes por el tamiz de la commedia dell’arte, sin imitarla, pero extrayendo toda la corporeidad y ritmo que podía aportar al texto cervantino. Y además, descubrieron un elemento escénico aglutinador que creó el marco y la tonalidad general del montaje: esa imponente encina que domina el escenario (creada a partir del diseño del fallecido José Hernandez) alrededor de la cual se desarrolla una auténtica fiesta campesina, plagada de canciones populares, dichos, refranes, bailes y entremeses. La encina así enraíza el espectáculo en la España rural, dotándolo paradójicamente de plena universalidad, y convirtiendo la función en una delicia popular y profunda. (“Cántame con tu boca vieja y casta una canción antigua, con palabras de tierra entrelazadas en la azul melodía”, le pedía García Lorca a una encina en uno de sus poemas).

Foto: Andrés de Gabriel

Y los actores dan una lección de frescura, lozanía, humor, picardía y saber estar en el escenario. Se hace difícil destacar la labor de un intérprete sobre el resto, en una obra que es profundamente coral. Todos llevan hasta la máxima expresión las potencialidades del texto cervantino, convirtiéndolo en una explosión de movimiento, de color, de vida en suma. Porque, como recuerda el refrán que cantan los personajes (y que también forma parte del repertorio de Sancho Panza) “hasta la muerte, todo es vida”.

Y al final de la jornada, cuando terminan los bailes, las chanzas y las farsas, cuando la noche ha caído, los comediantes entonan sus cantos en torno a la encina. Y como en el poema de José Antonio Muñoz Rojas es ahora el tiempo de “tumbarse en la era, encararse con las estrellas, escuchar el corazón del mundo. Ahora suena el agua en la reguera, la copla en la realenga, los pasos de las bestias en el careo… Silencio, silencio que se hace grande, sobre el campo. Y Dios está arriba rodando, haciendo su música. Vamos viviendo”.

Entremeses

★★★★★

Teatro:

Teatro de la Abadía

Dirección:

Calle Fernández de los Ríos, 42

Metro:

Quevedo

OBRA FINALIZADA