El Papa propone la fe como solución a la «noche oscura» de un mundo conflictivo - Alfa y Omega

El Papa propone la fe como solución a la «noche oscura» de un mundo conflictivo

Francisco señaló que el mundo «espera de los cristianos un testimonio de mutua estima y cooperación fraterna, que haga brillar ante toda conciencia el poder y la verdad de la resurrección de Cristo»

Redacción

El Papa propuso hoy la cooperación entre las distintas ramas del cristianismo para aportar una «vía concreta y factible» que armonice los conflictos que «desgarran la vida civil y producen divisiones difíciles de sanar» en el planeta.

«El mundo, desgraciadamente, está marcado por las divisiones y los conflictos, así como por formas graves de pobreza material y espiritual, incluida la explotación de las personas, incluso de niños y ancianos», dijo en la capital de Armenia, Ereván, en la primera jornada de su viaje de tres días a este país caucásico.

Francisco señaló que el mundo «espera de los cristianos un testimonio de mutua estima y cooperación fraterna, que haga brillar ante toda conciencia el poder y la verdad de la resurrección de Cristo».

«El compromiso paciente y renovado hacia la plena unidad, la intensificación de las iniciativas comunes y la colaboración entre todos los discípulos del Señor con vistas al bien común, son como luz brillante en una noche oscura y una llamada a vivir también las diferencias en la caridad y en la mutua comprensión», defendió.

El Santo Padre se pronunció de este modo a su llegada a la catedral de Etchmiadzin, en Ereván, sede de la Iglesia Apostólica armenia, escindida de Roma desde hace más de 1.500 años y ante el patriarca supremo o «Katholikós», Karekin II.

Este viaje a Armenia cuenta con una intencionalidad ecuménica, es decir, de ahondar en los lazos de estas dos iglesias cristianas separadas esencialmente por la cuestión del primado del obispo de Roma y sin diferencias dogmáticas.

Francisco señaló que «el espíritu ecuménico adquiere un valor ejemplo, incluso fuera de los límites visibles de la comunidad eclesial, y representa para todos una fuerte llamada a componer las divergencias mediante el diálogo y la valorización de lo que une».

Este diálogo también impediría, a su juicio, «la instrumentalización y la manipulación de la fe porque obliga a redescubrir las genuinas raíces, a comunicar, defender y propagar la verdad en e respeto de la dignidad de todo ser humano».

«Se ofrece de este modo al mundo -que tiene necesidad urgente de ello- un convincente testimonio de que Cristo está vivo y operante, capaz de abrir siempre nuevas vías de reconciliación entre las naciones, las civilizaciones y las religiones», añadió.

Francisco opinó que cuando las dos Iglesias están movidas por «la fuerza del amor de Cristo», crece el conocimiento y la estima recíproca y «se crean mejores condiciones para un camino ecuménico fructífero».

«Al mismo tiempo, se muestra a todas las personas de buena voluntad, y a toda la sociedad, una vía concreta y factible para armonizar los conflictos que desgarran la vida civil y producen divisiones difíciles de sanar», concluyó.

Efe / Redacción

Primer discurso del Papa en Armenia

Venerado hermano,
Patriarca Supremo y Catholicós de Todos los Armenios,
Estimados hermanos y hermanas en Cristo

Crucé con emoción el umbral de este lugar sagrado, testigo de la historia de vuestro pueblo, centro que irradia su espiritualidad; y considero un don precioso de Dios el poder acercarme al santo altar desde el cual se difunde la luz de Cristo en Armenia. Saludo al Catholicós de Todos los Armenios, Su Santidad Karekin II, a quien le agradezco de corazón la grata invitación a visitar Santa Etchmiadzin, a los arzobispos y a los obispos de la Iglesia Apostólica Armenia, y doy las gracias a todos por la cordial y alegre bienvenida que me han deparado. Gracias, Santidad, por haberme acogido en su casa; este elocuente signo de amor dice, mucho más que las palabras, lo que significa la amistad y la caridad fraterna.

En esta solemne ocasión, doy gracias a Dios por la luz de la fe encendida en vuestra tierra, la fe que confirió a Armenia su identidad peculiar y la hizo mensajera de Cristo entre las naciones. Cristo es vuestra gloria, vuestra luz, el sol que os ha iluminado y dado una nueva vida, que os ha acompañado y sostenido, especialmente en los momentos de mayor prueba.

Me inclino ante la misericordia del Señor, que ha querido que Armenia se convirtiese en la primera nación, desde el año 301, en acoger el cristianismo como su religión, en un tiempo en el que todavía arreciaban las persecuciones en el Imperio Romano.

La fe en Cristo no ha sido para Armenia como un vestido que se puede poner o quitar en función de las circunstancias o conveniencias, sino una realidad constitutiva de su propia identidad, un don de gran valor que se debe recibir con alegría, y custodiar con atención y fortaleza, a precio de la misma vida. Como escribió san Juan Pablo II, «Con el “bautismo” de la comunidad armenia, […] nació una identidad nueva del pueblo, que llegaría a ser parte constitutiva e inseparable del mismo ser armenio. Desde entonces ya no será posible pensar que, entre los componentes de esa identidad, no figure la fe en Cristo, como constitutivo esencial» (Carta. ap. En el XVII centenario del bautismo del pueblo armenio, 2 febrero 2001, 2).

Que el Señor os bendiga por este testimonio luminoso de fe, que muestra de manera ejemplar la poderosa eficacia y fecundidad del bautismo recibido hace más de mil setecientos años con el signo elocuente y santo del martirio, que ha sido un elemento constante en la historia de vuestro pueblo.

Doy gracias al Señor por el camino que la Iglesia católica y la Iglesia Apostólica Armenia han recorrido a través de un diálogo sincero y fraterno, con el fin de llegar a compartir plenamente la mesa eucarística. Que el Espíritu Santo nos ayude a realizar esa unidad por la cual pidió Nuestro Señor, para que sus discípulos sean uno y el mundo crea.

Me es grato recordar aquí el impulso decisivo dado a la intensificación de las relaciones y al fortalecimiento del diálogo entre nuestras dos iglesias en los últimos tiempos por Su Santidad Vasken I y Karekin I, san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Entre las etapas particularmente significativas de este compromiso ecuménico, recuerdo la conmemoración de los testigos de la fe del siglo XX, en el contexto del Gran Jubileo del año 2000; la entrega a vuestra Santidad de la reliquia del Padre de la Armenia cristiana, San Gregorio el Iluminador, para la nueva catedral de Ereván; la Declaración Conjunta de Su Santidad Juan Pablo II y de Vuestra Santidad, firmada precisamente aquí, en Santa Etchmiadzin; y las visitas que Vuestra Santidad ha hecho al Vaticano con motivo de grandes eventos y conmemoraciones.

El mundo, desgraciadamente, está marcado por las divisiones y los conflictos, así como por formas graves de pobreza material y espiritual, incluida la explotación de las personas, incluso de niños y ancianos, y espera de los cristianos un testimonio de mutua estima y cooperación fraterna, que haga brillar ante toda conciencia el poder y la verdad de la resurrección de Cristo. El compromiso paciente y renovado hacia la plena unidad, la intensificación de las iniciativas comunes y la colaboración entre todos los discípulos del Señor con vistas al bien común, son como luz brillante en una noche oscura, y una llamada a vivir también las diferencias en la caridad y en la mutua comprensión.

El espíritu ecuménico adquiere un valor ejemplar, incluso fuera de los límites visibles de la comunidad eclesial, y representa para todos una fuerte llamada a componer las divergencias mediante el diálogo y la valorización de lo que une. Esto impide también la instrumentalización y la manipulación de la fe, porque obliga a redescubrir las genuinas raíces, a comunicar, defender y propagar la verdad en el respeto de la dignidad de todo ser humano y con modos que trasparenten la presencia de ese amor y de aquella salvación, que se quiere difundir. Se ofrece de este modo al mundo –que tiene necesidad urgente de ello– un convincente testimonio de que Cristo está vivo y operante, capaz de abrir siempre nuevas vías de reconciliación entre las naciones, las civilizaciones y las religiones. Se confirma y se hace creíble que Dios es amor y misericordia.

Queridos hermanos, cuando nuestro actuar está inspirado y movido por la fuerza del amor de Cristo, crece el conocimiento y la estima recíproca, se crean mejores condiciones para un camino ecuménico fructífero y, al mismo tiempo, se muestra a todas las personas de buena voluntad, y a toda la sociedad, una vía concreta y factible para armonizar los conflictos que desgarran la vida civil y producen divisiones difíciles de sanar. Que Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de María Santísima, san Gregorio el Iluminador, «Columna de Luz de la Santa Iglesia de los Armenios», y san Gregorio de Narek, Doctor de la Iglesia, os bendiga a todos y a toda la Nación armenia, y la guarde siempre en la fe que ha recibido de los padres y que gloriosamente ha testimoniado a lo largo de los siglos.