El Papa reitera que la plena comunión no es «ni sumisión ni absorción» - Alfa y Omega

El Papa reitera que la plena comunión no es «ni sumisión ni absorción»

Al final de la Divina Liturgia celebrada por el rito armenio a la que ha asistido este domingo, el Papa ha reiterado su visión de una plena comunión sin «sumisión del uno al otro» ni absorción, y ha pedido al bendición del catholicós armenio

Redacción

El Papa ha abogado por una «comunión plena» entre la Iglesia católica y la ortodoxa en la que no exista «sumisión del uno al otro» y ha pedido tener «el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado».

Francisco ha hecho estas declaraciones en su saludo al final de la Divina Liturgia celebrada este domingo en la plaza de San Tiridate de Echmiadzin, sede del catholicós Karekin II de Armenia, cabeza de la Iglesia apostólica de este país. Previamente, según ha explicado el portavoz de la Santa Sede Federico Lombardi, el Papa y el patriarca armenio habían celebrado la Eucaristía en la sede del patriarcado, un gesto de gran significado ecuménico.

Reiterando lo que ya afirmó durante su visita al patriarca ecuménico Bartolomé, en 2014, el Pontífice ha deseado que esta comunión sea plena y que no sea «ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno».

Escuchar a los jóvenes y a los humildes

En la Divina Liturgia, que ha estado presidida por el patriarca Karekin II, el Papa ha recordado que los Apóstoles, en la mañana de Pascua, pese a las dudas e incertidumbres, corrieron hasta el lugar de la resurrección atraídos por el amanecer feliz de una nueva esperanza. «Así también sigamos nosotros en este santo domingo la llamada de Dios a la comunión plena y apresuremos el paso hacia la plena comunión», ha dicho.

«Acojamos la llamada de los santos, escuchemos la voz de los humildes y los pobres, de tantas víctimas del odio que sufrieron y sacrificaron sus vidas a causa de su fe; tengamos el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado», ha señalado.

Además, ha agradecido al catholicós Karekin II que le haya «abierto en estos días las puertas de su casa» y, citando los salmos, ha señalado que ha experimentado «qué dulzura, qué delicia es convivir los hermanos unidos».

De la hospitalidad a la bendición

Para el Papa, este encuentro se ha producido «en el signo de los santos Apóstoles: Los santos Bartolomé y Tadeo, que proclamaron por primera vez el Evangelio en estas tierras, y los santos Pedro y Pablo, que dieron su vida por el Señor en Roma», ha dicho.

Al término de su alocución, Francisco se ha dirigido al patriarca supremo armenio y ha solicitado su bendición «en nombre de Dios, que bendigas esta nuestra andadura hacia la unidad plena». En ese momento, el patriarca se ha levantado de su trono y ha acudido hacia Bergoglio para abrazarle.

La Divina Liturgia se ha celebrado en la sede del patriarcado y Francisco ha asistido a ella sentado en un trono ubicado a un lado de altar donde Karekin II, dirigiéndose hacia Oriente, oficiaba la ceremonia cantada prácticamente por completo.

Consecuencias de un mundo sin Dios

En su homilía, Karekin II ha alertado de que «la fe en Dios está siendo tentada y las almas humanas están siendo endurecidas» al tiempo que ha exclamado que «está siendo puesta a prueba por el extremismo y otros tipos de ideologías».

Asimismo, ha advertido de que «los procesos del laicismo se están intensificando y que los valores espirituales y éticos se están distorsionando y la estructura familiar, diseñada por Dios, agitando». Estos males modernos tienen su raíz en «tratar de construir un mundo sin Dios».

Frente a esto, ha señalado que «la inseparable misión de la Iglesia de Cristo es promover la solidaridad entre las naciones y las personas, reforzando la hermandad y la colaboración».

Agencias / Redacción

Texto completo del discurso del Papa

Santidad, queridos obispos, hermanos y hermanas:

Al coronar esta visita, que tanto he deseado, y para mí ya inolvidable, deseo elevar mi agradecimiento al Señor, junto con el gran himno de alabanza y de acción de gracias que sube de este altar. Vuestra Santidad me ha abierto en estos días las puertas de su casa y hemos experimentado «qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos (Sal 133, 1). Nos hemos encontrado, nos hemos abrazado fraternalmente, hemos rezado juntos y compartido los dones, las esperanzas y las preocupaciones de la Iglesia de Cristo, cuyo corazón oímos latir al unísono, y en la que creemos y sentimos como una. «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza […]. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4, 4-6): con gozo podemos hacer verdaderamente nuestras estas palabras del apóstol Pablo. Nos hemos encontrado precisamente en el signo de los santos Apóstoles. Los santos Bartolomé y Tadeo, que proclamaron por primera vez el Evangelio en estas tierras, y los santos Pedro y Pablo, que dieron su vida por el Señor en Roma, y que ahora reinan con Cristo en el cielo, se alegran ciertamente al ver nuestro afecto y nuestra aspiración concreta a la plena comunión. Por todo esto doy gracias al Señor, por vosotros y con vosotros: ¡Gloria a Dios!

En esta Divina Liturgia, el solemne canto del trisagio se ha elevado al cielo, ensalzando la santidad de Dios; que descienda copiosamente la bendición del Altísimo sobre la tierra por intercesión de la Madre de Dios, de los grandes santos y doctores, de los mártires, sobre todo de tantos mártires que en este lugar habéis canonizados el año pasado. «El Unigénito que vino aquí» bendiga vuestro camino. Que el Espíritu Santo haga de los creyentes un solo corazón y una sola alma; que venga a refundarnos en la unidad. Por eso quisiera invocarlo nuevamente, tomando algunas espléndidas palabras que han entrado en vuestra Liturgia. Ven, Espíritu, Tú, «que con gemidos incesantes eres nuestro intercesor ante el Padre misericordioso, Tú, que velas por los santos y purificas a los pecadores»; infunde en nosotros tu fuego de amor y unidad, y «que este fuego diluya los motivos de nuestro escándalo» (Gregorio de Narek, Libro de las Lamentaciones, 33, 5), ante todo, la falta de unidad entre los discípulos de Cristo.

Que la Iglesia Armenia camine en paz, y la comunión entre nosotros sea plena. Que brote en todos un fuerte anhelo de unidad, una unidad que no debe ser «ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, por medio del Espíritu Santo» (Palabras al final de la Divina Liturgia, Iglesia patriarcal de San Jorge, Estambul, 30 noviembre 2014).

Acojamos la llamada de los santos, escuchemos la voz de los humildes y los pobres, de tantas víctimas del odio que sufrieron y sacrificaron sus vidas a causa de su fe; tengamos el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado. Que desde este lugar santo se difunda de nuevo una luz radiante; la de la fe, que desde san Gregorio, vuestro padre según el Evangelio, ha iluminado estas tierras, y a ella se una la luz del amor que perdona y reconcilia.

Así como los Apóstoles en la mañana de Pascua, no obstante las dudas e incertidumbres, corrieron hasta el lugar de la resurrección atraídos por el amanecer feliz de una nueva esperanza (cf. Jn 20, 3-4), así también sigamos nosotros en este santo domingo la llamada de Dios a la comunión plena y apresuremos el paso hacia ella.

Y ahora, Santidad, en nombre de Dios te pido que me bendigas, a mí y a la Iglesia Católica, que bendigas esta nuestra andadura hacia la unidad plena.