El Papa alerta a la Iglesia de la tentación de «cerrarse en sí misma ante los peligros» - Alfa y Omega

El Papa alerta a la Iglesia de la tentación de «cerrarse en sí misma ante los peligros»

Monseñor Fidel Herráez, arzobispo de Burgos, y monseñor Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, fueron dos de los 25 arzobispos metropolitanos que recibieron el palio de manos del Papa Francisco

Juan Vicente Boo

En una ceremonia cargada de simbolismo, el Papa Francisco ha bendecido y entregado los palios a los veinticinco arzobispos nombrados en el último año, entre los que figuran el de Burgos, Fidel Herráez, y el de Barcelona, Juan José Omella.

En una homilía dirigida sobre todo a los nuevos arzobispos metropolitanos, Francisco ha recordado el clima de unidad de la primera comunidad cristiana en Jerusalén, que rezaba intensamente por Pedro cuando éste fue arrestado.

El Papa hizo notar que aquel primer grupo de cristianos vivía bajo el miedo a la persecución. En esas circunstancias, cuando Pedro fue milagrosamente liberado y llegó a casa de la madre de Juan, «una sirvienta llamada Roda, no se atrevió a abrirle la puerta. Es lo que se podría llamar el complejo de Roda: estar encerrados en las casas y cerrados a las sorpresas de Dios».

Comentando los valerosos perfiles de Pedro y Pablo, cuya fiesta se conmemoraba, el Papa recordó que la Iglesia debe estar instintivamente «en salida» hacia el exterior y, por lo tanto, prevenida contra «la tentación que existe siempre de encerrarse en sí misma ante los peligros».

Aunque pocas personas lo sepan, el palio de lana simboliza a una oveja. O mejor, es el símbolo del buen pastor, que lleva las ovejas cansadas o heridas sobre sus hombros. Esa es la tarea del obispo. A diferencia de sus predecesores, el Papa Francisco se limita a bendecirlos y entregarlos a cada nuevo arzobispo, pero no los impone.

Desde el 2015, ha dispuesto que lo imponga en su nombre el nuncio en cada país en la catedral del arzobispo interesado, en presencia de los obispos sufragáneos y de los fieles, de modo que resulte visible la unidad que el palio simboliza.

Como hace cada año en la fiesta de los Apóstoles que dieron su vida en Roma, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, envió dos representantes personales a la misa celebrada en la basílica de San Pedro, a la que asistían también el representante del arzobispo Justin Welby, jefe de la Iglesia Anglicana, y delegados de otras Iglesias evangélicas. La celebración de Pedro y Pablo es también una fiesta de unidad.

Juan Vicente Boo. ABC / Redacción

Homilía completa del Papa

La Palabra de Dios de esta liturgia contiene un binomio central: cierreapertura. A esta imagen podemos unir el símbolo de las llaves, que Jesús promete a Simón Pedro para que pueda abrir la entrada al Reino de los cielos, y no cerrarlo para la gente, como hacían algunos escribas y fariseos hipócritas a los que Jesús reprende (cf. Mt 23, 13).

La lectura de los Hechos de los Apóstoles (12,1-11) nos presenta tres encierros: el de Pedro en la cárcel; el de la comunidad reunida en oración; y –en el contexto cercano de nuestro pasaje– el de la casa de María, madre de Juan, llamado Marcos, donde Pedro va a llamar después de haber sido liberado.

Con respecto a los encierros, la oración aparece como la principal vía de salida: salida de la comunidad, que corre el peligro de encerrarse en sí misma debido a la persecución y al miedo; salida para Pedro, que al comienzo de su misión que le había sido confiada por el Señor, es encarcelado por Herodes, y corre el riesgo de ser condenado a muerte. Y mientras Pedro estaba en la cárcel, «la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Y el Señor responde a la oración y le envía a su ángel para liberarlo, «arrancándolo de la mano de Herodes» (cf. v. 11). La oración, como humilde abandono en Dios y en su santa voluntad, es siempre una forma de salir de nuestros encierros personales y comunitarios. Es la gran vía de salida de las cerrazones.

También Pablo, escribiendo a Timoteo, habla de su experiencia de liberación, la salida del peligro de ser, él también, condenado a muerte; en cambio, el Señor estuvo cerca de él y le dio fuerzas para que pudiera llevar a cabo su trabajo de evangelizar a los gentiles (cf. 2 Tm 4,17). Pero Pablo habla de una «apertura» mucho mayor, hacia un horizonte infinitamente más amplio: el de la vida eterna, que le espera después de haber terminado la «carrera» terrena. Es muy bello ver la vida del Apóstol toda «en salida» gracias al Evangelio: toda proyectada hacia adelante, primero para llevar a Cristo a cuantos no le conocen, y luego para saltar, por así decirlo, en sus brazos, y ser llevado por él que lo salvará llevándolo a su reino celestial» (cf. v. 18).

Volvamos a Pedro. El relato Evangélico (Mt 16,13-19) de su profesión de fe y la consiguiente misión confiada por Jesús nos muestra que la vida de Simón, pescador de Galilea ‒como la vida de cada uno de nosotros‒ se abre, florece plenamente cuando acoge de Dios la gracia de la fe.

Entonces, Simón se pone en el camino –un camino largo y duro– que le llevará a salir de sí mismo, de sus seguridades humanas, sobre todo de su orgullo mezclado con valentía y con generoso altruismo. En este su camino de liberación, es decisiva la oración de Jesús: «yo he pedido por ti (Simón), para que tu fe no se apague» (Lc 22,32). Es igualmente decisiva la mirada llena de compasión del Señor después de que Pedro le hubiera negado tres veces: una mirada que toca el corazón y disuelve las lágrimas de arrepentimiento (cf. Lc 22,61-62). Entonces Simón Pedro fue liberado de la prisión de su ego orgulloso, de su ego miedoso, y superó la tentación de cerrarse a la llamada de Jesús a seguirle por el camino de la cruz.

Como ya he dicho, en el contexto inmediato del pasaje de los Hechos de los Apóstoles, hay un detalle que nos puede hacer bien resaltar (cf. 12.12-17). Cuando Pedro se encuentra milagrosamente libre, fuera de la prisión de Herodes, va a la casa de la madre de Juan, llamado Marcos. Llama a la puerta, y desde dentro responde una sirvienta llamada Rode, la cual, reconociendo la voz de Pedro, en lugar de abrir la puerta, incrédula y llena de alegría corre a contárselo a su señora. El relato, que puede parecer cómico, y que puede dar inicio al llamado complejo de Rode, nos hace percibir el clima de miedo en el que vivía la comunidad cristiana, que permanecía encerrada en la casa, y cerrada también a las sorpresas de Dios. Pedro llama a la puerta: «¡Mira!». Está la alegría, está el miedo… «Pero. ¿abrimos, no abrimos?». Y él corre peligro, porque la policía puede tomarlo… Pero el miedo hace que nos detengamos, ¡nos detiene siempre! Nos cierra, nos cierra a las sorpresas de Dios.

Este detalle nos habla de la tentación que existe siempre para la Iglesia: de cerrarse en sí misma de cara a los peligros. Pero incluso aquí hay un resquicio a través del cual puede pasar a la acción de Dios: dice Lucas que en aquella casa, «había muchos reunidos en oración» (v. 12). La oración permite a la gracia abrir una vía de salida: del cerramiento a la apertura, del miedo a la valentía, de la tristeza a la alegría. Y podemos añadir: de la división a la unidad. Sí, lo decimos hoy junto a nuestros hermanos de la delegación enviada por el querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, para participar en la fiesta de los Santos Patronos de Roma. Una fiesta de comunión para toda la Iglesia, como pone de manifiesto la presencia de los Arzobispos Metropolitanos venidos para la bendición de los Palios, que les serán impuestos por mis Representantes en sus respectivas sedes.

Que los santos Pedro y Pablo intercedan por nosotros, para que podamos hacer este camino con la alegría, experimentar la acción liberadora de Dios y testimoniarla a todos.