«Siempre fue el padre Luis» - Alfa y Omega

«Siempre fue el padre Luis»

Luis Gutiérrez nació el 26 de noviembre de 1931 en Navalmanzano (Segovia). Entró en los claretianos y recibió la ordenación sacerdotal en septiembre de 1957. Fue profesor de Derecho Canónico y Público Eclesiástico en Salamanca, así como en la Universidad Salesiana y en la Lateranense de Roma. Presidente de CONFER desde 1973 hasta 1977, en 1978 fue nombrado vicario judicial del Arzobispado de Madrid y en 1988, obispo auxiliar de Madrid, labor que compaginó como vicario general de Madrid hasta 1995, cuando fue nombrado obispo de Segovia. Al jubilarse, en 2007, se dedicó a la promoción de la Fundación Promete, para la protección de menores y tercera edad en Guatemala, que él mismo fundó en sus años de obispo

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Luis Gutiérrez, con varios niños del Hogar de la Asunción, en Guatemala. Foto: Archivo personal de Vicente Pecharromán

«Le llamábamos padre Luis, no quería que le llamaran monseñor. Ni en el ámbito claretiano ni en el Arzobispado. Siempre fue el padre Luis»: quien así habla es el padre Vicente Pecharromán, secretario personal durante décadas del claretiano Luis Gutiérrez, obispo emérito de Segovia y antiguo auxiliar de Madrid, que falleció la semana pasada en Madrid.

El padre Pecharromán confirma que «he pasado toda la vida con él y con su familia», hasta la última noche de Luis Gutiérrez en el hospital. «Era un hombre muy sencillo, muy tímido. A veces le veían como serio y autoritario, pero para nada era así. Era muy serio, pero entre amigos se esponjaba. Cuando fue provincial de los claretianos fue respetado y amado como un padre».

Pecharromán pinta del padre Luis un retrato personal austero: «Él no buscaba aparentar ni sacar ventaja. Era muy trabajador. Y rehuía las fotos, por así decirlo: no quería aparentar». Además, «era muy justo, es lo que más destacaría de él. Cuando trabajaba en el Arzobispado de Madrid no dudaba en decir: “Si nos hemos equivocado con esta persona, reconozcámoslo”. Y antes de jubilarse, si alguno estaba dolido, intentó compensarle en algo para paliar los ánimos».

Este temple le hizo ganarse pronto a la gente en su transición a la curia diocesana de Madrid, aunque no fue fácil: «como vicario judicial resolvió un gran problema porque había algunos abogados que hacían negocio. Él lo organizó de modo que esos abusos desaparecieron». Además, tuvo un papel imprescindible en la creación de la Provincia Eclesiástica de Madrid y la división de la diócesis de Madrid-Alcalá en las de Madrid, Alcalá y Getafe, un acontecimiento del que se acaba de cumplir el 25 aniversario. «Prácticamente lo llevó el todo –dice Pecharromán–. Fue a París para conocer lo que ya se había hecho allí, y tuvo un papel muy relevante en este campo».

Foto: CEE

«Que me lleve, estoy preparado»

En 1998, siendo ya obispo de Segovia, impulsó la fundación Promete, para la protección de menores y ancianos en Guatemala. También trajo una veintena de niños bosnios durante dos veranos, católicos y musulmanes marcados por la guerra: «venían tristes y no podían sonreír, pero él les pagó todo y se les hizo una revisión médica», recuerda su secretario. Su labor también se extendió a Mozambique, procurando leche para los niños y la creación de una granja y ocho dispensarios con una ambulancia. Ya jubilado, viajó frecuentemente a Guatemala pagando el viaje de su bolsillo, y en Madrid dedicaba sus esfuerzos a buscar financiación para su fundación.

La última etapa de su vida la vivió «con serenidad y sin llamar la atención. El llevaba la vida lo normal que podía. Bajaba a confesar al templo que tenemos los claretianos en la calle Ferraz, y llevaba una vida normal de comunidad. En sus últimas horas, ingresado ya en el hospital, decía: “Que me lleve, que me lleve, ya estoy preparado”», asegura Pecharromán.

También estuvo a su lado en estos últimos meses el arzobispo de Madrid, quien conoció a Luis Gutiérrez cuando era profesor en Salamanca. Monseñor Osoro le recuerda como «un hombre de verdad, por encima de todo, un buscador de la amistad, sobrio y entregado enteramente a lo suyo, a la Iglesia. Como obispo vivió con pasión el servicio a la Iglesia. En los últimos momentos de su vida pude visitarle y experimenté lo que es un hombre de verdad ante la muerte que se avecinaba. Fue muy bonito oírle y verle cómo estaba de cara a Dios en esos momentos. Se presentó ante Dios en la verdad de su vida, con una gran confianza en Él, y puso su vida en sus manos sabiendo que era acogido por Él».