La regeneración está en nuestra mano - Alfa y Omega

La regeneración está en nuestra mano

Se abre una ocasión histórica para que, desde el consenso, los principales partidos políticos acometan las reformas que necesita España

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Foto: Jaime García

Esta vez sí habrá Gobierno, siquiera sea porque los partidos están obligados a evitar por todos los medios unas terceras elecciones. Pero que haya Gobierno no significa que vaya a estar respaldado por una mayoría parlamentaria estable. Se abre una ocasión histórica para que, desde el consenso, las principales formaciones acometan una serie de reformas que necesita el país, aunque existe al mismo tiempo el peligro de que esta sea una legislatura breve y accidentada. Siguen teniendo vigencia los llamamientos de los obispos a anteponer el bien común de todos los españoles a los intereses partidistas.

La lista de retos es inmensa. Las amenazas a la cohesión social son mayores que en ningún momento de nuestra democracia, debido a factores que van desde el desafío de los nacionalismos periféricos a los efectos de la crisis económica. Es necesario devolverle a la política el crédito, erosionado por la gangrena de la corrupción, pero también porque, de la mano de la globalización y los avances tecnológicos, han surgido desafíos inéditos que generan incertidumbre y desasosiego. Los británicos han dado la respuesta equivocada al votar por su salida de la UE, que no hará que desaparezcan esos problemas; simplemente les obligará a afrontarlos en solitario.

Una importante lección del Brexit es la necesidad de contrarrestar la demagogia y no mentir a los ciudadanos sobre las dificultades que afrontan nuestras sociedades europeas, en franco declive. Esto no significa caer en el derrotismo. Está en nuestra mano invertir en familia para frenar el invierno demográfico. Tampoco es utópico plantear una reducción drástica de la exclusión social. Pero para crear una sociedad más justa primero hay que desearla. Hace falta remoralizar la sociedad, y en esto la Iglesia tiene mucho que decir. Aparte de exigir del poder político que no restrinja su libertad de acción, los católicos están en una situación privilegiada para tender la mano a unos y a otros para promover cambios sociales implicando al máximo número de actores posibles, siguiendo el ejemplo del Papa en su lucha contra la trata o en su cruzada por restaurar el prestigio de la escuela.