La hoja de ruta se negoció en el Vaticano - Alfa y Omega

La hoja de ruta se negoció en el Vaticano

La sorpresa fue general. Cuando el 17 de diciembre los Presidentes de Estados Unidos y Cuba anunciaban la histórica reapertura de relaciones diplomáticas, tanto Barack Obama como Raúl Castro agradecieron la labor desempeñada por el Papa Francisco. Pero, ¿qué ha hecho este Papa de las sorpresas? Alfa y Omega reconstruye los hechos y revela algunos de los nombres decisivos para lograr este resultado, alcanzado por las partes en el Vaticano, que da una nueva esperanza a la Iglesia en Cuba

Jesús Colina. Roma
Audiencia del Papa Francisco al Presidente Obama, el 27 de marzo de 2014

Los primeros contactos

Las negociaciones secretas entre Cuba y Estados Unidos habían comenzado a materializarse hace dieciocho meses, gracias en un primer momento a la mediación de Canadá. Ahora bien, los primeros contactos, según hemos podido saber, ya habían sido facilitados por el mismo Papa Benedicto XVI.

Cuando el Pontífice viajó a Cuba, en marzo de 2012, a petición del Comité Judío Estadounidense (American Jewish Committee), el Papa Joseph Ratzinger presentó a Raúl Castro la petición de la liberación de Alan Gross, judío, trabajador social, arrestado en diciembre de 2009 en Cuba, mientras trabajaba como contratista para la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). La petición asumió un carácter oficial y ya no podía ser desechada. Fue así como se entabló el primer encuentro entre representantes de los dos países en junio de 2013, en la capital de Canadá. Como contrapartida por la liberación de Gross, Cuba reclamaba la entrega de otros prisioneros en poder de los Estados Unidos, que cumplían condena con la acusación de espionaje.

El Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, consideró útil informar al Secretario de Estado del Papa Francisco, el cardenal Pietro Parolin, antiguo nuncio apostólico en Venezuela. Esas informaciones sirvieron para preparar la visita de Obama al Papa el 27 de marzo de 2014. El encuentro, así como todas las negociaciones, contó con la diligente ayuda del embajador de Estados Unidos ante la Santa Sede, Kenneth Hackett, quien antes había sido Presidente de Cáritas en Estados Unidos (Catholic Relief Services), cargo desde el que había seguido de cerca la situación por la que atraviesa Cuba.

Cartas de Francisco a Obama y Castro

Tras el encuentro con Obama, llegado ya el verano, el Papa decidió enviar sendas cartas al Presidente norteamericano y a Castro, en las que les alentaba a llegar a buen puerto en las conversaciones. No sólo impulsaba el intercambio de prisioneros, sino que también les alentó a «progresar en la relación bilateral», paralizada desde 1961.

Dos colaboradores del Papa tuvieron entonces un papel destacado. Por una parte, el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, desempeñó la delicada tarea de entregar la carta del Papa a Castro y de asegurarse que fuera bien recibida por Obama. Por otra parte, el cardenal Sean Patrick O’Malley, arzobispo de Boston, miembro del Consejo que el Papa Francisco ha creado para la reforma de la Curia romana, impulsó la labor del Papa y ayudó a preparar el terreno en los Estados Unidos.

En agosto, O’Malley viajó a Cuba para visitar al cardenal Ortega, quien celebró los 50 años de ordenación sacerdotal, y se entrevistó con el embajador norteamericano Jeffrey DeLaurentis, quien después sería nombrado responsable de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en la Embajada de Suiza en Cuba, un organismo que hace los oficios de embajada en ausencia de la misma.

Acuerdo en el Vaticano

La información era manejada por un puñado de funcionarios de cada país. Y fue en octubre cuando se pautó la más importante de las reuniones bilaterales. El lugar escogido para el encuentro fue el mismo Vaticano. Allí garabatearon los últimos detalles de lo que sería la hoja de ruta que seguirían ambos países hasta el anuncio formal.

En esa cumbre, hizo falta la astucia y la inteligencia del cardenal Parolin. El Secretario de Estado vaticano fue el mediador que permitió el acuerdo. Como parte del acuerdo, Cuba aceptó liberar, además de Gross, a otro agente de inteligencia detenido en La Habana desde hace veinte años, cuyo nombre no se ha revelado. Otro punto importante en las negociaciones fue la liberación de otros cincuenta dirigentes políticos opositores cubanos. Por su parte, Estados Unidos aceptó liberar a tres cubanos detenidos en el país con la acusación de espionaje.

El acuerdo ciertamente ha sido logrado bajo los auspicios del Papa Francisco, pero no se puede entender sin la acción desempeñada con los dos países por el Papa Benedicto XVI y por el Papa Juan Pablo II, quien, en su histórica visita de enero de 1998, pidió «que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba».

Desde Buenos Aires, el cardenal Jorge Bergoglio siguió tan de cerca aquel viaje que, pocos meses después, publicó un libro con el título Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro. Ese diálogo entre la Iglesia y el régimen cubano, que se ha hecho más concreto tras la llegada a la presidencia de Raúl Castro, en 2008, dio como fruto la excarcelación de unos 130 presos políticos, entre ellos 52 opositores que quedaban en la cárcel, de 75 condenados tras la Primavera negra de 2003, y el cese de los hostigamientos a sus esposas, las Damas de Blanco, que cada domingo marchan por la Quinta Avenida de Miramar, en el oeste de La Habana, tras asistir a Misa.

Esta labor de diálogo promovida por la Iglesia católica, ha permitido, además, mejorar la libertad religiosa en el país de las diferentes confesiones. En el caso de la Iglesia católica, se ha materializado en el acceso de sus pastores, en contadas ocasiones, a los medios de comunicación, en la posibilidad de realizar actos de culto y procesiones en lugares públicos, la apertura del primer seminario en medio siglo en la isla, y la recuperación de lugares de culto y bienes expropiados en los años sesenta.