La alegría del Evangelio de la Familia - Alfa y Omega

Un año más, nos disponemos a celebrar la Fiesta de la Sagrada Familia. Y tenemos que hacerlo con la alegría y la esperanza que brotan espontáneas en el corazón, propio de personas que han descubierto, que han vivido, que han gustado la belleza de la familia. Todos, sin excepción, pertenecemos a una familia. Todos formamos parte de una familia. Pero no todas son iguales: unas son muy extensas, numerosas. Otras son más pequeñas. En unas, sus miembros están muy unidos. Otras, por desgracia, se han visto sacudidas por infinitos problemas, llevando en demasiadas ocasiones a romper una unidad, unos lazos, que casi me atrevería a decir que son sagrados.

Para muchos de nosotros, el vivir la alegría del Evangelio de la familia, tal y como reza el lema de la Fiesta de este año, no tiene mérito: hemos nacido, sin merecerlo, en el seno de familias que son verdadera imagen de Dios. En ellas hemos vivido como lo más natural del mundo la gracia de tener unos padres entregados y abnegados, sacrificados, amantes de sus hijos, generosos con su tiempo, pacientes en medio de sus cansancios, transmisores de alegría, esperanza y consuelo aunque el corazón se desgarre por dentro. A imitación de la Sagrada Familia de Nazaret, nos han enseñado a ser generosos, compasivos, misericordiosos, a dar y a darnos hasta el cansancio, sin límites, a perdonar, comprender, aguantar…

Las mejores cosas que hemos aprendido en la vida lo hemos hecho en la escuela de la familia. Nos las han ofrecido nuestros padres y nuestros abuelos. En mi caso, el testimonio de amor más bonito lo he vivido en mi hogar, a lo largo de los más de 50 años de unión de mis padres, vividos en un amor sencillo, sincero, paciente, generoso, entregado…

Sin embargo, muchos no han tenido la misma suerte. Si sabemos mirar, a nuestro lado encontramos familias con problemas, rotas, niños sin referentes, personas heridas… No debemos olvidar que, hoy, la mayor herida se encuentra en el corazón del ser humano, cuando se siente solo, abandonado, triste, desprotegido, no amado.

Sembremos a nuestro lado la alegría del Evangelio de la familia, que no es otra que el amor. Sepamos amar a nuestros semejantes, y ofrecernos a ellos en esos gestos pequeños: a veces, la entrega personal cuesta más que la ofrenda material.

Un poco de todo esto nos piden en esta fiesta de la Sagrada Familia. En Madrid, lo vamos a celebrar en la aatedral de la Almudena. Y lo haremos unidos como familia, con nuestro arzobispo, pidiendo ante el Santísimo por todas las familias, en especial por las más necesitadas, y dando gracias a Dios por todas ellas. Acercándonos a los pies de nuestra Patrona, para recibir la bendición de nuestro padre y pastor. Ofreciendo lo mucho o poco que podamos a aquellos que tienen menos o que necesitan más. Y cantando, festejando, viviendo con júbilo la alegría que nos da el sabernos miembros de la Sagrada Familia de Nazaret y, como Jesús, amados y queridos por nuestro Padre, Dios.