Como si fuera ayer... - Alfa y Omega

Como si fuera ayer...

Miguel Ángel Velasco
Sepulcro del cardenal Herrera Oria, en la catedral de Málaga

Eran los años difíciles de la aplicación del Concilio:

—«Ya que va a estar allí don Ángel –había dicho el Director–, al final del acto, le pasáis el borrador, y a ver qué opina de este planteamiento».

—«Bueno, esto, desde luego, está muy bien. Tal vez, si a ustedes les parece, en vez de decisión política, yo hablaría de decisión administrativa; más que nada, para evitar malas interpretaciones… Y, bueno, acaso, en vez de empezar con este párrafo de directa interpelación a los poderes públicos, sería más efectivo comenzar con una constatación fehaciente de los hechos. Claro, como está todo tan bien trabado, sería conveniente, entonces, pasar este segundo párrafo a casi el final, o quizás sustituirlo…».

Total, que, en resumidas cuentas, don Ángel –si a ustedes les parece– había perfilado, en un momento, la conveniencia de cambiar, de arriba abajo, aquel comprometido texto y, además, había hecho creer a quien lo había redactado que estaba impecablemente escrito. Nunca he olvidado, ni podré olvidar, tan prodigiosa lección, a un tiempo, del mejor periodismo y de verdadero respeto a la persona del periodista. Le gustaba a don Ángel que su báculo episcopal se lo hubieran regalado los periodistas…

Sólo le conocí y escuché en los últimos cinco años de su vida, pero he tenido la suerte de trabajar, durante muchos años, al lado de dos de las personas que más y mejor le trataron: José Luis Gutiérrez, director de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) y Consejero de Ya, y José María García Escudero, editorialista de Ya y miembro del Consejo de la Editorial Católica. Siempre que he hablado con ellos sobre Ángel Herrera, he sacado la misma conclusión: que si su admiración al insuperable creador y director de El Debate y maestro de periodistas era inconmensurable, todavía lo era más su admiración al ser humano maestro, testigo y propagandista de la dignidad del ser humano, al sacerdote, obispo y cardenal al servicio de los demás, de cada uno de los demás, antes que nada y por encima de todo. Por lo primero, Herrera Oria tiene, sin lugar a dudas, un puesto de honor en la historia del periodismo y en la mejor historia de España; por lo segundo, tiene abierto un proceso de canonización en el seno de nuestra Santa Madre Iglesia.

Algunas de sus convicciones son más actuales hoy que cuando las manifestó de palabra o por escrito: «Estamos ya hartos de millones de firmas, de inundar de telegramas los centros oficiales, de llenar plazas, teatros y frontones, de pasear a millares y millares de hombres por todas las ciudades en son de protesta contra las arbitrariedades de nuestros ineptos gobernantes, que, sordos cada vez más a nuestras justas quejas, se han convertido en obedientes lacayos de una minoría insignificante, divorciada del alma tradicional de la Patria, y cuya cultura corre pareja con su moralidad».

«Hay socialismo de Estado cuando la suprema autoridad pública declara ser suyos funciones y oficios que la recta razón no puede concederle».

«Yo no sé si la más grave de todas las calamidades presentes es el relajamiento de los vínculos del hogar. Pensadlo bien, padres de familia, que muchos más estragos de los que pueda hacer en el hogar un ministro de Instrucción Pública sectario, con sus disposiciones, lo haréis vosotros si abandonáis la sagrada obligación de educar a vuestros hijos y los entregáis a manos mercenarias a fin de que cumplan una misión para la que no están ni podrán estar nunca preparados». ¿Qué hubiera dicho Ángel Herrera Oria en el reciente V Encuentro Mundial de las Familias? O, ¿qué diría ante el trágala totalitario de la Educación para la ciudadanía, que impone el actual Gobierno socialista? No ha sido un capricho haber titulado esta reflexión en voz alta Como si fuera ayer…

Cuando, mañana hace 38 años, el avión que trasladaba el féretro de Ángel Herrera desde Madrid, llegó a su Málaga del alma, de donde fue obispo, y en la que hay un monumento con esta simple dedicatoria: Málaga, a su cardenal, todo el pueblo malagueño le esperaba en el aeropuerto. Y, luego, durante 48 horas –como enviado especial de Ya, lo pude contar en sucesivas crónicas–, día y noche, ininterrumpidamente, estuvo pasando a rezar y a decirle su entrañable adiós a su obispo, al que los periódicos europeos llamaban rojo y socialista, y sencillamente era un obispo católico. Muy de madrugada, y al fresquito del interior de la catedral malagueña, donde hoy yacen sus restos mortales –el calor de finales del julio malagueño era agobiante–, una anciana gitana se acercó a rezar.

—«¿Qué siente, señora –le pregunté–, ante la tumba del cardenal?».

—«Poz, vera uzté –me dijo–. Cuando venía a nueztro poblao, ze notaba mucho que noz quería. Por ezo eztoy aquí…, ¿zabe uzté?».