La verdadera Navidad - Alfa y Omega

La verdadera Navidad

Manuel María Bru Alonso
Recién nacido de Rennes (detalle). Tabla de Georges de La Tour

Seríamos incapaces de imaginar una noticia proclamada a los cuatro vientos, de la que sólo unos pocos llegasen a enterarse. Seríamos incapaces de imaginar que un sencillo hecho, absolutamente natural y humano, pero sorprendente, fuese proclamado en los titulares de primera página de todos los periódicos, repetido hasta la saciedad por todas las emisoras de radio, expuesto en mil imágenes distintas por todas las cadenas de televisión, y que, sin embargo, nadie se tomase en serio una noticia como ésa, nadie calculase sus consecuencias, indagase su significado, o se parase un instante para preguntarse sobre su veracidad.

Seríamos incapaces de imaginar hasta qué punto los hombres podemos llegar a leer sin entender, a ver sin mirar, a oír sin escuchar, a seguir por nuestro camino rutinario, sin alzar un momento la mirada, sin mirar más allá, sin hacer caso a una voz que nunca ha dejado de hablar, a una luz que nunca ha dejado de guiar.

Aunque seamos incapaces de imaginarlo, esto ocurre, todos los años, todos los días y, sobre todo, en estos días de Navidad.

Y mientras las calles se visten de luces, las familias se vuelven a reunir, los ruidos de siempre se mezclan con viejos y nuevos villancicos, y muchos pueden mostrar con regalos el amor, el aprecio, la amistad, o simplemente la cortesía, resulta que también la ocasión es inmejorable para que muchos hagan su agosto en diciembre, para que los grandes almacenes protesten al Ayuntamiento, porque unos jóvenes solidarios piden a sus puertas una limosna para atender a los más desfavorecidos, y para que los anuncios publicitarios inviten a consumir porque algo en la vida habrá que celebrar.

El ángel anuncia a los pastores la Buena Nueva: «Os ha nacido el Salvador»
El ángel anuncia a los pastores la Buena Nueva: «Os ha nacido el Salvador»

Y mientras todo esto parece ser la Navidad, la triste Navidad de nuestra ciudad, la Navidad de cartón piedra, incapaz de responder al drama de los pobres, a la insatisfacción del que fracasa, a la desazón del abatido, a la soledad de tantos, casi de todos… hay una Navidad de verdad, una Navidad que muy pocos conocen, una Navidad real, como todo nacimiento, como todo acontecimiento, como lo que nos pasa cada día.

La Navidad de verdad, la única, es Él. El Hijo eterno de Dios, que se hace uno de nosotros, o como bien relató Gregorio Nacianceno: Se encarnó quien era incorpóreo, el Logos toma cuerpo, el invisible es visto, se hace tangible el intangible, comienza quien está fuera del tiempo. El Hijo de Dios se convierte en el hijo del hombre. Y esto cambia todo, de arriba a abajo, cambia desde la raíz, hasta el más insignificante de los significados, cambia todo de verdad, y no sólo el aspecto de las calles, o las sonrisas y las felicitaciones de los hombres por unos días.

Cambia el sentido de nuestra vida, porque si Dios se hace hombre, tú y yo valemos para Dios mucho más de lo que jamás podamos reconocer, y no valemos lo que pesamos, sabemos, tenemos; valemos lo que somos, valemos lo que vale una pequeña criatura acostada en un pesebre, sin nada que pueda confundir o distraer su radical dignidad. Sí, cambia el porqué y el para qué de nuestra vida, que adquiere un valor infinito, un motivo de esperanza, porque como ya hemos dicho alguna vez en éstas páginas: Tu vida vale la Encarnación de Dios.

Cambia el sentido de nuestra mirada y de todo nuestro sentir y hacer, porque si Él ha venido, si Él ha tomado nuestra carne, nuestras manos, nuestros ojos, nuestro corazón, nuestro ser enteramente, Él está, Él sigue acompañando nuestro caminar. Y si está con nosotros, como nos ha prometido, hasta el final, es que está en cada hombre. Es que está en cada instante. Es que está entre nosotros. Dios en el regazo de los suyos, de los que buscándole le reconocen en Jesús: Dios en su Iglesia, en el misterio de la Historia, en el mundo. Y todos sus rincones son Belén, y, como Belén, son lugar de adoración. Y cambia la razón de nuestro vivir: Si Él es Amor, sólo ese amor, sólo amar con ese amor, vale la pena en la vida.

Cambia el sentido de nuestra celebración, porque si Dios ha tomado la condición humana, ésta será inseparable de Dios. La Alianza nueva y eterna es un pacto irrevocable de amor, por el que Dios nunca dará la espalda al hombre. Y esto no hay canto, ni grito, ni sollozo, ni plegaria, ni abrazo, ni banquete, capaz de abarcarlo y de celebrarlo; no hay horas del día, ni siquiera de todos los años de una vida, que puedan encerrar una alegría como ésta.

Alegrémonos porque podemos ver y creer en la verdadera Navidad, que cambia todo, que da pleno sentido a nuestra vida, por la que nada ni nadie en este mundo puede arrebatarnos la paz, la alegría y la esperanza, la razón y el valor de nuestra vida.

El ángel-espía

El cuerpo diplomático que se ocupó de traer a la tierra los mensajes cifrados de la Redención no fue muy numeroso.

Primero fue un arcángel, san Gabriel, según se dice. Rango de embajador extraordinario: con toda su categoría y plenipotencia. Éste habló con palabras diáfanas y posiblemente dos veces. Porque puede suponerse que fue el ministro plenipotenciario encargado de la primera embajada, a María, el que despachó la segunda: el que tranquilizó a José cuando advirtió la gravidez de su esposa Virgen. No debes tener recelo en recibir a María.

El anuncio que recibieron en su soledad María y José era absolutamente contradictorio con el esquema del Mesías político, caudillo nacionalista que se tenían formado los intelectuales de Israel. Un Mesías naciendo de una Virgen, en el hogar de un pobre carpintero, significaba toda una revolución. Por eso María y José callaron.

La Buena Nueva empezó como una conspiración, tras sus dos primeras anunciaciones. Hay una tercera que corre directamente a cargo del Espíritu. Me refiero al movimiento lírico y profético que se levanta, como un viento, en las entrañas de las dos futuras madres: María e Isabel. El Magnificat es ya algo más que anuncio y premonición. Es manifiesto de la revolución que se avecina. Revela su estilo: y habla de tronos volcados, de humildes exaltados, de ricos despachados sin audiencia. Y estando así las cosas, en este grado de clandestino y minoritario conocimiento, nace el Niño en el portal.

No es extraño que por las cercanías de Belén hubiera pastores. A una concentración de estos últimos se les aparece un ángel. ¿Otro embajador plenipotenciario? No: los miembros del cuerpo diplomático angélico han sido enviados a los grandes agentes de la revolución mesiánica: María, José. Este ángel no viene con ningún telegrama cifrado. Este ángel va a hablarles a los pastores de un modo directo: Os anuncio una grande alegría…, que os ha nacido un Salvador. Esto no es ya un anuncio de un embajador. Esto es ya el comienzo de la revolución. Éste es el ángel-espía que viene en el seno de la noche y va directamente al pueblo, y le da pleno y conciso desarrollo a la inversión de valores que ya ha anticipado el Magnificat. Les canta un villancico con un versillo que habla de Gloria divina, y otro, paralelo, que habla de paz a los hombres de buena voluntad. Empieza la radical paradoja de las bienaventuranzas: la nueva constitución contradictoria con toda la moral farisaica y el mesianismo político que los fariseos habían esbozado. Pronto se dirá que son bienaventurados los pobres y los hambrientos. Aquella noche se proclamará ya que la Gloria de Dios no va a ser correspondida por ninguna empresa bélica y nacional de Israel, sino por la paz de los hombres de buena voluntad.

El ángel-espía ha hablado a los suyos. Los pastores no han tenido que andar con reservas como María y José ante las embajadas angélicas. No es una confidencia que se les hace. Es una orden que se les da. Corren al portal. Allí gritarían la consigna del ángel-espía, del agitador bajado del cielo. Allí se hincarían ante el pesebre. Había empezado la revolución.

José María Pemán
de La Navidad (Edibesa)

«Como la nieve»

¿Qué es verdaderamente la Navidad para nosotros, los cristianos? Tal vez me respondan que son los días de la ternura, de la alegría, de la familia. Pero, ¿por qué nuestra alma se alegra, por qué se llena de ternura el corazón? La respuesta la sabemos todos, aunque con frecuencia no la vivamos. La Navidad es la prueba, repetida cada año, de dos realidades formidables: que Dios está cerca de nosotros; y que nos ama.

Decimos tantas veces que Dios está lejos, que nos ha abandonado, que nos sentimos solos… Como si Dios fuera un padre que se marchó a los cielos y que vive allí muy bien, mientras sus hijos sangran en la tierra. Pero la Navidad demuestra que eso no es cierto. Dios abandonó él mismo los cielos para estar entre nosotros, ser, vivir, sufrir y morir como nosotros. Éste es el Dios de los cristianos. No alguien que de puro grande no nos quepa en nuestro corazón. Sino alguien que se hizo pequeño para estar entre nosotros.

¿Por qué bajó de los cielos? Porque nos ama. Todo el que ama quiere estar cerca de la persona amada. Viaja, si es necesario, para estar con ella. Así Dios. Siendo el infinitamente otro, quiso ser el infinitamente nuestro. Siendo la omnipotencia, compartió nuestra debilidad. Siendo el eterno, se hizo temporal.

Si es así, ¿por qué no percibimos su presencia, su amor? Por no estar lo suficientemente atentos. ¿Se han dado cuenta de que con los fenómenos de la naturaleza nos ocurre algo parecido? Oímos el trueno, la tormenta. Llegamos a escuchar la lluvia y el aguacero. Pero la nieve sólo se percibe si uno se asoma a la ventana. Cae la nieve sobre el mundo y es callada, como el amor de Dios. Y nadie negará la caída de la nieve porque no la haya oído.

Así ocurre con el amor de Dios. Hay que abrir mucho los ojos del alma para enterarse. Porque como dice un salmo, la misericordia de Dios llena la tierra, cubre las almas con su incesante nevada de amor. Navidad es la gran prueba. En estos días ese amor de Dios se hace visible en un portal.

José Luis Martín Descalzo
de Días grandes de Jesús (Edibesa)

Papá Noel descubre la navidad (cuento)

En un país cubierto de una capa de nieve como un pastel de nata, vivía un hombre con una barba nevada, roja la vestidura, rojo como la sangre.

Papá Noel era muy bueno, pero no era completamente feliz; hacía muchos regalos, como sabéis, ¡pero no sabía nada de Dios!

Un día, después de tomar pavo a la pimienta, polvorones y, de postre, turrón de guinda con un poco de azúcar, salió a repartir regalos.

—¡Buuuuuuuuuuu! ¡buuuuuuuuu! ¡buuuuuuuu! ¡buuuuuuuuu!, hacía el viento.

—¡Ánimo, renos, no tengáis miedo del viento!, decía Papá Noel.

Y volando llegó a una casa, descendió por la chimenea y apareció en una habitación muy grande y bonita; sus ojos casi se salían de sitio. Allí, desde el suelo, le sonreía el Niño Jesús. Papá Noel se arrodilló y le dio un beso. Entonces sintió una profunda felicidad y en aquel momento descubrió la Navidad.

Pilar Monte Armenteros
7 años. 1º de E. G. B.
1er premio de E. G. B. del Colegio Peñaubiña