Francisco: «Yo no sé si estaré en Panamá, pero os puedo asegurar que Pedro sí estará» - Alfa y Omega

Francisco: «Yo no sé si estaré en Panamá, pero os puedo asegurar que Pedro sí estará»

Redacción

Las fuertes lluvias en Cracovia obligaron a alterar el programa de los últimos momentos de la visita del Papa, que despegó hacia Roma en torno a las 7 de la tarde. Inmunes al temporal, aguardaban al pie del avión un grupo de peregrinos de la JMJ y una orquesta, que no dejó de tocar.

Minutos antes Francisco se había encontrado con los voluntarios de la JMJ, para agradecerles «el esfuerzo, la generosidad y la dedicación con la que han acompañado, ayudado y servido a los miles de jóvenes peregrinos».

Dicho esto, el Pontífice dejó a un lado el discurso que traía escrito –«un poco aburrido», dijo– e improvisó unas palabras en español.

El obispo a cargo de la coordinador de la JMJ había calificado a los jóvenes de «esperanza del futuro». «Y es verdad», añadió el Papa, «pero con dos condiciones».

La primera es «tener memoria. Preguntarme de dónde vengo: memoria de mi pueblo, memoria de mi familia, memoria de toda mi historia». «Memoria de un camino andado, memoria de lo que recibí de mis mayores. Un joven desmemoriado no es esperanza para el futuro. ¿Está claro?».

Para ello el Papa les pidió a los chicos y chicas hablar con sus padres, con sus abuelos… «¿Me prometen que para preparar Panamá van a hablar más con los abuelos? Y si los abuelos ya se fueron al cielo, ¿van a hablar con los ancianos?» «Pregúntenles. Son la sabiduría de un pueblo».

La segunda condición para ser «esperanza del futuro» es «tener coraje», espíritu luchador, como el del joven voluntario que falleció de cáncer poco antes del inicio de la JMJ.

«Yo no sé si voy a estar en Panamá, pero les puedo asegurar una cosa: que Pedro va a estar en Panamá», les espetó entonces el Papa a los voluntarios. «Y Pedro les va a preguntar si hablaron con los abuelos, si hablaron con los ancianos para tener memoria, si tuvieron coraje y valentía para enfrentar las situaciones y sembraron cosas para el futuro. Y a Pedro le van a responder. ¿Está claro?».

Discurso escrito del Papa

Queridos voluntarios:

Antes de regresar a Roma, siento el deseo de encontraros y, sobre todo, de dar las gracias a cada uno de vosotros por el esfuerzo, la generosidad y la dedicación con la que habéis acompañado, ayudado y servido a los miles de jóvenes peregrinos. Gracias también por vuestro testimonio de fe que, unido al de los muchísimos jóvenes de todo el mundo, es un gran signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Al entregaros por amor de Cristo, habéis experimentado lo hermoso que es comprometerse con una causa noble, y lo gratificante que es hacer, junto con tantos amigos y amigas, un camino fatigoso pero que paga el esfuerzo con la alegría y la dedicación con una riqueza nueva de conocimiento y de apertura a Jesús, al prójimo, a opciones de vida importantes.

Como una manifestación de mi gratitud me gustaría compartir con vosotros un don que la Virgen María nos ofrece, y que hoy ha venido a visitarnos en la imagen milagrosa de Kalwaria Zebrzydowska, tan querida por san Juan Pablo II. En efecto, justo en el misterio evangélico de la Visitación (cf. Lc 1, 39 – 45) podemos encontrar un icono del voluntariado cristiano. De él tomo tres actitudes de María y os las dejo, para que os ayuden a leer la experiencia de estos días y para avanzar en el camino del servicio. Estas actitudes son la escucha, la decisión y la acción.

Primero, la escucha. María se pone en camino a partir de una palabra del ángel: «Tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez» (Lc 1, 36). María sabe escuchar a Dios: no se trata de un simple oír, sino de escucha, hecha de atención, de acogida, de disponibilidad. Pensemos en todas las veces que estamos distraídos delante del Señor o de los demás, y realmente no escuchamos. María escucha también los hechos, los sucesos de la vida, está atenta a la realidad concreta y no se detiene en la superficie, sino que busca captar su significado. María supo que Isabel, ya anciana, esperaba un hijo; y en eso ve la mano de Dios, el signo de su misericordia. Esto sucede también en nuestras vidas: el Señor está a la puerta y llama de muchas maneras, pone señales en nuestro camino y nos llama a leerlas con la luz del Evangelio.

La segunda actitud de María es la decisión. María escucha, reflexiona, pero también sabe dar un paso adelante: decide. Así ha sucedido en la decisión fundamental de su vida: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Y también así en las bodas de Caná, cuando María se da cuenta del problema y decidió acudir a Jesús para que interviniera: «No tienen vino» (Jn 2, 3). En la vida, muchas veces es difícil tomar decisiones y por eso tendemos a posponerlas, tal vez dejando que sean otros los que decidan por nosotros; o incluso preferimos dejarnos arrastrar por los acontecimientos, seguir la «tendencia» del momento; a veces sabemos lo que deberíamos hacer, pero no tenemos valor, porque nos parece demasiado difícil ir contracorriente… María no tiene miedo de ir contracorriente: con el corazón firme en la escucha, decide, asumiendo todos los riesgos, pero no sola, sino con Dios.

Y, por último, la acción. María se puso en camino «de prisa…» (Lc 1, 39). A pesar de las dificultades y de las críticas que pudo recibir, no se demora, no vacila, sino que va, y va «de prisa», porque en ella está la fuerza de la Palabra de Dios. Y su actuar está lleno de caridad, lleno de amor: esta es la marca de Dios. María va a ver a Isabel, no para que le digan que es buena, sino para ayudarla, para ser útil, para servir. Y en este salir de su casa, de sí misma, por amor, se lleva lo más valioso que tiene:

Jesús, el Hijo de Dios, el Señor. Isabel lo comprende inmediatamente: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 43); el Espíritu Santo suscita en ella resonancias de fe y de alegría: «Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (Lc 1, 44).

También en el voluntariado todo servicio es importante, incluso el más sencillo. Y su sentido último es la apertura a la presencia de Jesús; la experiencia del amor que viene de lo alto es lo que pone en camino y llena de alegría. El voluntario de las Jornadas Mundiales de la Juventud no es sólo un «agente», es siempre un evangelizador, porque la Iglesia existe y actúa para evangelizar.
María, cuando acabó su servicio con Isabel, regresó a su casa, en Nazaret. Con delicadeza y sencillez, igual que ha venido se va. También vosotros, queridos jóvenes, no llegaréis a ver todo el fruto del trabajo realizado aquí en Cracovia, o durante los «hermanamientos». Lo descubrirán en sus vidas y se regocijarán por ello las hermanas y hermanos que habéis servido. Es la gratuidad del amor. Pero Dios conoce vuestra dedicación, vuestro compromiso y vuestra generosidad. Él –podéis estar seguros– no dejará de recompensaros por todo lo que habéis hecho por esta Iglesia de los jóvenes, que estos días se ha reunido en Cracovia con el Sucesor de Pedro. Os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia (cf. Hch 20, 32); Os encomiendo a nuestra Madre, modelo de voluntariado cristiano; y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí.