Del silencio a la fiesta, tras los pasos de Juan Pablo II - Alfa y Omega

Del silencio a la fiesta, tras los pasos de Juan Pablo II

Una peregrinación intensa. Desafiante. Marcada por el dolor. Silencio reflexivo por la muerte. Silencio antes de la fiesta. Una fiesta inmensa, de colores y banderas que se extendían hasta el horizonte. Una multitud que buscaba una palabra de ánimo, la palabra del pastor. Y que, con su alegría contagiosa por las calles de Cracovia, envió al mundo un mensaje de esperanza. Trazos que resumen la visita de cinco días cumplida por el Papa Francisco al país de Juan Pablo II. Hombre santo venido de una Europa del Este que en 1979 parecía una «tierra lejana» pero que en este julio 2016 se convirtió en el centro de la cristiandad

Andrés Beltramo Álvarez
En Auschwitz, junto al muro de la muerte. Foto: REUTERS/David W Cerny

Difícil se presentaba la vigilia del viaje internacional número 15 de este pontificado. El asesinato del sacerdote francés Jacques Hamel a manos de fundamentalistas predispuso de otra manera una gira que no empezó con ánimo festivo. Francisco aterrizó en Cracovia la tarde del miércoles 27 e inmediatamente cumplió con los compromisos institucionales. Se trasladó hasta el histórico complejo del Wawel donde se reunió con miembros de la sociedad civil, autoridades políticas y miembros del cuerpo diplomático.

En su primer discurso en el país, entró de lleno a uno de los problemas más discutidos de los últimos meses: la recepción a los refugiados. Ante los representantes de un Gobierno que ha optado por cerrar las fronteras, constató que «hace falta solidaridad» hacia quienes se encuentran privados de sus derechos fundamentales, incluido el de profesar libremente y con seguridad la propia fe, y pidió sinergias internacionales para encontrar soluciones a los conflictos y las guerras, que obligan a muchas personas a abandonar sus hogares. «Se trata de hacer todo lo posible por aliviar sus sufrimientos, sin cansarse de trabajar con inteligencia por la justicia y la paz, dando testimonio con los hechos de los valores humanos y cristianos», insistió. Y llamó a poner en práctica un «suplemento de sabiduría y misericordia» para «superar los temores y hacer el mayor bien posible» a los migrantes.

De ahí se trasladó a la cercana catedral de Cracovia, donde sostuvo un encuentro a puerta cerradas con los obispos del país. Una cita que originalmente iba a ser abierta, pero que en el último momento cambió su formato. Ningún discurso, más bien un diálogo «franco y familiar», como reveló después el arzobispo de Varsovia, Kazimierz Nycz. «El Papa no vino a reprendernos como alguno pensaba, nada de eso», precisó en referencia a varios análisis previos a la llegada de Bergoglio, que destacaron la distancia entre el episcopado polaco y el pontífice argentino. Lo que sí hizo Francisco fue exhortarles a abandonar sus seguridades y lanzarse a la calle, «compartiendo las alegrías y las fatigas de la gente».

Silencios ensordecedores

La misma noche de ese miércoles 27 Francisco recordó a Maciej Ciesla, un joven de 22 años que había renunciado a su trabajo para sumarse como voluntario a preparar la Jornada Mundial de la Juventud y a quien, en noviembre pasado, le detectaron un cáncer fulminante. «El quería llegar vivo a la visita del Papa, pero murió el 2 de julio pasado», lamentó Bergoglio asomado a la ventana central en la sede del Arzobispado de Cracovia. «Ustedes pensarán: este Papa nos arruina la fiesta, pero esta es la vida, hay cosas buenas y cosas malas», agregó, al poner como ejemplo al muchacho que «cambió la vida de tantos».

Aquel silencio por el dolor de la muerte se extendió en los días posteriores. Fue el silencio del Papa ante la imagen de la Virgen negra de Jasna Gora, patrona de Polonia, en su santuario de Czestochowa. El silencio breve que se creó entre la multitud que asistió allí a una Misa multitudinaria cuando, de repente, Francisco cayó aparatosamente junto al altar al no ver un escalón. Fue el silencio de la lluvia intensa, la tarde de ese jueves, que precedió la ceremonia de bienvenida que los jóvenes le prepararon en el parque Blonia. Una lluvia fina y gris. Molesta, que obligó a más de 300.000 jóvenes a cubrirse con sus impermeables multicolores.

En la ceremonia de acogida de los jóvenes, el jueves 28 de julio. Foto: CNS

Un silencio espiritual que alcanzó su ápice la mañana del viernes 29, cuando el Papa atravesó caminando, solo, el gran portón de ingreso del campo de exterminio nazi de Auschwitz. El silencio ensordecedor de un lugar diseñado escrupulosamente para matar en cada uno de sus ángulos, que casi de milagro dejó algunos sobrevivientes.

Tras aquellas alambradas de púa, antaño electrificadas, Bergoglio se sentó solo en una silla. En su horizonte apenas se veía una vieja barraca color ladrillo. Minutos conmovedores. En su rostro podía verse la perplejidad y la angustia. Después llegó el momento de visitar la plaza del llamado, donde muchos detenidos eran ahorcados. Francisco besó uno de los postes, casi como deseando redimir aquellas almas atribuladas.

Luego ingresó en el bloque 11. Se encontró con un grupo de sobrevivientes a los que saludó uno por uno antes de dirigirse al muro de la muerte, pared de ejecución. En la celda donde murió san Maximiliano Kolbe rezó a oscuras y después se trasladó hasta Birkenau, el campo contiguo. Allí rindió homenaje a las víctimas de todas las nacionalidades asesinadas bajo el régimen nazi. Un dolor revivido la noche de ese viernes en un vía crucis multitudinario, con los participantes en la JMJ.

El desafío a los jóvenes

Aquel silencio dio paso lentamente a la fiesta, y a un desafío lanzado por el Papa a los jóvenes de la jornada. En la vigilia de oración la noche del sábado 30, Francisco empujó a más de un millón de fieles a abandonar la «parálisis más peligrosa», la que confunde la felicidad con un sofá cómodo, que garantice horas de tranquilidad para irse al mundo de los videojuegos.

La felicidad de sofá nos duerme y nos deja atontados mientras otros deciden por nosotros. Es cierto, para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados que confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón, estableció.

Por eso Francisco llamó a los jóvenes a dejar el sofá y cambiarlo por «un par de zapatos» para caminar senderos impensados, para seguir a Jesús en la locura de encontrar al hambriento, al sediento, al desnudo, al enfermo, al amigo caído en desgracia, al que está preso, al prófugo y al emigrante. «Dios nos invita a ser actores políticos, pensadores, movilizadores sociales», apuntó.

No fueron palabras dulces, ni palmaditas en la espalda las dirigidas a los jóvenes. Parecieron más bien una sacudida que tenía como destinataria a toda la juventud del mundo. Para que el mensaje se entendiese, la mañana del domingo 31 Francisco usó términos tecnológicos. Era la Misa final de la JMJ, el gran momento de encuentro con más de un millón y medio de almas.

Les instó a decir un «no fuerte» al «doping del éxito a cualquier precio» y a la «droga de pensar solo en sí mismo». «¡Tú eres importante! (Dios) cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes: ante él, nada vale la ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio», añadió.

El Papa pidió a los jóvenes que «entre tantos contactos y chats de cada día» el primer lugar lo ocupe «el hilo de oro de la oración», porque Dios tiene memoria, no un «disco duro» que registra y almacena todos los datos, sino un «corazón tierno de compasión que se regocija eliminando cualquier vestigio del mal».

«Puede que los juzguen como unos soñadores, porque creen en una nueva humanidad, que no acepta el odio entre los pueblos, ni ve las fronteras de los países como una barrera y custodia las propias tradiciones sin egoísmo y resentimiento. No se desanimen: con sus sonrisas y sus brazos abiertos predican la esperanza y son una bendición para la única familia humana», apuntó.

Con el desafío lanzado y la misión bien clara, al final de la misa el Papa anunció que la próxima Jornada Mundial de la Juventud multitudinaria se celebrará en 2019 en Panamá. Antes de despedirse de Cracovia, con sentido de realismo, Francisco sentenció: «No sé si yo estaré en Panamá, pero Pedro estará allí».