Cracovia: gravedad y esperanza - Alfa y Omega

Impresiona pensar que algunos de los jóvenes que participaron en la primera JMJ de la historia, hace ahora 30 años, ya son abuelos. Por fortuna casi nadie cuestiona ya lo que entonces pareció un experimento arriesgado, y lo que luego criticaron tenazmente no poco sabiondos, curiosamente fastidiados por esa imprevista conexión de los jóvenes con el Sucesor de Pedro. La intuición genial fue de un Papa que había bregado cuerpo a cuerpo con los jóvenes, tanto en las aulas como en el tiempo libre, en el estudio y en la afectividad: razón, libertad, afectos, construcción de la ciudad, amor al instante y sentido de la historia, memoria y futuro. Esos fueron los espacios en los que Juan Pablo II mostró a los jóvenes la correspondencia entre sus deseos y Cristo, presente en el cuerpo de la Iglesia. Y ellos, nosotros, lo entendimos. Y la riada fue incontenible para seguirle a donde fuera. Está pendiente estudiarlo como factor decisivo de la historia reciente de la Iglesia.

Después llegó Benedicto, y dio a las jornadas su especial intensidad de razón y contemplación: Colonia, Sidney, Madrid… el diálogo de Pedro con los jóvenes proseguía y se profundizaba en un tiempo de nuevas convulsiones. Ahora le toca a Francisco. La peregrinación que fluye desde los cuatro puntos cardinales conecta con su llamada a vivir una Iglesia en salida, espacio de misericordia, generadora de nueva cultura en un tiempo de gran incertidumbre. Los jóvenes han podido sopesar en Cracovia la gravedad del momento que nos toca vivir. Allí fraguó la experiencia de Karol Wojtyla, allí la fe cristiana desafío la pretensión del marxismo de apropiarse la esperanza del hombre. De esa batalla aún no hemos entendido ni hablado suficiente.

Desde Cracovia se otea hoy una Europa cansada y confusa, amenazada por sus demonios interiores y acosada por nuevos enemigos. «¿Qué te ha pasado, Europa?», ha dicho paternalmente Francisco, el primer Papa llegado del otro lado del océano. Los jóvenes que han participado en esta JMJ son hijos de este tiempo de incertidumbres pero también de una historia que prosigue desde hace más de veinte siglos. Ellos no pueden poner su esperanza en las promesas del bienestar, de las ideologías o del placer que se esfuma. «¡Solo Cristo está a la altura de los deseos de vuestro corazón!», les dijo un día el gran Juan Pablo II. Eso es lo que han vuelto a proclamar ante el mundo, como un faro en medio de la tormenta.