Uno a uno - Alfa y Omega

Es el tesoro más grande que me regala vivir en África: de persona a persona, uno a uno. Estoy escribiendo mi primera colaboración para Alfa y Omega que me ha invitado a compartir con vosotros el día a día de la misión. Y lo hago desde España, a donde vengo en verano, cada dos años, para visitar a mi familia.

Me doy cuenta de que África me ha enseñado a mirar un poco menos desde el punto de vista del ego y un poco más desde el punto de vista de las cosas. Ahora me fijo en la realidad más sencilla y disfruto lo más cotidiano como, por ejemplo, del dulce de merengue y limón que preparó mi madre para recibirme; o de ayudar a recoger el desayuno con los hospitaleros en el albergue Las Águedas en el Camino de Santiago; o de percibir la amabilidad de las señoras que me atendieron en la Jefatura Provincial de Tráfico de Palma cuando fui el otro día a renovarme el carnet de conducir; o de jugar con mis sobrinos a hacer castillos en la arena. He gozado más de los encuentros con mis amigos.

Cuando voy a un sitio ya no quiero verlo todo, sino reposarlo mejor. Como le dice C. S. Lewis a su mujer en la película Tierras de penumbra, «ya no quiero estar en ningún otro sitio. Ya no espero que ocurra nada nuevo. Y tampoco tengo que esperar hasta la siguiente colina. Estoy aquí, es suficiente».

En esta etapa he tenido el inmenso regalo de pasar una semana en el santuario de Lluc, en la sierra de Tramuntana, en Mallorca. Y he descubierto un poco más cómo la oración nos da esa necesaria distancia de las personas y de las cosas que no es lejanía, sino capacidad para acogerlo todo como un don, sin avidez. Disfrutando del instante, pero sin agarrarlo ni retenerlo. Agradeciendo los encuentros.

Para cuando vosotros leáis estas líneas, yo estaré ya de vuelta en nuestro poblado de Kanzenze, con mis hermanas de comunidad, con los profesores y los chicos de la escuela, con la gente, con las familias. Aprendiendo a escuchar y a dejar que la belleza de todo lo que es, sea. Aprendiendo a vivir.