Un año de gracia… - Alfa y Omega

Un año de gracia…

Alfa y Omega
En la canonización de san Juan XXIII y san Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro, el 27 de abril de 2014

«Deseo dirigir a cada hombre y mujer, a los pueblos y naciones del mundo…, mis mejores deseos de paz, que acompaño con mis oraciones por el fin de las guerras, los conflictos, tanto sufrimiento. Rezo, sobre todo, para que resistamos a la tentación de comportarnos de un modo indigno de nuestra humanidad»: así inicia el Papa Francisco su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz que se celebra mañana, pidiendo con ardor que «consideremos a todos los hombres no esclavos, sino hermanos», pues «el hombre es un ser relacional, destinado a realizarse en un contexto de relaciones interpersonales inspiradas por la justicia y la caridad». Y sin embargo, «por desgracia, el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por el hombre daña seriamente la vida en comunión y la llamada a estrechar relaciones interpersonales marcadas por el respeto, la justicia y la caridad».

Vienen a la mente las palabras, de hace cien años, del Papa Benedicto XV ante el estallido de la Primera Guerra Mundial, con su certero diagnóstico de que el mal viene de lejos, con el abandono de la sabiduría cristiana, cuyo primer síntoma no es otro que «la ausencia de amor mutuo en la comunicación entre los hombres», y su primer remedio: acoger el aliento divino, rezar «a Dios, árbitro y señor de todas las cosas, para que, recordando su misericordia, aleje este flagelo de la ira». Es la sabiduría cristiana que sigue expresando el Papa Francisco, con sus deseos de paz, de la paz verdadera, a la medida de la dignidad humana, los deseos, en definitiva, de todo corazón humano bien nacido y que sólo en fidelidad al Creador pueden hallar cumplimiento. Lo dice enseguida Francisco en su Mensaje: sí, «la Buena Nueva de Jesucristo, por la que Dios hace nuevas todas las cosas, es capaz de redimir las relaciones entre los hombres».

Renueva el Papa, sin duda, los deseos que han alentado la vida de los hombres que Dios ama a lo largo del año que hoy termina, y por eso, como se dice en cristiano, es un año de gracia. Y muy especial, éste 2014, con el don de la proclamación de dos Papas santos: Juan XXIII y Juan Pablo II, testigos admirables de auténtica humanidad. En ser santo, justamente, consiste la verdadera humanidad, que no se rinde a la tentación del Maligno, disfrazado cada vez más sofisticadamente de ángel de luz, que con tanto acierto definió san Ignacio de Loyola como enemigo de natura humana. Es «el origen de las tinieblas», recordó el Papa Francisco en la pasada Nochebuena, y «el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios esperaba. Su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto –concluye– consiste el anuncio de la noche de Navidad».

Y en su Mensaje de Navidad, recordó a los «hermanos de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo», a los que sufren en Ucrania, en Nigeria y en tantas otras partes de África, a los niños muertos en Pakistán hace tan sólo unos días… y «a los que padecen antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y sepultados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida». ¡Pero Dios es más fuerte, y nos ha hecho «reconocer la salvación en el Niño Jesús, nacido en Belén de la Virgen María!».

Para hacer balance, desde la luz que Dios nos da —no desde las tinieblas de los juicios del mundo, por muchas y potentes que sean sus luces artificiales—, de este 2014, ciertamente año de gracia, nada mejor que el testimonio de los santos Papas, muy significativamente canonizados juntos, Juan XXIII y Juan Pablo II, que «fueron sacerdotes y obispos y Papas del siglo XX —dijo su sucesor Francisco al canonizarlos—. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron». Porque, «en ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la Historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios». No era casual coincidencia la del día de la canonización de los dos Papas, con el día de la beatificación en 2011, y el de su paso a la Casa del Padre en 2005, de quien instituyó, en ese segundo domingo de Pascua, la fiesta de la Divina Misericordia. Al beatificarlo, Benedicto XVI recordó cómo el santo Papa, en su testamento, quiso «expresar, una vez más, gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II». No podía estar más clara la coincidencia de los dos Papas santos. En su canonización, Francisco dijo que, en ellos, «contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia, había una esperanza viva y un gozo inefable y radiante». La esperanza y la alegría que «se respiraba en la primera comunidad de los creyentes. Y ésta —añadió— es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía originaria». Y los llamó, respectivamente, el Papa de la docilidad al Espíritu Santo y el Papa de la familia. «Me gusta subrayarlo —añadió— ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias». ¡Otro bien significativo motivo más para hablar, con toda verdad, de un año de gracia!