Cristo, antídoto contra «los valores débiles de nuestra sociedad» - Alfa y Omega

Cristo, antídoto contra «los valores débiles de nuestra sociedad»

Hoy se ha celebrado en la catedral compostelana la Fiesta de la Traslación del Apóstol Santiago, en la que monseñor Julián Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela, ha pedido «tener en cuenta los fundamentos del cristianismo para transformar los valores débiles de nuestra cultura y sociedad», y superar así «tanto la inmoralidad como la frivolidad». El arzobispo compostelano denunció que hoy «no se percibe frecuentemente la referencia a Dios en aspectos diarios de la vida o en propuestas que no tienen en consideración la dignidad de la persona humana», por lo que «es necesario sacar de nuevo a la luz la prioridad de Dios». Ésta es la homilía completa de monseñor Julián Barrio:

Redacción

La Iglesia fundada por Cristo peregrina hacia Él con la fe transmitida por los Apóstoles y sus sucesores. Y desde esa fe interpreta cada momento de la historia, llamándonos a ofrecer la alegría del Evangelio, que «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por El son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento». Esta experiencia religiosa nos impulsa a promover la verdad que nos hace libres para consolidarnos cada vez más en la esperanza cristiana y en la caridad.

Al celebrar la traslación del Apóstol, admiramos su testimonio atrayente, participando de su misión que nos compromete por un lado a ser «fieles custodios de la Buena Noticia que los Apóstoles transmitieron, sin ceder a la tentación de alterarla, disminuirla o plegarla a otros intereses, y por otro, nos transforma a cada uno de nosotros en anunciadores incansables de la fe en Cristo, con la palabra y el testimonio de la vida en todos los campos de la sociedad». Sabemos de quién nos hemos fiado y estamos seguros.

Con este convencimiento hemos de tener en cuenta los fundamentos del cristianismo para transformar los valores débiles de nuestra cultura y sociedad, y superar tanto la inmoralidad como la frivolidad. Este es el compromiso de la Iglesia que busca contribuir a hacer más humana la familia de los hombres y su historia. «Sabe bien que sólo Dios, a quien ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano. Sabe también que el hombre, solicitado sin cesar por el Espíritu de Dios, nunca será totalmente indiferente ante el problema de la religión, como lo prueban no sólo la experiencia de los siglos pasados, sino también los múltiples testimonios de nuestro tiempo. Pues el hombre siempre deseará, al menos confusamente, saber cuál es el significado de su vida, de su actividad y de su muerte» (GS 41). No ignoramos los muchos aspectos positivos de la cultura actual pero notamos que no se percibe frecuentemente la referencia a Dios en aspectos diarios de la vida o en propuestas que no tienen en consideración la dignidad de la persona humana en el ámbito cultural, político, económico o religioso. Es necesario sacar de nuevo a la luz la prioridad de Dios. «Hoy lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que él nos responde. Y que, a la inversa, si Dios desaparece, por más ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad, con lo cual se derrumba la esencial».

«En la base de la convicción acerca de la existencia de un Dios creador se ha desarrollado la idea de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, el conocimiento de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada individuo y la conciencia de la responsabilidad de los hombres por sus actuaciones. Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su totalidad».

El cristiano está en el mundo para realizar obras con valor de eternidad, dando un testimonio irreprochable y fiel del Evangelio, siendo luz en medio de las tinieblas y sal incorrupta en medio de la corrupción moral con una vida de santidad, y actuando a través de la caridad como transparencia de Cristo en el discípulo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros» (Jn 13, 35).

«Creí, por eso hablé». La fe que no son teorías piadosas, rutinas crédulas o engreimientos religiosos, nos ofrece criterios para juzgar cuanto nos rodea desde la luz de Cristo, y se manifiesta en la caridad que nos impulsa a buscar los intereses de Dios en nuestros hermanos y sólo podrá ser vivida y operante en nosotros, en la medida en que erradiquemos de nuestro corazón todo egoísmo, toda corrupción como actitud de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse, toda ambición propia, toda comodidad irresponsable. Se nos propone vivir en un nivel superior pero no con menor intensidad pues «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad». «Sin una apertura a la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultándole difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la paz».

La Palabra de Dios orienta nuestra razón de ser ante el destino personal frente al tiempo y la eternidad. «No os engañéis; de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará» (Gal 6, 7-8). «¿De que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?» (Mc 8, 36). Y junto con esta dimensión de eternidad, la caridad existencial para con el prójimo. «Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo… No nos cansemos de hacer el bien, que si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos» (Gal 6, 2. 9-10). Son momentos para reflexionar sobre los horizontes borrosos de nuestra existencia.

Escribe san Pablo: «En toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo». La muerte ha de ir actuando en nosotros para que se manifieste también en nosotros la vida que sigue a la muerte, la vida dichosa después de la victoria, la vida feliz terminado el combate, la vida en la que ya no es necesario luchar contra el cuerpo mortal porque el mismo cuerpo mortal ha alcanzado ya la victoria. La muerte de Cristo en nosotros sepulta nuestros vicios y resucita las virtudes.

«El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien».

Con confianza poño sobre o Altar, co Patrocinio do Apóstolo, a vosa ofrenda, Excmo. Sr. Delegado Rexio, tendo en conta as intencións das Súas Maxestades e da Familia Real, dos nosos gobernantes estatais, autonómicos e locais, das persoas e familias que están a padecer as consecuencias da crise económica, e de todos os que formamos os distintos pobos de España, de xeito especial dos queridos fillos desta terra galega. Encomendo ao amigo do Señor esta querida Arquidiocese Compostelá que está a celebrar o Sínodo diocesano para que asuma o compromiso de transmitir de xeito especial o legado da nosa fe aos nenos e aos mozos para que sexan a ledicia da Igrexa e a esperanza da nosa sociedade. Pido ao Señor coa intercesión do Apóstolo Santiago o fortalecemento da nosa vida cristiá, como membros da única Igrexa de Cristo, a santificación e protección dos pais de familia a fin de que realicen a súa misión de coidar e educar os seus fillos en tranquilidade de espírito, a axuda necesaria para Vosa Excelencia, Sr. Oferente, para a súa familia e os seus colaboradores. Que Deus nos axude e o Apóstolo Santiago. Amén.