Las religiones son parte de la solución - Alfa y Omega

Las religiones son parte de la solución

Más allá de condenar la violencia, el Papa quiere implicar a los distintos líderes religiosos en la defensa de la dignidad del hombre

Alfa y Omega
El patriarca ecuménico Bartolomé de Constantinopla; el Papa Francisco; y (derecha) el arzobispo anglicano de Canterbury Justin Welby, durante la oración ecuménica en la basílica de San Francisco de Asís, el 20 de septiembre. Foto: CNS/Paul Haring

La religión no puede ser nunca un pretexto para la violencia. Lo han dicho con rotundidad desde Asís los líderes de las principales religiones del mundo, convocadas por el Papa para conmemorar y proseguir el camino iniciado por san Juan Pablo II hace 30 años. Además de representantes religiosos, participaron seis premios Nobel de la Paz y varios refugiados. A estos últimos se dirige de forma muy especial la declaración final, que entona un «no a la guerra» en nombre de «los pobres, de los niños, de las jóvenes generaciones, de las mujeres y de muchos hermanos y hermanas que sufren a causa de la guerra».

Esa mirada hacia afuera fue un rasgo importante de este cuarto encuentro de oración. Asís ha sido rotundo en la deslegitimación de la fe en nombre de la violencia, y esto es importante, pero las condenas no bastan. «Las religiones –dijo a Alfa y Omega el secretario del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, Miguel Ángel Ayuso– no son parte del problema sino de la solución». Eso es lo que quiere reforzar el Papa al implicar a los líderes religiosos en la defensa de la dignidad del ser humano. Francisco no se limitó a exhortar a los creyentes de las distintas religiones a «vivir juntos», liberados de odios y fundamentalismos, sino que también les pidió ser «artesanos de la paz, invocando a Dios y trabajando por los hombres». Poco antes, su meditación giró en torno a la imagen de Dios en la cruz sediento de «nuestro amor compasivo». Las víctimas de las guerras, los pobres, los inmigrantes… «son hermanos y hermanas del Crucificado», dijo. «Tienen sed. Pero a ellos se les da a menudo, como a Jesús, el amargo vinagre del rechazo. ¿Quién los escucha? ¿Quién se preocupa de responderles». Preguntas como estas deben planteárselas los fieles de todas las religiones. El amor a Dios debería mover a cualquier auténtico creyente a servir desinteresadamente al prójimo, comparta o no sus creencias. Porque de lo contrario, se acaba haciendo de la religión una ideología, y tarde o temprano también un pretexto para la violencia.