En la cárcel… y me visitasteis - Alfa y Omega

En la cárcel… y me visitasteis

El sábado, 24 de septiembre la Iglesia celebra la Fiesta de Nuestra Señora de la Merced, Patrona y Madre de los privados de libertad; de esos hombres y mujeres que, por unas circunstancias o por otras, hoy se encuentran entre rejas pagando por un delito cometido. Hombres y mujeres, jóvenes y mayores, que están en la cárcel y pueden ser delincuentes, pero, por encima de todo, son personas que, en forma alguna, han declinado de los derechos y dignidad que les corresponden, tanto como personas y como hijos de Dios y como cristianos

Paulino Alonso
Foto: María Martínez

Hoy quiero pensar en esas personas privadas de libertad que en Soto del Real me han recibido con mucho respeto y afecto todos estos años, ya 23, que llevo trabajando con ellos. Pensamiento dirigido también a sus familias que sufren con la separación de los suyos y que con frecuencia llevan sobre sus espaldas el dolor de ver a sus seres queridos entre rejas. Y, también, al personal penitenciario, dirección, funcionarios y trabajadores que dedican parte de su tiempo a atender y ayudar a que los privados de libertad puedan reinsertarse poco a poco en la sociedad; no olvidéis que son personas y que hay que tratarlas con dignidad y respeto, primer paso para la reinserción. Y un agradecimiento especial a todos los que en nombre de la Iglesia, capellanes y voluntarios, hacen presente al Dios de la misericordia y el rostro amigo y cercano de Jesús y su Evangelio dentro de los muros de la prisión.

El motivo de estas líneas es que reflexionemos juntos, iluminados con la luz del Evangelio de Cristo, en torno a ese mundo tantas veces desconocido y a veces deshumanizado en el que viven miles y miles de hombres y mujeres, donde el dolor y la soledad están presentes en muchos rincones.

Para Jesús, nuestro hermano y amigo, no existen puestas cerradas; no existen lugares en los que no pueda hacerse presente. Su presencia y su amor misericordioso llega a todos los hombres y mujeres donde quiera que se encuentren. Para Jesús todas las murallas pueden saltarse y toda celda puede ser visitada por muy cerrada que esta se encuentre.

Con esta reflexión, en el día de la Patrona, la Virgen de la Merced, quiero e hacer llegar una sencilla y humilde palabra de esperanza a los privados de libertad y a sus familias y animar a todos los cristianos a sentir la responsabilidad de que nos incumbe a todos el cuidado pastoral de aquellos que, aunque hoy están entre rejas, siguen siendo hermanos nuestros.

Siempre es posible el cambio

Cuando el hijo prodigo vuelve a la casa del padre después de haber llevado una conducta irregular, el padre lo recibe con cariño y lo perdona. El padre con esta actitud quiere salvar la humanidad del hijo.

Es tanto el amor que Dios Padre tiene a todos y cada uno de sus hijos que es capaz de inclinarse hacia todo hijo prodigo, hacia toda miseria humana. Y esta actitud de Dios, que debe ser también la nuestra, hace posible que el que es objeto de la misericordia no se sienta humillado, sino «hallado de nuevo y revalorizado». Por muy prodigo o rebelde que uno sea siempre tiene abierta la puerta de la misericordia de la casa del Padre.

El privado de libertad conserva integra su dignidad como persona, aunque haya hecho mal uso de ella. Y la misión de Jesús en medio de nosotros es mostrar el amor misericordioso del Padre porque Él, «ungido por el Espíritu ha venido a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc. 4, 18-19).

Jesús quiere recuperar al hombre y sacarle de todo aquello que le esclaviza y le retiene en la cárcel de sus propios pecados y de las injusticias humanas. Los errores y delitos que uno haya cometido y su dignidad ha podido quedar muy herida, pero siempre queda abierto el camino de la conversión a Dios.

Contemplando a Jesús crucificado que nos libra del pecado y de la muerte podemos entender el verdadero sentido de la libertad humana. Con la ayuda de la gracia el hombre puede vencer la esclavitud a la que le somete el pecado y ser reconciliado con Dios y con los hermanos.

Amigos que hoy estáis en la cárcel, aunque con frecuencia soportéis el peso de la soledad, de la desesperanza, de resentimientos que ahoguen vuestra vida, no perdáis la esperanza. Seguid luchando por alcanzar la verdadera libertad, aquella que os devolverá la dignidad perdida y os ayudará a vivir como personas nuevas. No os olvidéis nunca de que a pesar de todo siempre merece la pena luchar y seguir viviendo con ilusión y esperanza.

Es Cristo el que nos libera

Jesús ha venido a «sacar de la prisión a los encarcelados». Pero sobre todo ha venido a sacarlos de esa cárcel interior de la esclavitud del pecado, del odio, de la desesperanza… Sin esta libertad interior es muy difícil que el hombre pueda lograr la libertad física perdida, ya que nunca llegará a recuperar la autentica libertad como persona. Sin esta libertad el hombre puede abandonar la cárcel, pero continuaría prisionero de sí mismo, de sus pasiones y de sus pecados.

Mirando a Cristo e intentado vivir conforme a su Evangelio nada ni nadie puede quitar al hombre la libertad interior por muchas trabas o muros que se le puedan poner delante. Es la libertad de poder elegir un camino de perdón, de respeto, de afecto fraterno, de practicar la misericordia.

La experiencia de la fe ayuda a muchos de los que se encuentran privados de libertad a superar las dos grandes barreras que puede encontrar: la nostalgia del tiempo que vivía en libertad y la angustia ante un futuro a veces lejano y lleno de dificultades. Así lo ha experimentado Antonio después de mucho tiempo acudiendo los domingos a la Eucaristía: «La experiencia de fe que he tenido aquí ha hecho posible que Dios esté en el centro de mi propia vida y con su ayuda e podido ir superando las dificultades del momento presente y he liberado mi corazón de muchas angustias llenándolo de esperanza, lo cual me va a ayudar a vivir una libertad nueva y distinta».

Experiencia de la fe en Dios que se tiene que ir construyendo todos los días con la oración, es decir, poniéndose en la escucha de lo que Dios dice por medio de Jesús. Se trata de sentir la cercanía del amor y de la misericordia de Dios.

A Dios lo podemos encontrar en el desierto, en la soledad, e incluso en la cárcel. Para ello tendremos que despojarnos de muchas cosas que nos atan y caminar con humildad y aceptando la ayuda que el mismo Dios nos va ofreciendo continuamente a través de muchos hombres y mujeres que caminan a nuestro lado.

«Estuve en la cárcel y vinisteis a verme». Hombres y mujeres necesitan de nosotros los que hemos experimentado la presencia de Dios en nuestra vida, para ir poco a poco rompiendo ese muro interior que hay en su vida y así, rotas las rejas que aprisionan su libertad física, vivir como personas nuevas.

Apoyo de la Pastoral Penitenciaria

El objetivo de la Pastoral Penitenciaria es la atención a las personas que se encuentran privadas de libertad. Se trata de estar cerca de ellas, ayudándoles a defender sus derechos, servir de apoyo en su reeducación personal, asistirles humanamente y presentarles el mensaje liberador de Jesús de Nazaret a través de la catequesis y los sacramentos.

La Pastoral Penitenciaria, acogiendo a los internos, tiene que manifestar la actitud misericordiosa de Jesús que a todos acoge y perdona, ofreciéndoles su evangelio como el camino auténticamente liberador, celebrando con ellos los sacramentos como manantial de gracia y de fortaleza.

«No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te doy, en nombre de Jesucristo, ponte a andar» (Hch. 3,5-6), dijo Pedro al hombre herido. Esta es la misión del Capellán y los voluntarios. El Papa Francisco les decía a los presos de la cárcel de Palmasola en Brasil: «No tengo mucho para darles u ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, si quiero dárselo, si quiero compartirlo: Jesucristo, la misericordia del Padre. El vino a mostrarnos, a hacer visible el amor que Dios tiene por nosotros. Un amor activo, real. Un amor que tomó en serio la realidad de los suyos. Un amor que sana, perdona, levanta, cura. Un amor que se acerca y devuelve la dignidad. Una dignidad que la podemos perder de muchas maneras y formas. Pero Jesús dio su vida por devolvernos la identidad perdida».

Jesús es el único que puede llenar la vida de sentido y de esperanza. El tiene abiertas en todo momento las puertas de su casa y puede llegar a todos con la fuerza de su Palabra y la gracia del Espíritu. Por mucha que sea la fragilidad humana y el mal que se haya cometido, siempre sobreabunda el perdón y la misericordia que El ofrece al corazón arrepentido.

Jesús sigue viniendo hoy a nuestro encuentro para ayudarnos a romper las cadenas que aprisionan nuestra libertad. El es el Liberador. Y viene a través de otros hombres y mujeres. Hoy somos nosotros, sobre todo los miembros de la Pastoral Penitenciaria, los que tenemos que ayudar a aquellos que se encuentran privados de libertad a liberarse de tantas ataduras que aprisionan su libertad.

Quizás no siempre consigamos ser portadores de libertad y de esperanza, pero en algunas ocasiones y para muchos si. Sirva como ejemplo la reflexión que hacia José María la mañana del Viernes Santo actualizando la estación del Cirineo: «Hoy ha venido el Capellán y los voluntarios a hablar con nosotros, Al llegar me fijo en sus miradas y son miradas de amor, miradas que no juzgan, miradas que comprenden y ayudan desinteresadamente, como a Ti el Cirineo, a llevar la cruz de la indiferencia de los demás, de la soledad, de la desesperanza… Son muchas las cruces que hay que llevar y las fuerzas flaquean. Ellos son para mí el hombre en el que apoyarme para poder recuperar la esperanza y la ilusión por seguir viviendo».

La ayuda de la Virgen de la Merced

Hoy como siempre, la Virgen María sigue derramando su merced, su gracia, sobre sus hijos más pobres y oprimidos, con los cautivos y esclavos, con los privados de libertad. Ella nos transmite un mensaje de liberación y esperanza, y nos lleva hasta su Hijo Jesús, nuestro libertador. La Virgen María por ser la esclava del Señor y estar entregada a la obra de su Hijo, es llamada la «dispensadora de los tesoros de la Redención».

Cristo nos libera del pecado, de las esclavitudes físicas y morales y, con Cristo, María reivindica también el derecho de los pobres a su dignidad humana y a ser liberados de tantas cadenas que los anulan como personas y como creyentes.

María es la esperanza de los pobres y oprimidos. María nos ayuda a romper las cadenas de nuestro mal.

Demos gracias a Dios nuestro Padre porque estando nosotros perdidos, por puro don, como dice San pablo, nos puso en el camino a María, para que de sus entrañas brotara el rostro misericordioso de Dios. Jesucristo.

Madre de la Merced,
a ti acudimos los que estamos privados de libertad.
En tu regazo de Madre ponemos nuestros pesares.
No nos abandones ni de noche ni de día.
Libéranos de cuanto nos ata y oprime.
Alcánzanos la libertad de los hijos de Dios.
Sé el norte que guíe nuestros pasos,
para que nunca más tropecemos
y tengamos la oportunidad
de poder volver a empezar.

Amén.