San Francisco de Asís: una «catedral» con carisma en Vallecas - Alfa y Omega

San Francisco de Asís: una «catedral» con carisma en Vallecas

José Francisco Serrano Oceja
Parroquia de san Francisco de Asís. Foto: José Ramón Ladra

No hace mucho tiempo, el señor Vicario General, con mayúsculas de responsabilidades y saberes, me dijo con cierto rictus, mitad irónico, mitad «monitum», «imprimatur», «nihil obstat» y demás: «A ver cuándo vas a Vallecas». En Vallecas estoy. Ya he llegado. Me he sentado en la plaza del Gobernador Carlos Ruiz, qué ironía, en Vallecas y con un paisano que más temprano que tarde va a ser incluido en la purga callejera. Aquí estoy en una reluciente mañana de otoño madrileño, pegadito a una señora que reza las avemarías de los sufrimientos en rosario de esperanza, apalancado en un banco al socaire del bullicio infantil, al lado de unas mamás —demasiado jóvenes me parecen—, enganchadas al móvil de la incomunicación.

Sí, he venido a la España del desarrollismo, blanco y negro televisor, del desarraigo y la esperanza, de la migración antes rural, de la pobreza y de la droga que arrasaba los portales de la iniquidad social. Los buenos «penitentes de Asís», desde Mallorca, recuerdos a Ramón Llull, los de la Tercera Orden, se vinieron hasta el cinturón sin colores de Madrid. Allá por los primeros años cuarenta.

En Vallecas también hay una Porciúncula. Aquí estoy, frente a las puertas de San Francisco de Asís (plaza del Gobernador Carlos Ruiz, 4) la que algunos llamaban «La Catedral de Vallecas», entre la comisaría de Policía y la avenida de la Albufera, que es como una arteria «pindia» con la que Vallecas se abre al mundo y el mundo se cierra a un Madrid que no siempre quiere ver. No hay una sola Vallecas. Vallecas son varias, también en esto de la Iglesia, complementarias todas. Está la Vallecas del Padre Llanos, que sale en los periódicos y todo el mundo habla de ella. Está la Vallecas de un cristianismo con rostro humano, incluso de un cristianismo sin Dios. Está la de Kiko Argüello y la ultreya de las chabolas de Palomeras Altas. Y ahora, la Vallecas de Fray Antonio y Fray Damián. Me explico.

Me recibe fray Antonio J. Roldán, franciscano de la Tercera Orden, que no es lo mismo que franciscano de la Orden menor, ni tampoco capuchino franciscano, o sí. Para salir de este lío de la historia más que pensar en la analogía del ente prefiero dibujar un tronco y muchas ramas, una misma raíz. Inmediatamente me invita a que pase al salón de la comunidad en un segundo piso de lúgubres escaleras estrechas sin ascensor. Una habitación con butacas rasgadas y sillas de diversos progenitores en torno a una mesa camilla. Allí aparece fray Damián Coll, memoria de la fraternidad, un anciano con la vitalidad de un joven y las arrugas de un barrio. Fray Antonio y fray Damián son dos o uno, ya no lo sé. Fray Antonio es el superior y administrador parroquial, hasta que pronto haya nuevo párroco, y vive con fray Enrique Herrero y fray Carlos Campos, vicarios parroquiales. Quien sabe de historia es fray Damián. Por cierto, les acompañan también dos estudiantes novicios ellos. Uno, sueco de nacionalidad. Sus hermanos de religión del norte de Europa atienden las cárceles y ahora estudian el español que se habla en las penitenciarías helvéticas. Tal cual.

El carisma de los hermanos de la Tercera Orden Regular, los del padre Antonio Ripoll, los de la Restauración, son las obras de caridad. En la recta final del Año Jubilar de Misericordia, aunque todos los años sean de la misericordia, más nos vale, repasemos una lista peculiar. Primera obra, dar de comer al hambriento. Cáritas parroquial entrega más de mil kilos de alimentos todos los lunes.

Víveres puntuales

Mil kilos de comida que deshecha un gran superficie, de cuyo nombre no me voy a acordar, de momento, a la que se fue un día fray Damián para pedir que en vez de tirar la comida se la dieran a él. Y allí llegan los víveres con puntualidad. Son cien las familias que atienden regularmente y a las que entregan algo más que la caridad. Segunda, el Centro de Educación de Menores (CEM), puerta de enfrente, los niños de algo más que la marginación del barrio con sus tareas escolares. Aprender jugando, la merienda, y el cariño también familiar. Tercera, el piso de acogida de los jóvenes enganchados a la droga, Asociación Hontanar, antes gestionada en lo técnico por Proyecto Hombre, piso de abajo con las ventanas más lustrosas que las de la comunidad de religiosos. Media docena de jóvenes en acogida y en proceso de vuelta a sí mismos, de ruptura con la adicción.

La terapia ahora es responsabilidad de la Fundación Hay salida, doctor Luis Carrascal, pero la compañía, la amistad, la vida también es de los frailes. Cuarta, los pisos vecinos gestionados por la Fundación Madrina, una docena de madres en riesgo de exclusión de vida, social. En algún momento sintieron el vértigo del aborto. Ahora reciben el éxtasis de la ayuda del don de la vida, voluntad personal y social, educación al fin y al cabo. Quinta, el Centro juvenil, que anda fray Damián llamando por teléfono porque acaban de asesinar a un joven de no sabe bien de qué banda. El fraile quiere averiguar si ha pasado por el Centro juvenil. Los ñetas y los trinitarios le quitan el sueño y no sabe cómo hacer para que escuchen el Evangelio. Sexta, «el club de la alegría», las señoras mayores que se reúnen en los locales parroquiales. Vida en uno y en otro lado de la plaza.

Lugar de alabanza

Porque la parroquia de San Francisco de Asís, la Porciúncula de Vallecas, me dicen fray Antonio y fray Damián, quiere ser un lugar de alabanza, culto litúrgico y sacramental, en el que se celebre «dignamente», en donde las señoras tengan con quién confesarse antes de la misa y las celebraciones sean gloria del Dios del hombre vivo, así, como quien no quiere la cosa.

El lamento sigue siendo el mismo, un o dos bodas al año, un bautizo mensual. Religiosidad popular de los fieles procedentes de Ecuador, Colombia, Paraguay, de la otra España, vamos. Y la catequesis, un centenar de niños en las diversas etapas de preparación a la comunión, postcomunión, confirmación.

Vuelvo a la plaza del Gobernador, sí señora alcaldesa, del Gobernador Carlos Ruiz. Me siento en el mismo banco y no me es difícil imaginar que cuando el Papa Francisco venga a Madrid, yo iré a verle a Vallecas, a la Porciúncula de Vallecas, junto a fray Antonio y fray Damián.