Un oasis para encontrar a Dios - Alfa y Omega

Un oasis para encontrar a Dios

El monasterio cisterciense de Santa María de las Escalonias es el único de vida contemplativa masculina que queda en Andalucía

Javier Valiente
Imagen de la fachada del monasterio de Santa María de las Escalonias, en Córdoba. Foto: Javier Valiente

A 47 kilómetros de Córdoba, el AVE camino a Sevilla va llegando a los 300 kilómetros por hora. Sus pasajeros contemplan, junto al Guadalquivir, grandes extensiones de cultivos que pasan, ante sus ojos, a velocidad vertiginosa. No se dan cuenta de que, apenas a unos 800 metros de la vía, hay un monasterio en el que el tiempo parece haberse detenido, donde la velocidad se cambia por la hondura y donde lo que cuenta no es el hacer o lo cuantitativo, sino el ser y la esencia de la vida de las personas.

Rodeado de naranjos y silencio, el monasterio cisterciense de Santa María de las Escalonias ocupa lo que fue un típico cortijo andaluz. Pintado de blanco y albero, el monasterio toma el nombre de la finca donde se ubica, entre Córdoba y Palma del Río, y que fue donada para este fin. Los monjes de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, nombre oficial, llegaron aquí en 1985. Poco a poco fueron convirtiendo el cortijo en un convento. La vivienda, el patio, los almacenes de aperos y cuadras, se han convertido en celdas, refectorio, capilla, escritorio o claustro. Hoy, es el único monasterio masculino de vida contemplativa de Andalucía.

La comunidad la forman doce religiosos. Hay seis profesos, un novicio, dos que inician este mes el noviciado, un postulante y dos hermanos en formación que están ahora en el monasterio de La Oliva (Navarra). Precisamente el de Escalonias es una fundación de La Oliva. Por este motivo aún no se ha convertido en abadía y tiene una cierta dependencia del monasterio navarro que, por ejemplo, nombra al superior.

Todo aquí es profundo: el silencio, las reflexiones, las reverencias al pasar por delante del altar o las inclinaciones al recitar el Gloria al Padre al final de cada salmo. Todo se hace con tiempo y calma. Junto al monasterio está la hospedería, sencilla y acogedora, abierta para quien quiera pasar unos días de retiro, participando también en el rezo de los monjes.

04:30 horas: vigilias

El tañido de la campana rasga la noche. A esta hora de la madrugada el cielo es un mar de estrellas y los monjes van hacia la capilla para comenzar, con el oficio de vigilias, su jornada. «Señor ábreme los labios», son las primeras palabras que recitan a coro. Así empieza la oración y la vida del monasterio.

La campana y la oración irán marcando el ritmo de todo el día en la vida de los monjes. Una vida estructurada, «que te ayuda a abandonarte y liberarte de lo material para buscar a Dios», explica Abdón Rodríguez, jienense de 46 años y submaestro de novicios.

El canto del oficio da paso a la meditación personal. Oración, silencio y meditación son los pilares fundamentales de una existencia, explican los monjes, centrada en el sentido más hondo del mundo y en el valor más trascendental: amar la verdad por sí misma, abandonar todo para escucharla en su fuente, la Palabra de Dios. La meditación se prolonga hasta las 7:00 horas, cuando celebran la Eucaristía.

08:15 horas: tercia

La primera parte de la mañana se dedica a los trabajos de la casa y al estudio. Cada semana, el superior distribuye las tareas entre los monjes. Después van al escritorio, donde hacen la lectio divina y dedican tiempo al estudio personal. Los hermanos que acaban de entrar quedan al cuidado del hermano Abdón. Su tarea es acompañar a los nuevos candidatos durante los primeros años de formación hasta que emiten sus votos. Los candidatos estudian el patrimonio espiritual de la Orden, las Constituciones o la Regla de san Benito, entre otros contenidos. Más adelante, ya profesos, estudiarán Teología.

Pero, sobre todo, en estos primeros años «aprenden a ser monjes», explica el submaestro de novicios. La vida del monje tiene que llevar a la simplificación: «Este es el camino de la santidad para alcanzar la pureza de corazón», aclara. Y en este estilo de vida son imprescindibles la contemplación y el silencio, «que te despojan de lo superfluo y afinan la sensibilidad espiritual».

Uno de los momentos de oración conjunta que comparten los religiosos en la capilla. Foto: Javier Valiente

12:45 horas: sexta

La mañana termina con el canto del oficio de sexta. Los monjes salen de la capilla y, en fila, se dirigen al refectorio para el sencillo almuerzo. Durante la comida están en silencio mientras uno de los hermanos lee en voz alta. Estas semanas se está leyendo la biografía de santa Teresa de Calcuta.

El padre Juan Antonio Rabaneda se acerca, después de la comida, a la hospedería. Allí bendice la mesa de los huéspedes y charla con ellos. El religioso, de 64 años, lleva 17 como monje cisterciense. Dejó su parroquia en la diócesis de Guadix para emprender una vida que, ya desde joven, le atraía. Con la sencillez con la que se cuentan las cosas importantes, habla de la vida de los monjes, de la búsqueda de Dios y, como buceando en su propia historia, te dice que «cada día hay que hacerse una pregunta: ¿A qué has venido? Esto es a lo que cada uno debemos responder».

15:00 horas: nona

Al toque de la campana, regresan la capilla para el oficio de nona. Después, enfundados en unos guardapolvos azules, toda la comunidad va a la lavandería industrial, el medio principal de subsistencia del monasterio. Hasta las 18:00 horas, se dedican a lavar, planchar y doblar la ropa del Hospital de la Cruz Roja de Córdoba.

Pedro Pablo, un cura de Cádiz de 30 años, cuenta que lleva un año en el monasterio y que en octubre comenzará el noviciado. «No cambio esta vida por otra», sentencia mientras termina de doblar pijamas de los enfermos. Frente a él, Alfonso, de 38 años, ya profeso, recuerda que llegó aquí hace siete años. Ya tenía trabajo como comercial, pero seguía preguntándose por el sentido de su vida. Haciendo el Camino de Santiago conoció a los cistercienses del monasterio de Oseira (Orense) y ahí comenzó una búsqueda que le condujo hasta aquí.

«La vida de los monjes me cautivó», apunta José Manuel, el más joven de la comunidad. Este informático sevillano de 24 años está a punto de comenzar el noviciado. Tenía novia, trabajo, su futuro más o menos planificado, «pero me faltaba algo más», espeta sereno y sonriente. Un día se puso «a buscar la voluntad de Dios desde abajo». Y en la vida contemplativa cisterciense encontró aquello que andaba buscando: «Aquí me siento totalmente libre; lo importante es abandonarse, querer escuchar, y vivir en contemplación uniendo dos momentos, el Tabor y Getsemaní».

18:30 horas: vísperas

Tras el trabajo, el oficio de vísperas. Después hay tiempo para la oración personal hasta la hora de la cena, a las 19:15 horas. También en silencio, se lee la Regla de san Benito o la biografía del santo del día siguiente.

Al terminar, los monjes se reúnen para el capítulo, «una reunión de familia», explica el hermano Abdón. En ella, el superior comenta los asuntos más importantes de día, entre todos hablan de la marcha del monasterio, alguna noticia de actualidad, otras veces ensayan cantos… Este es un momento importante para vivir la fraternidad. El monasterio no es una suma de soledades, sino de comunidad.

Además los monjes hacen voto de estabilidad. Muchos no conocerán otros monasterios, pues se profesa y se pertenece a un monasterio y, salvo raras excepciones, no hay traslados. Incluso aquí permanecerán cuando fallezcan, en el pequeño cementerio.

Imagen del claustro del monasterio. Foto: Javier Valiente

20:45 horas: completas

La capilla vuelve a acoger a los monjes para el último rezo en común del día, completas. Es el séptimo momento de oración que tiene la comunidad. Toda la jornada se ha ido estructurando al ritmo de la oración, «cada día es como si fuera una vida, nos regimos por Dios», dice el joven José Manuel.

Al terminar esta oración comienza lo que los monjes denominan el gran silencio y los labios quedan sellados hasta la madrugada cuando, de nuevo la campana, aún de noche, los llame para volver a la iglesia y comenzar un nuevo día.

Como cantan los monjes cistercienses de Santa María de las Escalonias en uno de los himnos, todo gira alrededor de Dios, «origen de la luz, eje del mundo y norma de su giro». Solo desde ahí puede entenderse su vida. Quieren que su monasterio sea una llama, un oasis, donde encontrar a Dios. No se sienten héroes ni hombres especiales, sino buscadores que, en este estilo de vida, han encontrado la verdad sobre sí mismos pues, como explican, «lo que cuenta es no contar y no ser tenido en consideración; desaparecer para dar lugar al amor de Cristo».

Orden Cisterciense de la Estricta Observancia

Tiene sus orígenes en 1098, en la comuna francesa de Saint-Nicolas-lès-Cîteaux, como una reforma de la vida monástica benedictina que, sin pretenderlo, dio lugar a una nueva orden, la Orden Cisterciense. Tuvo su máximo esplendor durante los siglos XII y XIII principalmente, inundando de monasterios toda Europa. San Bernardo fue uno de los más destacados impulsores de este nuevo estilo de vida monástica.

Sobre esta reforma, en 1664, en la abadía francesa de la Trapa, surgió una nuevo estilo de vida contemplativa para volver a la primitiva observancia. De ahí que también los monjes sean conocidos como trapenses (Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, OCSO).

En la actualidad, son unos 102 monasterios y 1.800 monjes en todo el mundo. A ellos hay que sumar la rama femenina. Los monasterios son autónomos, aunque existen vínculos de filiación entre ellos. Cada monasterio tiene asignada otra comunidad que ejerce la paternidad sobre él, bajo la figura del abad visitador, que realiza cada dos años las visitas canónicas. Todos siguen la Regla de san Benito y, cada tres años, se celebra el Capítulo General, en el que participan monjes y monjas, que es la suprema autoridad de la orden.