Familias intensas - Alfa y Omega

La llamada del Señor a seguirle pide siempre un desarraigo a la persona elegida. El «sal de tu tierra» abrahámico no es una excepción, sino el original de una serie que se repite siempre que Él llama. Y ese desarraigo duele, cuesta, incluso a aquellas personas que nos sentíamos como muy libres e independientes de nuestro entorno familiar porque ya habíamos salido de él… He sido durante mi vida espectadora y acompañante de muchos procesos vocacionales y ahora, en los últimos tiempos sobre todo, me topo con algo que me resulta de alguna manera nuevo.

Algunas personas jóvenes proceden de familias intensas en las que se vive un curioso familismo que defiende de la amenazante vida actual, la de la ciudad, sobre todo; que se retrae de ese mundo externo y se cobija en el nicho biológico de la familia protectora hasta hacer de ella la cueva, la matriz, la cuna… Cada día es más normal la vida reservada en urbanizaciones, pegadas las unas a las otras, con cancerberos en las puertas, con alarmas y controles, para que los que ahí viven se sientan seguros.

Cuando el Señor llama, cuesta dejar esa tierra tan protectora por una tierra que está por ver. Ayer pensé en Inés, o en María, o en Juan o en Andrés, que he seguido tan de cerca y que intentaron responder y retornaron al seno materno, a su familia llena de oportunidades, de facilidades, de comodidades, un microcosmos que no permite grandes aventuras fuera de sus muros. En el fondo, este mundo así es mucho más solitario que el que transita por nuestras ciudades. Habrá que cuidar hoy de que la familia no se aísle, tenga las puertas abiertas y las ventanas, crea que el hijo y la hija han de saber vivir fuera y crear su propia vida e, incluso, su propio mundo. Os pido a los que me leéis que valoréis qué grado de maniobra permiten las relaciones familiares para poder estar abiertos a Dios, a los otros, a la realidad, al mundo. No dejo de pensar en Inés, en Andrés o en tantos otros que tardarán en crecer porque no les dejaron salir del cascarón o no les empujaron desde el nido para que saltaran o volaran, aunque fueran aún torpes sus pies o sus alas.