Una visión privilegiada - Alfa y Omega

Una visión privilegiada

Maica Rivera

Alejandro Ballesteros es un escritor bisoño, recién llegado a Madrid con su primer libro bajo el brazo, a quien un veterano devenido en polémico locutor, Octavio Saldaña, catapulta al inesperado estatus de mirlo blanco de la literatura española. Ambos se conocen en un sarao editorial con pintas de guiñol, grotesco y descacharrante. Primer círculo dantesco de los submundos del libro a los que descenderemos de la mano de Juan Manuel de Prada, una feria de vanidades caricaturizada con saña: noveles gafapastas, santones de las letras adulados por groupies pasadas de rosca, camarillas maledicentes y corruptas de la pseudocultura… Lo más fácil para el lector sería quedarse en el morbo de esta atmósfera, cuya sombra se apodera de todo en homenaje explícito a Henry James. Lo más sencillo sería entretenerse en tratar de descifrar los nombres propios tras la ficción y aventurar la autobiografía no autorizada del firmante tras cada peripecia. Toda una tentación, para qué negarlo. Como también lo sería quedarnos con que los personajes de Ballesteros y Saldaña son trasuntos de Prada, el yin y el yang. O reducir la dialéctica de los dos escritores a una forja hollywoodiense de discípulo y maestro, héroe y villano por momentos.

Sin embargo, basta un poquito de atención para percibir que en Mirlo blanco, cisne negro no llega a funcionar nunca el motor maniqueo. Como la vida misma, todo es bastante más complicado (¿seguro que Álex es tan bienintencionado y Saldaña tan irredento megalómano?), y el autor termina siendo consecuente con ello.

Mirar por la cicatriz

El peso específico de estas páginas lo da el testimonio único que, aquí y ahora, Prada puede ofrecer sobre las luces y las sombras de la profesión. De Prada con pluma y espada. Pero De Prada con las heridas del camino suturadas. Es él con sus circunstancias lo que concede el genuino valor a esta novela: un autor maduro, perteneciente a la última generación de escritores que vivieron para contarlo en España, es decir, que sobrevivieron a la abisal década de los noventa para seguir viviendo de la escritura. Sí, tiene estopa para todos los agentes del sector: editoriales grandes que son «aves carroñeras»; editoriales pequeñas, «sensacionalistas», donde «mandan los números»; editores que son «mastuerzos» entre Coelho y Dan Brown; públicos virtuales o «chusma iletrada»; medios de comunicación, «sórdidos y emponzoñados»; críticos casposos… Pero trasciende el ajuste de cuentas al orientar todo hacia esa última llamada a no cambiar «el oro de la gloria por la calderilla de la fama».

Hace buen juicio del malditismo, más patético que atractivo, encarnado en el fatalismo de Saldaña. Sin olvidar las reflexiones sobre los procesos creativos, sobre los demonios, los bloqueos y las torres de cristal, y ese eterno debate sobre los límites morales del artificio y la necesidad de verdad en las obras de ficción. Las últimas páginas se agigantan con empuje repentino hasta culminar en resonancias míticas, la sátira se transforma en fábula y contemplamos cómo un personaje deliberadamente orgánico se despide por arte de magia convertido en pura abstracción. Saldaña, el cisne negro, una vez más. Visto, acaso imaginado. Por Álex. Por De Prada. Por el lector.

Mirlo blanco, cisne negro
Autor:

Juan Manuel de Prada

Editorial:

Espasa