«Sois viejas, no merece la pena gastar balas con vosotras» - Alfa y Omega

«Sois viejas, no merece la pena gastar balas con vosotras»

Así lograron sobrevivir tres ancianas cristianas iraquíes en una población tomada por el Daesh y convertida después en campo de batalla entre el Daesh y las milicias kurdas. La zona fue liberada la pasada semana

Ferran Barber
Kamala Karim, antes de abandonar la localidad iraquí. Foto: Ferran Barber/AIN

La historia de Cristina Ayabu –de 95 años de edad– y de su amiga Kamala –de 87– es uno de esos relatos que se incorporan a los anales de las guerras como paradigma de la dignidad y la entereza humana. Tras ser abandonadas por sus vecinos al comienzo del conflicto, sobrevivieron a los bombardeos químicos con gas mostaza, a los francotiradores del ISIS, a los fanáticos islamistas y a los saqueadores.

Alrededor de 4.000 cristianos caldeo-asirios habitaban Teleskoff antes de la irrupción del Daesh. La localidad cayó en poder del ISIS el 7 de agosto de 2014. Como ocurrió en Qaraqosh (ciudad cristiana donde en estos momentos se están librando combates para expulsar al Daesh) o en otras poblaciones menores, yazidíes y cristianos huyeron con lo puesto. Todos, excepto ellas dos y una tercera amiga llamada Hanna, una mujer septuagenaria.

Las tres quedaron atrapadas en el pueblo, escondidas entre las ruinas, mientras los yihadistas saqueaban y destruían todo. Las ancianas sobrevivieron a un primer encuentro con los asesinos del Daesh gracias al desinterés que despertó lo avanzado de su edad, aunque estuvieron a punto de matarlas varias veces para evitar que revelaran la identidad de muchos de ellos. Como después se supo, no pocos de los milicianos eran vecinos musulmanes de Teleskoff a quienes todos conocían. Decidieron unirse a la yihad, bien por convicciones religiosas o simpatías políticas, bien para salvar su vida.

Permanecieron escondidas sin comida y sin agua. Cristina estuvo sola durante todo el tiempo en que el ISIS se enseñoreó de la ciudad. Hanna y Kamala se ocultaron juntas en la vivienda de esta última. Un par de días antes de que la ciudad fuera reconquistada, tres jóvenes barbudos de algo más de 30 años las encontraron en la casa. «No merece la pena gastar balas», les increpó uno de ellos mientras les propinaba un culatazo. De un violento tirón les arrebataron sus collares, el crucifijo y algunas joyas de oro.

Poco faltó también para que Cristina fuera finalmente asesinada, tras reconocer a uno de los yihadis. Se presentó tapado pero su voz le resultaba familiar. ¿Cómo no reconocer al vigilante musulmán de la iglesia a donde acudía a orar casi a diario? Cristina había cocinado para él en más de una ocasión; se saludaban con una gran sonrisa y charlaban, a menudo, de manera amigable. «Fue un milagro –dice ella haciendo aspavientos con los brazos– que no me matara para que no le delatase».

El oficial caldeo-asirio Safaa Khamro, junto a Cristina Ayabu. Foto: Ferran Barber / AIN

El comandante Khamro

Presionadas por los norteamericanos, las Fuerzas Armadas del Kurdistán no tardaron en organizar un contraataque con el apoyo de la aviación de Estados Unidos. Al término de los combates, Teleskoff fue liberada. Las únicas civiles que permanecieron en la población durante los enfrentamientos fueron las tres cristianas. Varias barriadas quedaron completamente destruidas.

Claro que sus vecinos no se habían olvidado completamente de ellas. Entre los hombres que combatían al Daesh había un comandante caldeo-asirio, Safaa Khamro, de una milicia cristiana conocida como Ninive Protection Forces (NPF), que tenía conocimiento de que al menos dos mujeres se habían quedado atrapadas en la ciudad.

Lo primero que hizo Khamro tras la reconquista de Teleskoff fue ir a buscar a las ancianas a sus casas. Como confesaría después, temía hallarlas muertas. Encontró primero a Hanna y a Kamala en la vivienda de esta última, completamente saqueada. Las mujeres oyeron voces familiares y salieron, emocionadas, a la calle. Llevaban una semana sin comer y sin apenas agua, ocultas en un sótano, a oscuras, con la esperanza de que los yihadistas no llamaran a su puerta. «No quiero ni recordar el estado en que las encontramos. Nunca he conseguido comprender cómo lograron sobrevivir con poco más que pan», afirma Khamro.

La tercera de las ancianas, la casi centenaria Cristina Ayabu, no fue hallada hasta dos días después, escondida en su vivienda. Las tres estaban demacradas, consumidas por el hambre y paralizadas por el miedo.

Después de la liberación de Teleskoff, Hanna dejó la ciudad para vivir con un familiar. Nadie, por el contrario, reclamó o se ocupó de Kamala ni de Cristina, de modo que las dos permanecieron en las proximidades del cuartel del NPF en la ciudad, alimentadas y cuidadas por sus hombres. Ambas han vivido durante dos años bajo los constantes ataques de ISIS y permanentes infiltraciones de terroristas suicidas embutidos en cinturones de explosivos. El ataque más terrible acaeció poco antes de la madrugada del pasado 2 de mayo, cuando 500 hombres de ISIS lanzaron un ataque desde la cercana ciudad de Batnaya con buldócer, vehículos blindados y más de medio centenar de suicidas.

Refugiados regresan a un pueblo liberado cerca de Mosul. Foto: CNS

Merodeando entre las bombas

Quienes vieron merodeando a las mujeres por el casco antiguo de Teleskoff mientras los islamistas arremetían ferozmente contra los peshmergas dicen que es providencial que Kamala y Cristina sigan vivas. Caminaban de la mano torpemente por el tumor de callejones que estrangulan la iglesia de San Jorge, a unos pocos metros del lugar donde los soldados kurdos trataban de cerrarles el paso a los atacantes de ISIS. A duras penas consiguió salvarse el santo. Un lanzacohetes Katiusha estalló un metro por encima del frontispicio donde el mártir de la Capadocia abatía, como siempre, a su dragón, dejando un gran boquete de dos metros de diámetro en la fachada de la iglesia.

Pocos años atrás, por esos mismos callejones, se paseaban cada mañana bulliciosas turbas de trabajadores entre reatas de asnos y una jungla de andamiajes, cabestrantes y grandes pilas de ladrillos. Pero eso fue antes de lo de Mosul, antes de que los terroristas avanzaran hacia el norte y forzaran a salir huyendo a los cristianos.

Los muchachos que encontraron a las dos ancianas vagando por la otrora próspera población durante los enfrentamientos aseguran que se movían como borrachas, a trompicones, trazando eses temblorosas junto a los muros de las casas palaciegas que flanquean el templo. Los peshmergas adivinaron su presencia gracias a sus llantos. Estaban aturdidas por el sonido de las balas y las bombas y lloraban angustiosamente mientras pedían ayuda en la variante dialectal del arameo de uso común entre los cristianos de los llanos de Nínive.

En apenas una hora de ofensiva, los yihadistas amenazaban con colapsar las principales líneas defensivas kurdas. La fortuna quiso que las ancianas no fueran alcanzadas por los francotiradores de Daesh. Acababan de mirar por segunda vez a los ojos de los asesinos del ISIS. Dos días después, las autoridades germanas extendieron un visado para Cristina por mediación de su hija, y la anciana halló refugio en Alemania. Kamala Karim fue acogida por un grupo de monjas católicas, en la cercana población de Alqosh. Allí sigue todavía.

Ferran Barber
Teleskoff / Bakufa