Hablar a los hombres de Dios y a Dios de los hombres - Alfa y Omega

Estas últimas semanas han llamado a nuestra puerta muchos sufrimientos. Los padres de María, una chica italiana, están desesperados porque su hija no sale de una situación de bloqueo y parálisis interna que no le permite afrontar la vida ordinaria, ni la edad que tiene, ni las esperanzas ni dificultades que van unidas a ella. A Fernanda se le está muriendo su esposo a causa de un cáncer de pulmón que le está robando día tras día el aliento de la vida. Juan lleva sin trabajar muchos meses, y sufre pensando que no le van a volver a llamar y se va a ver obligado a pedir, cuando hace apenas tres años no le faltaba de nada…

En la última semana nos han dejado sus casos en nuestras manos de tejedoras de tapices en los que se van casando la voluntad de Dios con las necesidades de los hombres. Y nos apostamos ahí, en esa tarea silenciosa de hablar de Dios a los hombres que le buscan y de hablar a Dios de aquellos que le necesitan. Y en esa tarea somos testigos de la fuerza del amor. El amor de esos padres es tan fiel y tan vasto que harán lo que sea para que la hija no se pierda, y nos la dejan en nuestras manos, en nuestra casa y a nuestro cuidado porque confían y porque la aman inmensamente y creen que nosotras la pondremos en el camino por donde Él pasará y la curará. Y Fernanda no cesa de esperar la curación de su marido querido porque el amor no sabe otra cosa sino esperar el bien para el amado, y así nos pide que recemos con ella sin cansarnos. Y Juan no deja de rezar para que llegue el trabajo que necesita, porque sabe que su vida está en manos de Dios; por eso no deja de rezar y de pedirnos que oremos con él.

En medio de cada sufrimiento el amor es la fuerza que nos impulsa a salvar al que amamos y confiar en el que puede salvarlo. El amor al hombre y el amor a Dios sostienen la fe y la hacen persistente, tenaz, apasionada, confiada, abandonada… como el mismo amor. Cuanto más amor hay, hay más luz, más fe, más vida. Solo el que ama es incapaz de renunciar a la fe. Habrá fe, sí… siempre que haya amor.