La muerte no es el final - Alfa y Omega

Ante la muerte repentina de un padre de 45 años que deja madre, esposa y seis hijos, se hace especialmente denso el sinsentido de la situación y se crea en la sala del tanatorio un silencio opresivo. Este clima oscuro quedó roto cuando, en la Misa que se celebró en la capilla, varios de sus hijos conjuntados con un coro numeroso de jóvenes prorrumpieron con el canto: «Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino. No somos carne de un ciego destino. El adiós dolorido busca en la fe su esperanza». Con ese grito de corazones al unísono estalló un rayo de luz para los acompañantes.

Las culturas más remotas de las que tenemos constancia aseguran que la muerte es un camino por un túnel oscuro, un soltar las amarras de nuestra barca en esta orilla para arribar a otra ribera más allá, a un paraíso esplendoroso. Su partida no es una ruptura definitiva, sino que abre una puerta hacia otro horizonte. El gusano de seda teje su propia mortaja, se duerme un tiempo, mas no desaparece; la mortaja se transformará en alas que le harán levantarse como mariposa nueva.

La semilla madura que, en el otoño, queda desprendida de la planta original, es arrebatada por el torbellino y llevada lejos; hallará un nuevo rincón donde prender y crecer de nuevo. El sol, en su ocaso, cae en la noche, muere. Pero en otro horizonte se está despertando en toda su intensidad. El río que viene discurriendo por un cauce sereno, de repente se encuentra con una profunda grieta en la tierra y se precipita en el vacío; parte del agua se pulveriza, otra se rehace en niebla o en arcoíris multicolor y otro resto discurrirá en un cauce nuevo a otro nivel de profundidad.

Todas estas referencias adquieren plenitud en la afirmación de la fe en el Dios creador, amigo de la vida que ha despertado a Cristo de la muerte y nos resucitará a nosotros también. Trataremos de explicitar este misterio en próximas reflexiones en estas mismas páginas. Quedamos iluminados por esta convicción: «Al final de la noche, no hay noche, sino aurora; al final del invierno, no hay invierno, sino primavera; al final del camino, no hay camino, sino la casa del Padre».