El tiempo de san Manuel González - Alfa y Omega

La primera mitad del siglo XX, el tiempo de san Manuel González, recién canonizado por el Papa Francisco, fue, en palabras del filósofo italiano Giuseppe Maria Zanghì, el tiempo de la noche oscura de la cultura occidental, el tiempo por antonomasia en la historia de la cristiandad en el que cayó la noche oscura del abandono del hombre sobre el hombre, y del abandono del hombre sobre Dios. Y también con ello de la impresión del hombre de haber quedado abandonado de Dios.

Y así como los santos y los carismas en la historia de la Iglesia van escribiendo un quinto evangelio de la vida, porque cada uno de ellos es como la exégesis bíblica práctica de la realización personal y comunitaria de cada palabra del Evangelio; del mismo modo podríamos identificar cada época de la historia de la Iglesia con cada una de esas palabras inabarcables y sagradas. Y, sin duda, el siglo XX fue el siglo del abandono. Es el tiempo de la historia de la Iglesia y de la humanidad, el de entre otras cosas dos guerras mundiales y una guerra civil en España, que fueron abandono de Dios y abandono de los hombres.

Una de las misteriosas constantes de la historia de la espiritualidad cristiana es la inseparable conexión entre devoción eucarística y solicitud por lo pobres, entre amor apasionado por Jesús Eucaristía y amor apasionado y contemplativo por Jesús presente en el hambriento, el desnudo, el encarcelado, el enfermo, el abandonado.

De Cristo abandonado, abandonado en los sagrarios abandonados que cautivaron a san Manuel González, pero también, inseparable de aquel, abandonado en el hombre abandonado, solo, confundido, despreciado, maltratado, olvidado, empobrecido, rechazado. Aquel que nuestro querido y venerado santo veía en el rostro de los niños para los que construyó escuelas, de los hombres y mujeres mendigos de misericordia.

El tiempo de san Manuel González se prolonga hoy porque también hoy sigue siendo el tiempo del grito de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», que es el grito de la humanidad que, consciente e inconscientemente, ansía al Dios que culturalmente ha sido silenciado, en los sagrarios de las iglesias vacías o cerradas, o en el corazón de los hombres abrumados por penurias, angustias y soledades, para los que la Iglesia y la Eucaristía son, como dice el Papa Francisco, bálsamo de curación y silente caricia de esperanza.