¡Madres, que silba el tren! - Alfa y Omega

¡Madres, que silba el tren!

Muy cerca de Veracruz, en la localidad mexicana de La Patrona, un grupo de 15 mujeres llevan 20 años alimentando a los inmigrantes que viajan de polizones en el tren conocido como La Bestia, que une Centroamérica con la frontera estadounidense. «Hacemos lo que decía Jesús en la Biblia: Dar de comer al hambriento y de beber al sediento», afirma Norma Romero. Norma es una de las inspiradoras de este proyecto, que ha estado unos días en España para hablar del drama que viven los centroamericanos a su paso por México

Cristina Sánchez Aguilar
Una de las Patronas, repartiendo bolsas a los inmigrantes que viajan en La Bestia, camino de Estados Unidos

Son las 7 de la mañana y ellas ya llevan dos horas despiertas. Las 15 mujeres conocidas como las Patronas, o los ángeles de la guarda de los centroamericanos, capitaneadas por la abuelita, de 74 años, Leonila Vázquez, dejan todos sus quehaceres familiares. Toca ir a la casa madre, que sirve como centro de avituallamiento, y ponerse entre fogones a cocinar para hacer las bolsitas que, más tarde, alimentarán a los centenares de polizones que van en La Bestia.

«Hacemos arrocito, frijoles, cuando hay verdura unos nopalitos con huevo…, y también algo dulce, un pan, o unos juguitos», explica Norma Romero, hija de Leonila (tiene 14 hijos más), que está de visita en España estos días.

Mientras hacen bolsas, suenan gritos en el poblado. ¡Madres, que silba el tren!, avisan los vecinos, y ellas, apresuradas, cogen sus carretillas, las cargan de alimentos y corren entre las piedras para ponerse a la vera de la vía. Cubren todos los metros que pueden, para que nadie se quede sin alimentos. Y ahí comienza la mezcla de esperanza y desesperación: los inmigrantes centroamericanos que lograron trepar de forma ilegal al tren que cruza México, están en ruta hacia el sueño americano. Pero llevan más de tres días sin comer, hacinados en los techos, o colgados por fuera de los vagones. Incluso haciendo sus necesidades en marcha, muy lejos de tener intimidad, porque, «si bajan, pueden perder su oportunidad», cuenta Norma. Por eso, algunos se juegan la vida para extender su cuerpo hasta las Patronas y poder coger una bolsa de comida. Ellas lo facilitan todo lo que pueden: saben hasta el momento en que tienen que tirar la bolsa al aire para que la cojan sin ponerse en peligro. «Hay maquinistas más amables, que, cuando nos ven, bajan la velocidad. Otros no lo hacen, y muchos se han caído del tren y han sufrido heridas graves, como amputaciones», afirma. De hecho, según el Instituto Nacional de Migración (INM) mexicano, cada año suman cerca de 1.500 entre los fallecidos y mutilados al caer del tren, en el intento por alcanzar la frontera estadounidense.

19 años de ayuda

Así llevan desde 1995. «Al principio, sólo estábamos mis cuatro hermanas, mi madre y yo haciendo 30 bolsas. Ahora somos 15 mujeres del pueblo, y hacemos más de 300 paquetes», explica la mujer. Todo empezó cuando dos hijas de Leonila, que fueron en busca de pan, escucharon gritos desde el tren. Eran hombres que pedían algo para comer. Ellas les dieron todo lo que llevaban encima, y cuando llegaron a casa le contaron a Leonila, su madre, que decenas de hombres «con un acento raro, que no era mexicano» pedían comida. «Mi madre nos dijo que teníamos que hacer lo que decía Jesús en la Biblia: Dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Y así, empezamos a compartir lo que Dios comparte con nosotros», recuerda.

Durante siete años, las mujeres de la familia Vázquez alimentaron a miles de personas, «sin que nadie más lo supiera. Entonces, nuestra economía iba más o menos bien, la canasta básica de arroz y frijol era accesible», explica. Ahora, el volumen ha aumentado tanto que necesitan donaciones externas. Muchos se vuelcan con estas defensoras de los derechos humanos que han revolucionado a los mexicanos, aunque «hemos tenido nuestros momentos malos, pero esto es un servicio que hacemos por amor a Dios», señala Norma con rotundidad.

Y es que las mujeres han sido acusadas por vecinos de polleras -sobrenombre con el que se conoce a las mujeres que ayudan, la mayor parte de las veces a cambio de dinero, a los inmigrantes a cruzar la frontera de Estados Unidos de forma ilegal. El término en masculino es coyote– y muchas de las mujeres que las ayudaban se marcharon.

«Llegamos a ser cerca de 30. Pero no importa el número. Las que estamos ahora sabemos que esto es un proyecto que viene de arriba. Nos habíamos criado enfocadas a trabajar en el campo y para nuestra familia, pero Dios quiso que viéramos ese tren. Darles de comer es dar de comer a Cristo Vivo», asevera la Patrona que, emocionada, cuenta cómo «nuestras familias nos apoyan. Porque no sólo se debe ser luz en casa. Hay que ser luz en todos los lugares».

No saben cuánto más durará su labor. Estos días se estudia en México la posibilidad de aumentar la velocidad del tren para que los migrantes no se suban a él. De momento, se calcula que cada año se repatrían unos 250.000 centroamericanos y mexicanos de la zona de Oaxaca o Chiapas, que viajan de forma ilegal en La Bestia. Pero otros sí logran llegar hasta el norte. De hecho, Norma asegura que cada vez se ven a más niños pequeños en el tren, a mujeres embarazas, a familias enteras con bebés y a personas mayores.

«Es duro que dejen su patria atrás, todo lo que han vivido hasta ahora, para ir hacia lo desconocido. Pero ellos tienen una gran fe, van animosos. Sólo quieren una vida mejor», añade Norma; «yo les admiro».