Una Iglesia joven - Alfa y Omega

Una Iglesia joven

Alfa y Omega
El Papa Francisco abraza al recién creado cardenal Andrew Soo-yung Yeom, arzobispo de Seúl, el 22 de febrero pasado

«Los mártires coreanos han sido grandes modelos de santidad. Amaron a su prójimo sin discriminación de sexo, clase social, religión…; eran promotores de los derechos humanos…»: lo decía el arzobispo de Seúl poco antes de ser creado cardenal, el 22 de febrero pasado, y se lo recordaban en una entrevista, preguntándole a continuación en qué sentido lo eran. Monseñor Andrew Soo-yung Yeom respondió contando la historia de uno los primeros mártires de Corea, que va a beatificar el Papa Francisco el próximo 16 de agosto: Simon Il-gwang Hwang, que nació «en una familia extremamente pobre. En aquel tiempo, su estatus social era asimilable al de los esclavos. De Hwang queda esta famosa frase: Ahora yo creo que existen realmente dos paraísos, uno en la tierra y otro después de la muerte. Decía esto porque, después de recibir el Bautismo, había experimentado la vida dentro de la comunidad católica, donde cada uno era tratado con la misma dignidad, prescindiendo de la clase o tipo de pertenencia. Discriminado por el resto de la población, Hwang no creía posible que a las personas se les reconociera la misma dignidad de todo ser humano». Vivir el amor que había conocido en Jesucristo era ya estar en ese primer paraíso. Y «fue capturado durante la persecución en 1801, y en el interrogatorio se negó a revelar los nombres de los otros fieles. Después de ser torturado, lo decapitaron». Hoy celebramos su entrada en el otro paraíso.

En su segundo viaje a Corea, en 1989, en la homilía de la Misa con los jóvenes, donde se había proclamado la oración de Jesús al Padre en la Última Cena: «He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo», Juan Pablo II evocó su primera visita, cinco años atrás, en la conmemoración del doscientos aniversario de los inicios, ciertamente extraordinarios, del Evangelio y de la Iglesia en Corea, ocasión en la que «canonicé a vuestros mártires. ¡Ellos son aquellos a los que Cristo manifiesta el nombre del Padre! Vosotros, jóvenes católicos coreanos, sabéis qué significa seguir su ejemplo. Significa ¡hacer de Jesucristo la fuerza central de vuestras vidas y cumplir la tarea que os confía en la edificación de su Reino!».

La VI Jornada de la Juventud Asiática, que va a presidir el Papa Francisco en Seúl, será, sin duda, precioso testimonio de este seguimiento que construye el mundo nuevo que ha inaugurado Jesucristo, y que florece con su fuerza en el país que hoy experimenta el mayor y más asombroso ritmo de crecimiento del catolicismo en todo el mundo, y es precisamente en los estratos más activos y modernos de la población. Ya en su primer viaje, de 1984, en el Estadio Municipal de Kwangju, volviendo precisamente la mirada a los mártires, laicos muchos de ellos, como en los mismos inicios de la Iglesia en Corea, san Juan Pablo II daba la clave de este admirable crecimiento: «Vuestros antepasados no se limitaron a buscar la fe en medio de las persecuciones, sino que la transmitieron a los demás en las condiciones más difíciles y peligrosas. Con su fe y su grande amor por Cristo, superaron todo».

El Bautismo vivido en toda su verdad es la fuente de todo. La transmisión de la fe no es cosa de especialistas, está en la entraña misma de la propia fe. Años después, en la encíclica Redemptoris missio, de 1990, lo dejó bien claro el mismo Juan Pablo II: «La fe se fortalece, dándola». Y ese dar, que en definitiva es darse, no le dejaba duda alguna al Papa santo de sus copiosos frutos. En ese primer viaje de 1984, podía decir con toda verdad que la Iglesia católica en Corea «es joven, rica ya de experiencia, llena de promesas para el futuro». Al día siguiente, en la ordenación de nuevos sacerdotes, que en una Iglesia de laicos llenos de vitalidad no pueden dejar de multiplicarse, en la ciudad surcoreana de Taegu, «el Papa -dijo- quiere dirigir un especial saludo a los muchos jóvenes presentes. Soy verdaderamente feliz de ver a tantos aquí. ¡Llenos de vida y de esperanza!».

Años después, a las puertas mismas del tercer milenio, el 6 de noviembre de 1999, en Nueva Delhi, san Juan Pablo II firmó e hizo pública la Exhortación postsinodal Ecclesia in Asia, y en esta próxima VI Jornada de la Juventud Asiática, en Seúl, podrá apreciarse bien la verdad de sus palabras, cuando habla de un continente asiático, lleno de retos nada fáciles, pero lleno de esperanza para la Iglesia, y por tanto para toda la Humanidad, en la medida en que esa Iglesia joven mantiene viva la gozosa frescura del seguimiento de Cristo. Y en ello no podemos dejar de ver el protagonismo especialísimo de la Iglesia en Corea.

En Ecclesia in Asia, el Papa no ocultaba «los numerosos y complejos problemas que los jóvenes afrontan hoy en el mundo asiático, en proceso de cambio», pero, al mismo tiempo, «la Iglesia les ofrece la verdad del Evangelio como un misterio gozoso y liberador, que es preciso conocer, vivir y –cuando es así de veras– compartir con los demás con convicción y valentía». Así, como para el mártir Hwang de 1801, hoy también el encuentro con Cristo anticipa en la tierra el paraíso.