Retratos de María cambiaron la historia: contémplalos - Alfa y Omega

María fue la primera morada de Dios, a través de Ella Dios se hizo conocido para nosotros, tomó rostro humano y nos enseñó que en Él, «todo se hace nuevo». Todo es nuevo. ¡Qué fuerza transformadora tiene el ver con los ojos de Dios la realidad! Contemplad a María. Fijad en Ella la mirada, acogedla como el regalo más grande que se hizo a los hombres de parte de Dios. ¿Quién es esta mujer que cambió la historia, esta mujer a la que el Señor nos da como Madre? ¿Quién es Nuestra Madre? Os acerco tres retratos de Ella:

1. El retrato de su sí a Dios: con su sí logra que a esta historia entre la Belleza. La Belleza es Dios mismo. Es revelada por Jesucristo que nos dice quién es Dios y quién es el hombre. Es la Belleza que nos dice que solamente el ser humano se realiza plenamente y realiza a los demás en la entrega de sí mismo. Es la Belleza que se manifiesta en María con una entrega incondicional a Dios, no en beneficio propio, sino para dar vida a los demás. María es el ser humano que hizo posible que la Belleza verdadera tuviese rostro en esta tierra. Y puso y prestó su vida para esta misión. Ella nos muestra a los hombres y mujeres que hacer un mundo distinto no es un sueño irrealizable, sino que es posible. Pero, como Ella misma dice, solo es posible para Dios. Por ello, hay que abrirse a la vida, a todas las realidades de la vida. Es imposible experimentar y entregar la Belleza si convertimos nuestra vida en una plaza en la que nos juntamos por grupos y decimos cada uno «yo soy bueno y esos otros son malos»; es imposible hacerlo cuando me encierro en el edificio de mi ideología por muy bonito que sea. La Belleza llega cuando hay corazones abiertos que trascienden, mentes abiertas que ven desde las atalayas más altas. Si pensamos diferente, ¿por qué no nos vamos a hablar? ¿Por qué nos vamos a tirar la piedra? ¿Por qué no darnos la mano para hacer el bien? Cuando María dijo sí, Dios mismo entró en este mundo tomando rostro humano, manifestándonos dónde está la plenitud y dónde está la dignidad de toda persona humana, que no es otra que ser imagen de Dios; una imagen que nadie puede romper o estropear. Todo hay que ponerlo al servicio del hombre y todos nos tenemos que poner al servicio de la persona.

Con María entró en el mundo el rostro de la esperanza, que no es lo mismo que el optimismo. La esperanza que entró llevó a cabo un proyecto y sacrificó la vida para llevarlo adelante sin matar a nadie. Fue Él quien sacrificó la vida para que el ser humano tuviese futuro. Porque comienza a existir esperanza cuando nadie está descartado. La cultura del descarte crea desesperanza. María nos trajo a quien crea la cultura del encuentro. Es Dios mismo quien inicia esta cultura: quiere encontrarse con todos los hombres y quiere que todos nos encontremos como hermanos, sin descartar a nadie. Todos: niños, jóvenes, familias, ancianos, enfermos, personas con capacidades diferentes… Todos son necesarios. Todos tienen cabida y protagonismo en este mundo. Es más, Jesucristo nos dijo: «Ahí tienes a tu Madre», entre otras cosas, porque sabía que su Madre era la promotora de la cultura del encuentro, pues a Él le dio morada para encontrarse con los hombres y para decirnos que somos hijos de Dios y hermanos entre nosotros.

2. El retrato de su salida al camino: después de decir sí a Dios, María salió inmediatamente al camino atravesando, como nos dice el Evangelio, una región montañosa, es decir, no exenta de dificultades. En nuestro Plan Diocesano de Evangelización, Comunión y misión en el anuncio de la alegría del Evangelio, os estoy invitando a todos los cristianos a salir. Tenemos que hacerlo con obras y palabras. Hay que decir a la gente que nos encontremos por el camino, como hizo María nada más recibir la noticia de que iba ser Madre de Dios y a dar rostro humano a Dios. Ella salió, pero salió a servir. Salgamos corriendo, como María, a prestar un servicio a los demás.

¡Cuántos niños necesitan experimentar que no quieren cosas, sino que quieren cariño, amor, entrega a sus vidas, que les revelen y hagan crecer en todas las dimensiones que tiene la vida, en la que está también la trascendente! ¡A cuántos jóvenes hay que hacerles ver que no sean viejos, que sueñen, que Cristo vive, que no nos quita libertad; al contrario, la da, nos hace libres; que Cristo no es una idea más de las muchas que hay! ¡Hay que hablar a los jóvenes con la Vida misma de Cristo! ¡Cristo cambia la vida! ¡Cristo cambia nuestras relaciones! ¡Cristo elimina egoísmos! ¡Cristo da juventud porque cambia el corazón y solamente lo pone en la dirección del prójimo! Y lo hace metiendo en nuestra vida su amor y su misericordia, un amor que no mata al otro, sino que le da Vida y horizontes, salidas reales para que llegue a tener lo que todo ser humano debe tener, el respeto absoluto a todos los derechos fundamentales que le corresponden. Hay que contar a los jóvenes que hay algo grande que merece la pena hacer presente en esta tierra. Salgamos pero sin buscar el maratón del éxito, pues si así lo hacemos es muy probable que excluyamos a alguien, en el sentido de aparcarlo, y que no existan lugares para seguir siendo y construyendo.

3. El retrato de su primer encuentro después de haber dicho sí: es muy importante tomar conciencia de lo que representa aquel gozoso encuentro de María con su prima Isabel. Es un encuentro que transparenta la alegría de la fe y que impregna todo de esa alegría. Cuando se acoge a Dios en nuestras vidas, formula y da una manera de vivir, con metas, dirección y resonancias que las perciben aquellos con quienes nos encontramos.

Incluso el niño que aún no había nacido y estaba en el vientre de Isabel, «saltó de gozo», percibió con fuerza la presencia de Dios en María. E Isabel siente esa alegría de la presencia de Dios y lo manifiesta con aquellas palabras: «Dichosa tú que has creído que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». María salió, caminó, se desinstaló, no se centró en Ella, se transformó en servidora de todos por amor a su Hijo. Alegría y servicio al prójimo van unidos. No hay verdadero servicio al prójimo sin la alegría de hacerlo, que siempre es provocadora de bienestar a los que nos encontramos. Y tampoco hay alegría verdadera si no nos lleva a servir y a hacer partícipes a los demás de la misma. Salir de nuestros planteamientos para entrar en los de Dios y acogerlos es lo que nos hace ver este retrato de María. Por eso, acoger a Dios en nuestra vida nos hace creativos, alegres, y nos regala la dicha de la bienaventuranza. Este momento de la historia de la humanidad nos pide creatividad. Como María, ofrezcamos alegría y servicio al prójimo, desde unas vidas que las dejamos ocupar por Dios.

Digamos sí a Dios como María, salgamos a los caminos por los que van los hombres como María, y ofrezcamos la alegría y el servicio que provoca la presencia de Dios en nuestras vidas como lo hizo María.