El Papa invita a visitar a los presos y pide no juzgarlos ni lavarse las manos diciendo que se han equivocado - Alfa y Omega

El Papa invita a visitar a los presos y pide no juzgarlos ni lavarse las manos diciendo que se han equivocado

Europa Press

El Papa Francisco ha invitado a los católicos a visitar no sólo a los enfermos como acto de misericordia, sino también a los encarcelados y les ha pedido que no los juzguen ni se «laven las manos» diciendo que se han equivocado porque eso es «demasiado fácil».

En la Audiencia General del segundo miércoles de noviembre, el Pontífice ha explicado el significado de las obras corporales de misericordia y ha asegurado que Jesús «no se ha olvidado» de quienes están encerrados en la cárcel y considera que los cristianos deben adoptar actitudes de «comunión y respeto» con este colectivo.

«Si uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil», ha afirmado el Papa, que ha asegurado también que los lleva «en el corazón». «Me pregunto qué los ha llevado a delinquir y cómo han podido ceder a las diversas formas del mal», ha dicho.

Sin embargo, ha reconocido que junto a estos pensamientos siente que todos los presos «tienen necesidad de cercanía y de ternura». «¡Cuántas lágrimas he visto derramarse sobre las mejillas de prisioneros que quizás, jamás en su vida habían llorado! Y esto sólo porque se sintieron acogidos y amados», ha subrayado, para recordar que Jesús y los apóstoles también visitaron a personas encarceladas.

El Pontífice también ha incidido en su catequesis de que la experiencia «más profunda» de esta soledad se tiene también en la enfermedad y ha asegurado que una visita puede hacer a la persona enferma «menos sola» y servir de «óptima medicina». «Visitar a los enfermos es una obra de misericordia impagable», ha apostillado.

Para el Papa, una sonrisa, una caricia, un apretón de manos son gestos «simples», pero «muy importantes para quien se siente estar abandonado a sí mismo». «¡No dejemos solas a las personas enfermas! No impidamos a ellos encontrar alivio, y a nosotros ser enriquecidos por la cercanía con quien sufre», ha aseverado, para concluir que los hospitales son «verdaderas catedrales del dolor», pero que en ellos también se hace evidente «la fuerza de la caridad».

Texto completo de la audiencia

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La vida de Jesús, sobre todo en los tres años de su ministerio público, ha sido un incesante encuentro con las personas. Entre ellas, un lugar especial lo han tenido los enfermos. ¡Cuántas páginas de los Evangelios narran estos encuentros! El paralítico, el ciego, el leproso, el endemoniado, el epiléptico, e innumerables enfermos de todo tipo… Jesús se ha hecho cercano a cada uno de ellos y los ha sanado con su presencia y la potencia de su fuerza sanadora. Por lo tanto, no puede faltar, entre las Obras de misericordia, aquella de visitar y asistir a las personas enfermas.

Junto a esta podemos poner también aquella de estar cerca a las personas que se encuentran en la cárcel. De hecho, sean los enfermos que los encarcelados viven en una condición que limita su libertad. ¡Y justamente cuando nos falta, nos damos cuenta de cuanto esta sea preciosa! Jesús nos ha donado la posibilidad de ser libres no obstante los límites de la enfermedad y de las restricciones. Él nos ofrece la libertad que proviene de su encuentro y del sentido nuevo que este encuentro trae a nuestra condición personal.

Con estas Obras de misericordia el Señor nos invita a un gesto de grande humanidad: el compartir. Recordemos estas palabras: el compartir. Quien está enfermo, muchas veces se siente solo. No podemos ocultar que, sobre todo en nuestros días, justamente en la enfermedad se tiene la experiencia más profunda de la soledad que atraviesa gran parte de la vida. ¡Una visita puede hacer sentir a la persona enferma menos sola y un poco de compañía es una óptima medicina! Una sonrisa, una caricia, un apretón de manos son gestos simples, pero muy importantes para quien se siente estar abandonado a sí mismo. ¡Cuántas personas se dedican a visitar a los enfermos en los hospitales o en sus casas! Es una obra de voluntariado impagable. Cuando es realizada en el nombre del Señor, entonces se convierte también en expresión elocuente y eficaz de misericordia. ¡No dejemos solas a las personas enfermas! No impidamos les impidamos encontrar alivio y a nosotros de ser enriquecidos por la cercanía, con quien sufre. Los hospitales son verdaderas “catedrales del dolor”, donde también se hace evidente la fuerza de la caridad que sostiene y siente compasión.

De la misma manera, pienso a quienes están encerrados en la cárcel. Jesús no se ha olvidado ni siquiera de ellos. Poniendo la visita a los encarcelados entre las obras de misericordia, ha querido invitarnos, en primer lugar, a no hacernos jueces de nadie. Cierto, si uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil. Por eso en la prisión, está descontando su pena. Pero cualquier cosa pueda haber hecho un encarcelado, él es siempre amado por Dios. ¿Quién puede entrar en lo íntimo de su conciencia para entender que siente? ¿Quién puede comprender el dolor y el remordimiento? Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que se ha equivocado. Un cristiano está llamado más bien a hacerse cargo, para que quien se ha equivocado comprenda el mal realizado y vuelva a sí mismo. La falta de libertad es sin duda una de las privaciones más grandes para el ser humano. Si a esta se agrega el degrado por las condiciones a menudo sin humanidad en la cuales estas personas se encuentran viviendo, entonces es realmente el caso en el que un cristiano se siente provocado a hacer de todo para restituir su dignidad.

Visitar a las personas en la cárcel es una obra de misericordia que sobre todo hoy asume un valor particular por las diversas formas de justicialismo al cual estamos sometidos. Por lo tanto, nadie apunte el dedo contra alguien. En cambio, todos volvámonos instrumentos de misericordia, con actitudes de comunión y de respeto. Pienso a menudo en los encarcelados… pienso a menudo, los llevo en el corazón. Me pregunto qué los ha llevado a delinquir y cómo hayan podido ceder a las diversas formas del mal. Sin embargo, junto a estos pensamientos siento que tienen todos necesidad de cercanía y de ternura, porque la misericordia de Dios cumple prodigios. ¡Cuántas lágrimas he visto derramarse sobre las mejillas de prisioneros que quizás, jamás en su vida habían llorado! Y esto sólo porque se sintieron acogidos y amados.

Y no olvidemos que también Jesús y los apóstoles han tenido la experiencia de la prisión. En los relatos de la Pasión conocemos los sufrimientos a los cuales el Señor ha sido sometido: capturado, arrastrado como un malhechor, ridiculizado, flagelado, coronado con espinas… ¡Él, el único inocente! Y también San Pedro y San Pablo estuvieron en la cárcel (Cfr. Hech 12,5; Fil 1,12-17). El domingo pasado – que ha sido el domingo del Jubileo de los encarcelados – en la tarde ha venido a verme un grupo de encarcelados padanos. Yo les pregunte qué cosa habrían hecho al día siguiente, antes de regresar a Padua. Me han dicho: «Iremos a la cárcel Mamertina para compartir la experiencia de San Pablo». Es bello… escuchar esto me ha hecho bien. Estos encarcelados querían visitar a Pablo prisionero. Es una cosa bella. A mí me ha hecho bien. Y también allí, en prisión, han rezado y evangelizado. Es conmovedora la página de los Hechos de los Apóstoles en la cual se relata la reclusión de Pablo: se sentía sólo y deseaba que alguno de los amigos lo visitara (Cfr. 2 Tim 4,9-15). Se sentía solo porque la gran mayoría lo había dejado solo… el gran Pablo.

Estas obras de misericordia, como se ve, son antiguas y sin embargo siempre actuales. Jesús ha dejado aquello que estaba haciendo para ir a visitar a la suegra de Pedro; una antigua obra de caridad. Jesús lo ha hecho. No caigamos en la indiferencia, mas volvámonos instrumentos de la misericordia de Dios. Todos nosotros podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios y esto hará más bien a nosotros que a los demás porque la misericordia pasa a través de un gesto, una palabra, una visita. Y esta misericordia es un acto para restituir alegría y dignidad a quien la ha perdido. Gracias.