Un ensayo portátil - Alfa y Omega

Un ensayo portátil

Javier Alonso Sandoica

En uno de sus diarios de inicio de siglo, el escritor Ernst Jünger, viéndose en el colmo de la vida, es decir, a punto de morir, decía: «Tengo que prepararme, equiparme interiormente para pasar al otro lado, al lado luminoso del Ser, y hacerlo con libertad, no forzado, sino con un asentimiento íntimo, con una expectación tranquila ante la puerta oscura. Sin dolor, he de dejar mi equipaje, mis tesoros. Pues sólo son valiosos por cuanto habita en ellos una relación con el otro lado».

Reconozco que, una vez leídas, me hicieron vibrar estas palabras, porque soy de los que confían al más allá todo el más acá que nos hizo felices. Los libros, los gatos, aquellas flores que vimos crecer, las personas que se cruzaron una tarde y que nos dieron una conversación imborrable. El hombre que habita en Dios y Dios en él, que ésta es la fe cristiana, vive con la fortuna de saber que nada acaba muriéndose, ni las personas amadas ni los libros amados. Por eso, antes de que todos nos vayamos al otro siglo, apunto aquí una alegría editorial reciente, de las que cuajan en lo más profundo del ser humano, El peatón de París, de Léon-Paul Fargue (editorial Errata Naturae). Del escritor se decía que no estaba jamás quieto en su casa, y conocía a todas las gentes de su barrio, Saint Germain des Près. Por eso, a su funeral, en la iglesia de San Francisco Javier, acudieron kioskeros, floristas, camareros de café, cantantes callejeros, amigos escritores, gente de la política. Durante la ocupación alemana, escribió con horror cómo todo el patrimonio humano se podía venir abajo, incluso el mismo perfil de una ciudad, en el que el hombre ha ido dejando su poso de memoria y belleza: «Avenidas, puentes y basílicas, éstos son los frutos de la pesada recolección histórica, los tesoros abandonados por las mareas antiguas, mostrando la belleza que no puede disimularse a las miradas».

Y detallo ahora un reproche magnífico a las gentes de mediados del siglo XX, que no pierde actualidad con los años: «En mi tiempo, había más buen humor, más bonhomía en la grandeza, más atención para los hombres y las cosas. Me acuerdo de la época en la que se hablaba con todo el corazón de un hombre bueno. O cuando se esperaba un acontecimiento poético o científico, en que la política no lo había avasallado todo. Nuestros tiempos más duros y rápidos (antes había más descanso) han suprimido en el hombre hasta el sentimiento de identidad».

Vaya mi recomendación de este flâneur parisino, y de su ensayo portátil que Andrés Trapiello juzga como cruce entre la Divina Comedia y En busca del tiempo perdido. La prueba la dejamos a juicio del lector.