«Por vos y por mí» - Alfa y Omega

«Por vos y por mí»

Jaime Antúnez Aldunate

Había expectación por este primer encuentro del Papa Francisco con el pueblo católico iberoamericano. La había desde la fe, como el cardenal McCarrick, que presagió que «este hombre explotando en amor, en verdad, en bondad, puede revolucionar a Argentina y a América Latina». La había, también ciertamente, por parte de los grandes poderes mediáticos, que aguardan, desde marzo pasado y hasta ahora, a que por fin se instale en la cátedra de Pedro ese gran reformador que lleve a cabo la revolución que conforma su particular programa para la Iglesia. La primera visita de un Papa iberoamericano a su propio continente podría, en su óptica, ofrecer espacio a este segundo programa.

¿Qué vimos durante este primer gran evento mundial presidido por Francisco? Mucho, bastante más de lo que podemos reflejar en este espacio, pero, sin duda, cualquiera con un mínimo de objetividad pudo aclarar la disyuntiva anterior. Como respondiendo a la solicitud por esa revolución que se le pide realizar, el Papa ni siquiera eludió dicha palabra y, al contrario, asumió su significado, eso sí, desde la misma mirada del cardenal McCarrick y no desde la propuesta de lo políticamente correcto.

Leitmotiv en sus diversos discursos, dirigiéndose a los jóvenes, a los seminaristas, a los sacerdotes: ir contracorriente, rebelarse frente a los falsos ídolos con que esclaviza la cultura individualista dominante (la del descarte, la llamó varias veces) y, en sentido inverso, «atreverse a ser felices», con esa felicidad que rompe con el inmanentismo reinante y mira a lo alto.

Por todas partes, y desafiando el mal tiempo, la convocatoria fue multitudinaria, alcanzando en la Vigilia y en la Misa final los tres millones y medio de jóvenes en cada acto. Como en Madrid, el vía crucis y la adoración al Santísimo fueron momentos revestidos de gran belleza, diferente a cada lado del Atlántico, según lo propio de cada cultura. Impulsor decidido de una belleza que habla a los corazones, Francisco aprovechó el recogimiento de estas ocasiones para decir cómo piensa que se han de llevar adelante las reformas necesarias, propias no de «una época de cambios», sino de «un cambio de época». En la huella de su padre, Íñigo de Loyola, delineó así la ruta de la reforma interior que, consonante con el ir contracorriente, es como en el santo de Azpeitia una verdadera contrarreforma. Lo dijo con fuerte elocuencia en la Vigilia: «¿Por dónde empezamos? ¿A quién le pedimos que empiece esto? Una vez, le preguntaron a la Madre Teresa qué era lo que había que cambiar en la Iglesia; para empezar, por qué pared de la Iglesia empezamos. ¿Por dónde -dijeron-, Madre, hay que empezar?Por vos y por mí, contestó ella. ¡Tenía garra esta mujer! Sabía por dónde había que empezar. Yo también hoy le robo la palabra a la Madre Teresa, y te digo: ¿Empezamos? ¿Por dónde? Por vos y por mí».

Desde la favela de Varginha a la reunión con los dirigentes de la sociedad en el Teatro Municipal de Río de Janeiro, la tónica fue la misma: pura doctrina social de la Iglesia, con fuertes resonancias de la Caritas in veritate: hacer «crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y de la relación; es la manera cristiana de promover el bien común, la alegría de vivir -revitalizar siempre el pensamiento y la vida ante la amenaza de frustración y desencanto que pueden invadir el corazón y propagarse por las calles-. Y aquí convergen la fe y la razón, la dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana: el arte, la ciencia, el trabajo, la literatura…, que combina trascendencia y encarnación». Porque la fe que profesa la Iglesia -no se cansa Francisco de repetirlo- está fundada en ese escándalo: que el Verbo de Dios se hizo carne.