Rostro hispano, corazón universal - Alfa y Omega

Los obispos de los Estados Unidos acaban de elegir su nueva dirección, con el cardenal Daniel DiNardo, arzobispo de Galveston-Houston, a la cabeza. Era el principal candidato entre los diez previamente seleccionados y sometidos al voto de la asamblea, ya que ocupaba la vicepresidencia. No siempre se cumple la regla (no escrita) pero lo habitual es que sea elegido presidente quien ha sido vicepresidente en el periodo anterior. Por eso la mayoría de los focos se han centrado ahora en el nuevo vicepresidente, el primer hispano que asume esa responsabilidad.

José Horacio Gómez nació en Monterrey (México) hace 65 años. Estudió filosofía y contabilidad, que de todo hay que saber, y fue ordenado sacerdote en la Prelatura del Opus Dei. Por cierto, se doctoró en Teología en la Universidad de Navarra. Un giro en su camino se produjo en 1987, cuando fue destinado a Texas. Por entonces ya era patente su carisma y capacidad de liderazgo. Ha sido dos veces presidente de la Asociación Nacional de sacerdotes hispanos de los EE. UU. y participó activamente en la creación de la Asociación Católica de Líderes Latinos. La revista Time le incluyó en 2005 en su lista de los 25 líderes hispanos más influyentes de EE. UU.

Tras su paso por Denver y San Antonio, en 2010 fue nombrado arzobispo de Los Ángeles, la diócesis más grande del país. No es extraño que José Gómez sea un firme defensor de los derechos de los inmigrantes, pero es también un audaz constructor de la cultura de la vida, atento a comprender el momento histórico y dispuesto a intervenir en las principales tribunas para anunciar que Jesucristo es el único que puede saciar la sed de nuestros contemporáneos. Sin caer en el tópico, y mucho menos en la etiqueta (que algunos usan para establecer listas de buenos y malos en el episcopado), podríamos decir que encaja perfectamente en el perfil de pastor con olor a oveja.

Nada más concluir las elecciones a la Casa Blanca, escribía a los fieles de Los Ángeles: «No somos republicanos o demócratas[…]; antes que eso, somos seguidores de Jesucristo, llamados a ser santos y a trabajar por su reino[…] Si queremos que América sea más grande, debemos ser hombres y mujeres que vivimos lo que creemos en todos los aspectos de nuestra existencia». Una voz libre y valiente, en una Iglesia que cada vez habla más en español.