Siempre debe ser tiempo de misericordia - Alfa y Omega

Siempre debe ser tiempo de misericordia

En el Año de la Misericordia el Papa ha marcado a la Iglesia un camino por el que queda todavía mucho recorrido que transitar

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Foto: AFP Photo / Tiziana Fabi

El Año Santo ha llegado a su fin, pero Francisco ha decidido dar continuidad a algunas de sus notas más características a través de su carta apostólica Misericordia et misera. De algunas, se puede decir que generalizan y hacen oficial lo que venía siendo ya una buena práctica habitual en las diócesis. Es el caso de convertir en permanente la posibilidad de que cualquier sacerdote absuelva del pecado del aborto. No es razonable poner trabas burocráticas cuando una persona da el difícil paso de confesarse de una acción tan grave, por lo que muchos obispos tenían ya con sus sacerdotes métodos establecidos para agilizar este proceso, tan simples como una llamada telefónica.

Pero agilizar no es sinónimo de banalizar el mal. La lógica de la carta del Papa no es facilitar un trámite formal. Tampoco era esa la intencionalidad del motu proprio Mitis ludex Dominus, que no busca solo acelerar los procesos de nulidad matrimonial –que también–, sino sobre todo procurar un acompañamiento para esas parejas en situaciones complejas y dolorosas. La pastoral cuerpo a cuerpo ha sido uno de los grandes subrayados del Jubileo extraordinario, con el añadido de que no basta ya con quedarse en el confesionario –¡que también!– a esperar que lleguen pecadores arrepentidos. Hay que salir en su búsqueda, para lo que Francisco dio a cerca de 1.000 confesores la potestad de absolver pecados de especial gravedad. Esto se mantiene «hasta nueva disposición», como estandarte de una Iglesia que anuncia que hay pecado que «la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir».

No se trata de unas rebajas penales. De hecho, Francisco busca superar el espíritu legalista y farisaico que convierte el cristianismo en un conjunto de normas morales. El amor es la causa última de la libertad y la felicidad del ser humano, la fuerza divina que le capacita para perdonar y para ver en cada ser humano a un hermano. Esta es la lógica última del Año Jubilar, con el que el Papa Francisco ha marcado a la Iglesia un camino por el que queda todavía mucho recorrido que transitar.