La Atlántida roja - Alfa y Omega

La Atlántida roja

Ricardo Benjumea

¿Cayó el comunismo, o fue derribado? El debate vuelve a abrirse por unas desafortunadas palabras del ex Canciller Helmut Kohl, recogidas en un libro publicado sin su autorización en vísperas del 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. «Es totalmente falso pensar que, de pronto, el Espíritu Santo llegó a las plazas de Leipzig y cambió el mundo», dijo, al parecer Kohl al periodista Heribert Schwan. Frente al mito que ha encumbrado a los fieles evangélicos y activistas reunidos, cada lunes desde 1982, en torno a los Encuentros de oración por la paz, de la Nikolaikirche de Lepizig, lo que sucedió -sostiene el histórico líder democristiano- fue que «Gorbachov tuvo que admitir que no podía sostener el régimen» de la RDA, y el Muro se vino abajo.

El tono sarcástico puede atribuirse a los sinsabores que le ha deparado la vejez al Canciller de la reunificación, con duros golpes personales, desde el suicidio de su esposa, los escándalos de corrupción o el desprecio -correspondido- de su antigua delfín, la Canciller Angela Merkel. Pero Kohl plantea un importante debate, más allá de los medios de los que quiera servirse el Espíritu Santo para intervenir en la historia humana. ¿Qué papel jugaron las movilizaciones populares en el desmoronamiento del sistema? ¿Qué mérito debe atribuirse a los miles de mártires y a los pacíficos luchadores por la libertad que allanaron el camino a las masivas protestas del 89 en Praga o Budapest?

Rialp publica en España La Atlántida Roja. El fin del comunismo en Europa, del periodista italiano Luigi Geninazzi, antiguo corresponsal en Europa del Este para el semanario Il Sabato y el diario Avvenire. No es un ensayo político, sino una vibrante crónica del desmoronamiento del socialismo en Europa del Este, con especial atención a Polonia (el prólogo, de hecho, es de Lech Walesa). Geninazzi retrata fielmente la corrupción y la degeneración moral que impregnaba las sociedades socialistas, con ejemplos como los de esas familias rurales polacas que pasaban los fines de semana en la ciudad para que la madre se prostituyera, mientras el padre y los hijos esperaban encerrados en la habitación de un hotel. San Juan Pablo II conocía bien las contradicciones del régimen, frente a una inmensa mayoría en Occidente (también dentro de la Iglesia) que asumía que el socialismo era invencible, cuando no moralmente superior, y sólo cabía pactar un acomodo. Todo eso lo cuenta Geninazzi de fuentes de primera mano, incluido el propio Papa Wojtyla. La debilidad interna del socialismo quedaba camuflada por su imponente aparato represivo, y empieza sólo a quedar al descubierto cuando unos obreros de los astilleros de Danzig se plantan, en nombre de la libertad y la dignidad humana, que ningún régimen político -proclaman a un pueblo atónito que empieza a recuperar la esperanza- les puede arrebatar. Estos héroes sufrirán persecución, pero sus convicciones católicas les permiten resistir, y no sucumbir al odio ni a la venganza. Desde otros postulados, Havel y la resistencia checa llegan a conclusiones similares. Gracias a Gorbachov, pero también a todos ellos, la revolución de 1989 fue pacífica. Lo de Yugoslavia es otra historia. Que el resultado de la revolución del 89 haya sido, muchas veces, el triunfo de un capitalismo salvaje, también.