El Papa en la audiencia: «La desesperación ha sido vencida porque Dios está entre nosotros» - Alfa y Omega

El Papa en la audiencia: «La desesperación ha sido vencida porque Dios está entre nosotros»

Redacción

El Papa se ha permitido bromear ante su inminente 80 cumpleaños cuando los fieles, durante la audiencia general, le han felicitado y cantado cumpleaños feliz por su efeméride, que tendrá lugar el próximo sábado 17 de diciembre. «En mi país felicitar un día antes da mala suerte», ha afirmado desde el balcón del Aula Pablo VI del Vaticano.

Miles de fieles le habían hecho llegar sus felicitaciones al Pontífice a través de los lectores que preceden la audiencia general. Además, los peregrinos que seguían la alocución de Francisco desde la plaza de San Pedro le han cantado el cumpleaños feliz en italiano. El Papa ha dado las gracias a todos.

Portadora de libertad y paz

Con la Navidad que golpea a nuestras puertas, durante la audiencia el Papa Francisco siguió reflexionando, en este primer período del Año litúrgico, sobre el tema de la esperanza cristiana, y el capítulo 52 de Isaías que inicia con la invitación al pueblo de Jerusalén para que despierte y vista de gala porque llega el Señor a liberarlo, es el tema con el que inició su reflexión. «Con las palabras de Isaías nos preparamos a celebrar la fiesta de la Navidad. El Profeta nos ayuda a abrirnos a la esperanza y a acoger la Buena noticia de la Salvación con un canto de alegría, porque el Señor está ya cerca», dijo. «La desesperación ha sido vencida porque Dios está entre nosotros», añadió.

Por ello, ha invitado a llevar la Buena Noticia, sobre todo en zonas donde hay «realidades adversas o cuando llega la tentación de pensar que nada tiene sentido». En este momento, según ha señalado, en que la Buena Noticia «se convierte en portadora de libertad y de paz». «Son hermosos los pies de aquel que corre a anunciar esto a sus hermanos ya que ha comprendido la urgencia de este anuncio para un mundo que necesita a Dios», ha asegurado.

Finalmente, el Papa ha pedido a los fieles que preparen el corazón, «para acoger toda la pequeñez, toda la maravilla, toda la sorpresa de un Dios que abandona su grandeza y se hace pobre y débil para estar cerca de cada uno».

Europa Press / Redacción

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Nos estamos acercando a la Navidad, y el profeta Isaías una vez más nos ayuda a abrirnos a la esperanza acogiendo la Buena Noticia de la llegada de la salvación.

El capítulo 52 de Isaías inicia con la invitación dirigida a Jerusalén para que se despierte, se quite de encima el polvo y las cadenas y se revista con los vestidos más bellos, porque el Señor ha venido a liberar a su pueblo (vv. 1-3). Y agrega: «Mi Pueblo conocerá mi Nombre en ese día, porque yo soy aquel que dice: ¡Aquí estoy!» (v. 6).

A este, «aquí estoy» dicho por Dios, que resume toda su voluntad de salvación y de acercarse a nosotros, responde el canto de alegría de Jerusalén, según la invitación del profeta. Es un momento histórico muy importante. Es el fin del exilio en Babilonia, es la posibilidad para Israel de encontrar a Dios y, en la fe –en la fe– encontrase a sí mismo. El Señor está cerca, y el «pequeño resto», es decir, el pequeño pueblo que ha quedado después del exilio, el «pequeño resto» que en el exilio ha resistido en la fe, que ha atravesado la crisis y ha continuado creyendo y esperando incluso en medio de la oscuridad, aquel «pequeño resto» podrá ver las maravillas de Dios.

A este punto el profeta introduce un canto de júbilo: «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: ¡Tu Dios reina!. […] ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén!, –las ruinas deben cantar porque llega la liberación, viene la reconstrucción– ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén! El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios» (Is 52,7.9-10).

Hasta aquí, Isaías. Estas palabras de Isaías, sobre las cuales queremos detenernos un poco, hacen referencia al milagro de la paz, y lo hacen de un modo muy particular, poniendo la mirada no sobre el mensajero, sino sobre sus pies que corren veloz: «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia…».

Parece el esposo del Cantar de los Cantares que corre hacia su amada: «Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas» (Cant 2,8). También así, el mensajero de la paz corre, llevando la buena noticia de liberación, de salvación, y proclamando que Dios reina.

Dios no ha abandonado a su pueblo y no se ha dejado derrotar por el mal, porque Él es fiel, y su gracias es más grande del pecado. Esto debemos aprenderlo, ¿eh? ¡Porque nosotros somos testarudos! Y no aprendemos esto. Pero yo les hare una pregunta: ¿Quién es más grande, Dios o el pecado? ¿Quién? …Ah, no están convencidos. No se escucha bien. Y ¿Quién vence al final? ¿Dios o el pecado? Y ¿Dios es capaz de vencer el pecado más grave? También ¿el pecado más vergonzoso? ¿Incluso el pecado que es terrible, el peor de los pecados, es capaz de vencerlo? Sí. Y esta pregunta no es fácil, veamos si entre ustedes hay un teólogo o una teóloga para responder: ¿Con qué armas vence Dios el pecado? Con el amor. Bien, tantos buenos teólogos. Y esto –que Dios vence el pecado– quiere decir que “Dios reina”; son estas las palabras de la fe en un Señor cuya potencia se inclina hacia la humanidad, se abaja, para ofrecer misericordia y liberar al hombre de lo que desfigura en él la imagen bella de Dios, porque cuando estamos en el pecado la imagen de Dios se desfigura. Y el cumplimiento de tanto amor será justamente el Reino instaurado por Jesús, aquel Reino de perdón y de paz que nosotros celebramos con la Navidad y que se realiza definitivamente en la Pascua. Y la alegría más bella de la Navidad es aquella alegría interior de paz: el Señor ha cancelado mis pecados, el Señor me ha perdonado, el Señor ha tenido misericordia de mí, ha venido a salvarme. Esta es la alegría de la Navidad.

Son estos, hermanos y hermanas, los motivos de nuestra esperanza. Cuando todo parece terminar, cuando, ante tantas realidades negativas, la fe se hace difícil y viene la tentación de decir que nada más tiene sentido, ahí está en cambio la bella noticia traída por esos pies veloces: Dios está viniendo a realizar algo nuevo, a instaurar un reino de paz; Dios ha «desnudado su brazo» y viene a traer libertad y consolación. El mal no triunfará por siempre, existe un final para el dolor. La desesperación ha sido vencida porque Dios está entre nosotros.

Y también nosotros estamos llamados a despertarnos un poco, como Jerusalén, según la invitación que le dirige el profeta; estamos llamados a convertirnos en hombre y mujeres de esperanza, colaborando con la llegada de este Reino hecho de luz y destinado a todos, hombres y mujeres de esperanza. Pero cuanto es feo cuando encontramos un cristiano que ha perdido la esperanza: «Yo no espero nada, todo ha terminado para mí», un cristiano que no es capaz de mirar el horizonte con esperanza y ante su corazón solo hay un muro. Pero ¡Dios destruye estos muros con el perdón! Y por esto, nuestra oración, para que Dios nos de cada día la esperanza y la dé a todos, aquella esperanza que nace cuando vemos a Dios en el pesebre en Belén. El mensaje de la Buena Noticia que nos es confiado es urgente, debemos también nosotros correr como el mensajero sobre los montes, porque el mundo no puede esperar, la humanidad tiene hambre y sed de justicia, de verdad, de paz.

Y viendo al pequeño Niño de Belén, los pequeños del mundo sabrán que la promesa se ha cumplido, el mensaje se ha realizado. En un niño apenas nacido, necesitado de todo, envuelto en pañales y puesto en un pesebre, está contenida toda la potencia del Dios que salva. Se necesita abrir el corazón –la Navidad es un día para abrir el corazón– se necesita abrir el corazón a tanta pequeñez que está ahí, en aquel niño, y tanta maravilla que está ahí. Es la maravilla de la Navidad, a la cual nos estamos preparando, con esperanza, en este tiempo de Adviento. Es la sorpresa de un Dios niño, de un Dios pobre, de un Dios débil, de un Dios que abandona su grandeza para hacerse cercano a cada uno de nosotros. Gracias.

Traducción del italiano: Renato Martinez / RV