Filipinas: el legado de la España misionera - Alfa y Omega

Filipinas: el legado de la España misionera

La visita del Papa Francisco a Filipinas trae a la actualidad la labor de evangelización que realizaron los misioneros españoles tras el descubrimiento de las islas a partir del siglo XVI. A menudo, cuando se habla de la conquista y colonización de un Nuevo Mundo por España, se piensa sólo en América, olvidando el importante papel de nuestro país en el descubrimiento del Pacífico

Jesús Caraballo

Las islas Filipinas constituyen, sin duda, el epicentro de la destacada labor de España en la colonización del Pacífico, que contribuyó a poner ese amplio océano en los mapas, jalonados con nombres como Estrecho de Torres, en Australia; los archipiélagos de las Carolinas, de las Marianas, donde todavía se habla una variante conocida como el chamorro, etcétera. Cuando Magallanes desembarcó, en 1.521, con los suyos en el archipiélago que debe su nombre al Rey Felipe II, lo hizo en las Visayas, en concreto en las islas de Bohol y Cebú. Allí se levantaron las primeras iglesias, en donde la labor evangelizadora de las órdenes religiosas contribuyó a que hoy en día, el 85 % de los 100 millones de filipinos profesen la religión católica. Una exposición, en Casa de América, en Madrid, se encarga de rescatar del olvido ese rico patrimonio.

Buena parte del mérito de la alta tasa de conversiones, pese al reducido número de religiosos que llegaron a las islas, se debe a la actitud de éstos hacia los nativos, quienes marginaban a todos aquellos enfermos con llagas. Ante el escaso éxito en sus prédicas, para que acogieran a los enfermos sin prevención, los misioneros españoles les curaban las heridas y besaban las llagas, lo que causó auténtica impresión a los nativos, según testimonio referido por el padre jesuita Pedro Chirino, en 1.610.

Actitudes tan ejemplares como ésta, unidas a la inculturación, tan frecuente en la misión evangelizadora de los españoles en tantos lugares y siguiendo el modelo aplicado en América, contribuyeron a la identificación de la población con la fe católica. A la obra de los misioneros se debe el que, a través de los diccionarios y gramáticas de las lenguas nativas, destinados a catequizar, hayan llegado hasta nosotros parte de unas lenguas que, tras la prevalencia del tagalo, idioma que se impuso en el archipiélago, terminaron despareciendo. En la exposición se pueden admirar algunos hermosos ejemplares de la Ortigas Library.

La conversión de buen número de nativos desde el inicio de la evangelización aportó la mano de obra necesaria para levantar las primeras iglesias, que eran de factura sencilla, realizadas en madera, y con techo de nipa (planta indígena). Junto a la labor evangelizadora, en torno a las iglesias se desarrolló tempranamente una importante actividad económica, lo que atrajo a la población nativa dando lugar a las primeras poblaciones.

La llegada de los primeros tifones y terremotos alertó a los religiosos sobre la necesidad de hacer construcciones más sólidas. Fue el padre jesuita Antonio Cedeño, quien descubrió, a finales del siglo XVI, la solidez de la piedra caliza, que sirvió de material a partir de entonces para la construcción no sólo de nuevas iglesias, sino de otras construcciones civiles como el Fuerte de Intramuros, en la capital, Manila. En estas tareas participaba la población, recibiendo por ello su correspondiente salario, como recoge el padre dominico Valentín Marín y Morales, en su libro Ensayo de una Síntesis de los Trabajos realizados por las Corporaciones Religiosas de Filipinas (Imprenta de santo Tomás, 1.901).

Como se ha señalado más arriba, las iglesias al principio se realizaban en materiales sencillos, como el bambú para las paredes y la nipa para el techo, pero tras un gran incendio en 1.582, que destruyó buena parte de la ciudad de Manila, el padre Antonio Sedeño convenció al obispo Salazar, para realizar construcciones más sólidas. El obispo mandó reconstruir su residencia en adobe. Posteriormente empezó a utilizarse madera, junto con piedras mezcladas con cal y conchas marinas. En cuanto al suelo, al principio es de tierra, luego de madera, y finalmente de baldosas, con dibujos geométricos.

La arquitectura de las iglesias filipinas y, en particular los techos, reflejaron pronto el barroco, que ya era omnipresente en Hispanoamérica. En concreto, en la pintura de los techos se impone el estilo trompe l’oeil, que imprime una sensación de mayor altura y envergadura al interior de las iglesias. Las imágenes que aparecen en dichas pinturas tienen una clara intención catequizadora.

Las iglesias filipinas se distinguen por su bajo porte, precisamente para prevenir en lo posible los efectos de terremotos y otros cataclismos de la Naturaleza tan habituales en la región. Por el mismo motivo, los campanarios, igualmente más bajos de lo habitual, a menudo se construyen separados, a cierta distancia de la iglesia, desempeñando además de su función natural, la de atalayas. Es frecuente también que los laterales de las iglesias cuenten con contrafuertes, construidos en piedra, para tratar de mitigar los efectos devastadores de los movimientos sísmicos.

Pese a la fuerza de la Naturaleza y fruto de un gran esfuerzo restaurador, han llegado hasta nuestros días iglesias, auténticos tesoros, que acogen el hondo sentimiento religioso del pueblo filipino. La relación completa sería muy prolija, pero no pueden faltar en esta lista nombres como la Basílica Menor del Nazareno Negro, más conocida como de Quiapo, en Manila; la parroquia de Santo Domingo de Guzmán (Abucay, Bataan); la parroquia de Santa Rosa de Lima (Bacacay, Albay); la iglesia de San Pedro y San Pablo (Calasiao, Pangasinan), y un largo etcétera.