«El que no pasa por la calle de La Pasa no se casa» - Alfa y Omega

«El que no pasa por la calle de La Pasa no se casa»

Joaquín Martín Abad
Foto: María Pazos Carretero

¡Cómo —y qué pronto— pasa lo que se pasa y cuánto dura lo que perdura! Antes se repetía en Madrid que «el que no pasa por la calle de La Pasa no se casa». Y es que ahí estaba la vicaría para tramitar expedientes matrimoniales. Ahora pueden llevarse —los que se llevan— a cada una de las ocho vicarías territoriales o al Arzobispado, de la calle Bailén.

Actualmente en la calle de La Pasa, que encamina peatones desde la plaza de la Puerta Cerrada a la del Conde de Barajas, en el centro, de un lado, se elabora este semanario Alfa y Omega, que comparte portal con el archivo diocesano. Más abajo está la oficina de la Provincia Eclesiástica de Madrid y más arriba el departamento de Medios de Comunicación Social, la Oficina de Información y el servicio informático del Arzobispado.

Pero, ¿por qué La Pasa? Pues por las pasas. En los azulejos que marcan la calle figuran, sobre un racimo de uvas, un clérigo en la puerta de la entonces residencia madrileña del arzobispo de Toledo, y una cola de personas a las que repartía uvas pasas desde el tiempo en que el infante don Luis de Borbón y Farnesio (1727-85) fue su cardenal arzobispo. Ya se sabe que nunca fue ordenado obispo, y hasta dejó el estado eclesiástico porque no se veía como tal. También esto pasó.

Este cardenal infante había determinado, además, que se diera cada día un pan a quienes lo necesitaran, a la vuelta de la esquina de La Pasa, en el pasadizo del Panecillo. Si por una puerta las pasas, por la otra, del mismo edificio, se daba el pan. En los azulejos que marcan el pasadizo, que da la vuelta a la residencia arzobispal y está cerrado por seguridad con verjas desde 1829, dos frailes entregan una hogaza a una madre con su niño.

Han pasado siglos y no ha pasado la pobreza ni la necesidad de comer todos los días. Actualmente en la archidiócesis de Madrid múltiples y distintas instituciones de Cáritas y comedores parroquiales o de casas religiosas de la vida consagrada ofrecen diaria, gratuita y discretamente miles de desayunos, comidas, y bocadillos para la cena. Si resulta necesaria la promoción social, de trabajo y empleo, y de mejor distribución de los recursos sociales, es urgente como el comer subvenir al instante esa necesidad primaria. Porque, tristemente, es dura. Y aún perdura.