La vergüenza de Europa - Alfa y Omega

La vergüenza de Europa

Pedro J Rabadán
Foto: REUTERS/Marko Djurica

Un plato de guiso caliente para intentar entrar en calor. Difícil tarea cuando el termómetro marca 20 grados bajo cero, cuando no hay ni siquiera un lugar para sentarse y hay que comer de cuclillas, y cuando apenas una fina manta sirve de abrigo y cobijo contra la nieve. Al lado del plato, el manto de nieve se mancha de trozos de ese alimento que caen de la cucharilla de plástico. Es difícil mantener el pulso con las manos completamente heladas.

Este hombre es uno de los 8.500 refugiados varados en Serbia. Más de 7.000 viven en campamentos hacinados, asentamientos provisionales totalmente inadecuados para soportar las inclemencias invernales. Otros 1.200 viven a la intemperie ocupando edificios abandonados de Belgrado, con las ventanas rotas y calentándose con pequeñas hogueras que inundan de humo todas las estancias. Médicos sin Fronteras denuncia además el bloqueo de ayuda humanitaria para que estas personas se muevan en busca de otros refugios a otros países. Y en Grecia hay otras 6.000 personas (sí, personas) muriéndose de frío, una expresión que ya es literal. Nuestro protagonista se alimenta solo. El drama es aún mayor para familias enteras con niños pequeños. También hay fotos de ellos, pero permítanme que les ahorre el dolor de verlas.

Es la vergüenza de Europa. De quienes nos gobiernan. De quienes desde su confort, con sus calefacciones a 23 grados, no son capaces de derretir sus gélidos corazones para tomar decisiones que salven la vida de quienes llaman a nuestras puertas. Son personas que huyen de la guerra, de la destrucción, de la tortura, de la violencia extrema… Lo que encuentran es la crueldad de la indiferencia y del rechazo, el abandono total y la tortura de ver cómo el frío apaga sus vidas, las mafias les roban sus hijos y el olvido los condena a la desesperanza. Los discursos huecos de los líderes europeos no se escuchan en medio de la ventisca y las pancartas de Bienvenidos refugiados colgadas en algunos edificios públicos es mejor no mirarlas para no sentir náuseas ante la hipocresía de la vieja Europa sin valores ni humanidad.