Urge reevangelizar el Camino de Santiago - Alfa y Omega

Urge reevangelizar el Camino de Santiago

Para el seminarista Juan Hernández, del Seminario Conciliar de Madrid, el Camino de Santiago supuso un hito en su conversión, la flecha amarilla para llegar definitivamente a la Iglesia. Sigue vinculado a él como hospitalero del albergue de Tosantos, en Burgos, uno de los pocos en el que el Camino recupera su vocación de acogida cristiana. Afirma que «muchos buscan a Dios en el Camino, y tenemos que aprovecharlo» para evangelizar

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Muchos empiezan a intuir a Dios en el Camino de Santiago, y necesitan una orientación, una buena acogida cristiana

¿Cómo es tu relación con el Camino de Santiago?
He hecho el Camino de Santiago tres veces. Las dos primeras iba con la idea de resolver problemas de trabajo y afectivos; quería recuperar el concepto de amor que yo tenía de pequeño, y quería recuperar el concepto de perdón también. Después de recorrerlo por segunda vez, empecé a leer a Platón. Buscando sabiduría antigua empecé también a leer la Biblia, y eso me cambió la vida. Empecé en enero de 2008 a leer la Biblia; primero, de una manera intelectual; me cuadraba comparar lo de la Torre de Babel con la actualidad; la Carta a los Romanos me pareció que podía estar dirigida a nosotros en estos momentos, en esta sociedad completamente idólatra. Luego, más tarde, se murió un amigo mío y eso me hizo replantearme muchas cosas. En primer lugar, mi relación con él, por no haber ido a verle todo lo que habría debido. Cuando murió, deseé entrar a rezar en una iglesia; y poco después me fui a hacer, otra vez, el Camino de Santiago, desde San Juan de Pie de Puerto, y aquello fue una experiencia decisiva.

¿Encontraste en el Camino lo que estabas buscando?
Yo ya fui allí con la intención de ir a Misa todos los días, y con ánimo de que fuera para mí algo así como unos Ejercicios espirituales, con mucho silencio. Pero, una vez allí, comprobé que eso es algo muy difícil: no hay mucha posibilidad de ir a Misa todos los días; y el silencio en los albergues es casi una utopía, con la gente bebiendo, jugando a las cartas… Entonces llegué a Tosantos, en Burgos, con ganas de marcharme a casa, porque me había encontrado con que muchos vivían el Camino como un mero botellón ambulante. Yo sabía que ése era un albergue distinto, porque se hacía la Oración de la noche, y me puse a hablar con José Luis, el hospitalero. Me dijo que ese Camino, para mí, debía consistir más en dar que en recibir; que la gente debía ver en mí a un chico normal, que reza, va a Misa, etc. También me invitó a volver como hospitalero, algo que he ido haciendo en varias ocasiones, de manera intermitente, sobre todo en las vacaciones que tenemos en el Seminario.

¿Y cómo ves el Camino de Santiago ahora, cuando vuelves como hospitalero?
Por el albergue están pasando entre 3.000 y 4.000 peregrinos al año. Muchos son completamente ateos; otros muchos son protestantes, en su mayoría de Estados Unidos. Ves muy bien las grandes posibilidades de evangelización que tiene el Camino, y también compruebas con dolor que en la Iglesia quizá no lo estamos aprovechando. Las peregrinaciones que organizan las diócesis están muy bien, pero no nos podemos quedar sólo con eso. Hay gente que hace el Camino sólo una vez en su vida, sobre todo los extranjeros, y esa ocasión debemos aprovecharla. Aparte de los que van allí como diversión, hay otros muchos que se toman el Camino muy en serio, y no encuentran una reciprocidad.

¿Qué puede ofrecer un albergue que sea distinto de lo que ofrecen otros?
La atención espiritual, sin duda. Pero es algo que depende mucho del hospitalero. En el albergue de Tosantos, rezamos Completas en todos los idiomas que hemos podido conseguir. Y rezamos después con las notas o intenciones que dejan de paso los peregrinos. Hablamos de la Providencia, de las Completas como un camino de vida. Vivimos una espiritualidad católica, no como ese esoterismo que tanto abunda. Al conocer las intenciones de oración de los peregrinos, ves sufrimientos terribles, y heridas muy grandes. Mucha gente lleva todo eso al Camino de Santiago, y allí necesita la acogida de la Iglesia.

El Papa habla tanto de la necesidad de salir a las periferias, pero resulta que en el Camino de Santiago no hace falta salir, sino que los alejados vienen a un camino de Iglesia a buscar respuestas. ¿Cómo dárselas?
Hay algo clave: es necesario recuperar la hospitalidad como un carisma de la Iglesia, y tomárnoslo en serio. En el Camino te puedes encontrar con albergues parroquiales atendidos por hospitaleros que no dan esta acogida, que no muestran a la gente la riqueza de la Iglesia, o que hacen la Oración de la noche sin tener ni idea de lo que están haciendo. Por el Camino pasan peregrinos que no han oído hablar de la Iglesia en su vida, gente educada en el ateísmo y en la indiferencia total; muchos empiezan a intuir a Dios en el Camino y necesitan una orientación. Hay que llevar la nueva evangelización al Camino de Santiago, y eso pasa por ofrecer la hospitalidad con sentido cristiano, diferente a la que puede ofrecer cualquier otro albergue. En el Camino estás en primera línea de evangelización, y eso hay que aprovecharlo.

Es triste que tengamos que depender de las Asociaciones culturales de Amigos del Camino de Santiago para tener hospitaleros, cuando en España tenemos miles de parroquias y debería haber bofetadas por ir al Camino como hospitalero. Debería ser normal que las parroquias gestionaran el envío de hospitaleros voluntarios. Y otra asignatura pendiente: ofrecer esta acogida de la Iglesia como un servicio permanente.

Hambre y sed de Dios

El padre agustino Pedro Moreno acaba de volver del Camino de Santiago, donde ha vivido una experiencia de 22 días como hospitalero en el albergue parroquial de Vega de Valcarce, en León, en una iniciativa de unión de las Provincias de los agustinos españoles. A los pies del Cebreiro, los agustinos se turnan para «dar a los peregrinos una acogida que devuelva al Camino su sentido cristiano —confiesa—. Queremos atender a los peregrinos de la forma más cristiana posible, que en realidad es la mejor forma de acogerlos». Para ello, después de ofrecerles un buen descanso, a la tarde les ofrecen la posibilidad de participar en la Eucaristía, en la que se incluye el rito del lavatorio de los pies, así como la bendición del peregrino y la Palabra en distintas lenguas, según el origen de los peregrinos. Después de la cena en común, tienen un rato de charla en la que salen cosas que no saldrían en cualquier otro momento. «Es un rato en el que afloran experiencias muy bellas —afirma el padre Pedro—, y vemos en ellas una motivación espiritual absolutamente religiosa; percibimos que hay hambre y sed de Dios. Es una necesidad que se palpa; a lo mejor no la saben expresar bien, pero la intuyen. En el Camino se vive de lo provisional, no se tiene nada seguro, y esa experiencia, al llevarla a la vida diaria, les hace darse cuenta de la necesidad de una fuerza que no puede ser sino Dios».