Homilía del Papa en la clausura del Jubileo de los 800 años de la confirmación de la Orden de los Dominicos - Alfa y Omega

Homilía del Papa en la clausura del Jubileo de los 800 años de la confirmación de la Orden de los Dominicos

«Damos gloria al Padre por la obra que santo Domingo, lleno de la luz y de la sal de Cristo, ha realizado ochocientos años atrás; una obra al servicio del Evangelio, predicado con la palabra y con la vida; una obra que, con la gracia del Espíritu Santo, ha hecho que muchos hombres y mujeres sean ayudados a no perderse en medio del carnaval de la curiosidad mundana, sino en cambio hayan escuchado el gusto de la sana doctrina, el gusto del Evangelio, y se hayan convertido, a su vez, en luz y sal, artesanos de obras buenas»

Papa Francisco

La Palabra de Dios hoy nos presenta dos escenarios humanos opuestos: de una parte el «carnaval» de la curiosidad mundana; de la otra, la glorificación del Padre mediante las obras buenas. Y nuestra vida se mueve siempre entre estos dos escenarios. De hecho, ellos están en toda época, como lo demuestran las palabras de San Pablo dirigido a Timoteo (Cfr. 2 Tim 4,1-5). Y también santo Domingo con sus primeros hermanos, ochocientos años atrás, se movía entre estos dos escenarios.

Pablo advierte a Timoteo que deberá anunciar el Evangelio en un contexto en que la gente busca siempre nuevos maestros, cuentos, doctrinas diversas, ideologías… «Prurientes auribus» (2 Tim 4,3). Es el carnaval de la curiosidad mundana, de la seducción. Por esto el Apóstol instruye a su discípulo usando incluso verbos fuertes, como insiste, advierte, reprocha, exhorta, y luego vigila, soporta los sufrimientos (vv. 2.5).

Es interesante ver como ya entonces, dos milenios atrás, los apóstoles del Evangelio se encontraban ante este escenario, que en nuestros días se ha desarrollado mucho y globalizado a causa de la seducción del relativismo subjetivista. La tendencia de la búsqueda de novedad propia del ser humano encuentra el ambiente ideal en la sociedad del aparentar, del consumo, en el cual muchas veces se reciclan cosas viejas, pero lo importante es hacerlas parecer como nuevas, atrayentes, seductoras. También la verdad es enmascarada. Nos movemos en la así llamada “sociedad liquida”, sin puntos fijos, desordenada, sin referencias sólidas y estables; en la cultura de lo efímero, del usa y tira.

Ante este carnaval mundano resalta netamente el escenario opuesto, que encontramos en las palabras de Jesús que hemos escuchado: «glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Mt 5,16). Y ¿cómo se da este paso de la superficialidad casi-afectuosa a la glorificación? Se da gracias a las buenas obras de aquellos que, se hacen discípulos de Jesús, y son «sal» y «luz». «Así debe brillar ante los ojos de los hombres –dice Jesús– la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Mt 5,16).

En medio del carnaval de ayer y hoy, esta es la respuesta de Jesús y de la Iglesia, este es la base sólida en medio del ambiente liquido: las buenas obras que podemos realizar gracias a Cristo y a su Santo Espíritu, y que hacen nacer en el corazón el agradecimiento a Dios Padre, la alabanza, o al menos la maravilla y la pregunta: ¿Por qué?, ¿Por qué esta persona se comporta así?: la inquietud del mundo ante el testimonio del Evangelio.

Pero para que este sacudón suceda se necesita que la sal no pierda el sabor y la luz no se esconda (Cfr. Mt 5,13-15). Jesús lo dice muy claramente: si la sal pierde su sabor no sirve para nada. ¡Cuidado que la sal pierda su sabor! ¡Atención a una Iglesia que pierde el sabor! ¡Cuidado que un sacerdote, un consagrado, una congregación que pierde su sabor!

Hoy nosotros damos gloria al Padre por la obra que santo Domingo, lleno de la luz y de la sal de Cristo, ha realizado ochocientos años atrás; una obra al servicio del Evangelio, predicado con la palabra y con la vida; una obra que, con la gracia del Espíritu Santo, ha hecho que muchos hombres y mujeres sean ayudados a no perderse en medio del carnaval de la curiosidad mundana, sino en cambio hayan escuchado el gusto de la sana doctrina, el gusto del Evangelio, y se hayan convertido, a su vez, en luz y sal, artesanos de obras buenas… y los verdaderos hermanos y hermanas que glorifican a Dios y enseñan a glorificar a Dios con las buenas obras de la vida.