Gracias al cardenal Rouco: ¡Siempre en comunión! - Alfa y Omega

Gracias al cardenal Rouco: ¡Siempre en comunión!

Escriben los tres obispos auxiliares de Madrid en este artículo conjunto: «El cardenal Rouco ha querido una diócesis misionera, que ofrece el tesoro de la fe, Cristo mismo… No es un estratega de la evangelización; es un pastor convencido de que el Evangelio es gozo para el hombre y fuente inagotable de libertad y de amor. De esa alegría serena también él nos ha dado testimonio vivo, cuando ha tenido que sufrir, como parte de la cruz que el obispo comparte con Cristo, críticas, incomprensiones, maledicencias, e incluso orquestadas campañas contra su persona. Se trata, en realidad, de la oposición que ha de sufrirse a causa del anuncio valeroso del Evangelio: signo de contradicción para el mundo»

Colaborador

Cuando se acerca ya el momento de la despedida del señor cardenal don Antonio María Rouco Varela como arzobispo de Madrid, los obispos auxiliares queremos agradecer públicamente a Dios este tiempo en el que, unidos tan estrechamente a él en razón del ministerio episcopal, hemos podido comprobar su generosa entrega a la archidiócesis madrileña. Somos testigos de que ha vivido para ella, fiel a una convicción repetida en frecuentes ocasiones: cuando uno es nombrado obispo, debe saber que se le acabó la vida privada. El ministerio episcopal establece, en efecto, un vínculo con la diócesis a la que el obispo es destinado, que la liturgia de ordenación y la teología califican de esponsal. El obispo, como representante de Cristo, Esposo de la Iglesia, es el esposo de su diócesis, a la que se entrega con alma y cuerpo en un servicio incondicional hasta dar la vida por ella. Quienes han trabajado cerca del cardenal Rouco, y nosotros lo hemos hecho de forma privilegiada, saben que, en su servicio a la diócesis de Madrid, no ha escatimado esfuerzos, no se ha reservado nada.

Un dato muy significativo ilustra lo que decimos. Desde que contó con obispos auxiliares, la Visita pastoral a las parroquias ha sido una constante de su ministerio. Como diócesis grande, Madrid necesita tiempo para visitar todas las parroquias. Por ello, era preciso, al terminar la Visita a toda la diócesis, iniciar ya la siguiente. Podemos decir que la diócesis ha estado en Visita pastoral permanente. De hecho, la designación del nuevo obispo ha coincidido con los preparativos de la Visita pastoral a la Vicaría quinta. Durante estos veinte años de ministerio episcopal, el cardenal Rouco ha querido sentir al unísono con su Iglesia y vivir muy atento a sus necesidades espirituales y materiales. Ahí están los nuevos 67 complejos parroquiales construidos, los 60 renovados o restaurados y los 34 adquiridos a diversos organismos, expresión inequívoca de quien, como obispo, es llamado a edificar la Iglesia, espiritual y materialmente. Ahí están también los 395 sacerdotes diocesanos ordenados y la nueva Universidad eclesiástica de San Dámaso, hermosa herencia para el futuro.

No queremos, sin embargo, hacer un elenco de las realizaciones de su pontificado en Madrid, bien conocidas, por otra parte, por quienes viven con sentido de Iglesia y conciencia de diócesis. Queremos, más bien, dar testimonio de la razón última, personal, de su entrega como obispo. Dos palabras, muy queridas por él, lo resumen todo: comunión y misión. Dos palabras que dan también la clave del sentir de la Iglesia universal en estos últimos decenios, en los que él —con 38 años de obispo a sus espaldas— ha prestado su servicio. Su pasión por la comunión, reflejada en su lema episcopal —in Ecclesiae communione—, da razón no sólo de la predicación y defensa de la verdad de la fe, sin la que no puede edificarse la Iglesia, sino del esfuerzo constante para que la diócesis creciera en la unidad, reflejo de la comunión trinitaria, y signo de la presencia de Cristo entre nosotros. Se podría decir que no ha planificado nada que no naciera de la comunión y condujera a ella.

Su primera Carta pastoral se titulaba Evangelizar en la comunión de la Iglesia; la última, Comunión misionera, gozo del Evangelio. Vivir codo a codo con el cardenal Rouco ha supuesto participar de su afán misionero. Misión universitaria, misión popular, misión juvenil —incluida la Jornada Mundial de la Juventud—, Misión Madrid: son acciones pastorales que revelan la inquietud por llevar a otros la fe, el conocimiento de Cristo, la llamada a ser Iglesia. La comunión, o es misionera, o no es. Esta convicción, como la permanente invitación a hacer apostolado, afloraba siempre en sus labios a la hora de programar un curso, o de dar rienda suelta a la creatividad en las iniciativas evangelizadoras. ¡Cuántas veces se ha quejado cariñosamente de que la palabra apostolado ha sido demasiado olvidada! ¡Y cuántas veces ha recordado que todo en la Iglesia va dirigido a la salvación de las almas! Y no sólo por citar, como buen canonista, el último canon del Código de Derecho Canónico, sino por esa convicción de pastor que, como enseña Cristo, va en busca de la oveja perdida. El cardenal Rouco nunca ha pensado en una Iglesia autocomplaciente, contenta con lo ya realizado, o con los que ya viven en su seno. Ha querido una diócesis misionera, que ofrece el tesoro de la fe, Cristo mismo, porque sabe que sólo Él puede dar al hombre la felicidad que ansía.

Éste es el secreto de su entrega y del carácter siempre positivo de su propuesta evangelizadora. No es un pastor pesimista, ni escéptico sobre la capacidad que el hombre tiene para acoger el Evangelio. Sus certeros análisis sobre la situación actual de la sociedad y de la Iglesia van dirigidos a despertar en sus colaboradores directos y en sus diocesanos la imaginación para acertar en los caminos de la evangelización y llegar al corazón del hombre que se cruza en nuestro camino. Dicho de otro modo: no es un estratega de la evangelización; es un pastor convencido de que el Evangelio es gozo para el hombre y fuente inagotable de libertad y de amor. De esa alegría serena también él nos ha dado testimonio vivo, cuando ha tenido que sufrir, como parte de la cruz que el obispo comparte con Cristo, críticas, incomprensiones, maledicencias, e incluso orquestadas campañas contra su persona, alguna todavía en estas últimas semanas. Se trata, en realidad, de la oposición que ha de sufrirse a causa del anuncio valeroso del Evangelio, que es signo de contradicción para el mundo. Por todo ello, damos gracias a Dios, y al cardenal Rouco, por haberle podido ayudar, con nuestras personas y tareas encomendadas por él, en su servicio a la archidiócesis de Madrid, siendo muy conscientes de que los lazos esenciales que nos unen por el episcopado no se rompen por ninguna despedida.

+ Fidel Herráez Vegas
+ César Franco Martínez
+ Juan Antonio Martínez Camino