Monseñor Martínez Camino: «Ha gozado de una autoridad ampliamente reconocida» - Alfa y Omega

Monseñor Martínez Camino: «Ha gozado de una autoridad ampliamente reconocida»

El obispo auxiliar de Madrid monseñor Juan Antonio Martínez Camino, secretario general de la CEE entre 2003 y 2013, ha sido un testigo privilegiado de la labor del cardenal Rouco al frente del episcopado español. Le describe como «un hombre de diálogo» en sus relaciones con los poderes públicos, en circunstancias a veces muy complejas, que ha tenido siempre claro que «la Conferencia Episcopal es un órgano de comunión que no está por encima de los obispos, sino a su servicio»

Ricardo Benjumea
El cardenal Rouco preside la Plenaria de la CEE, en su último mandato, junto al Secretario, monseñor Martínez Camino, y el Vicepresidente, monseñor Blázquez

Nadie había estado cuatro mandatos al frente de la CEE, excepto el cardenal Rouco. ¿Qué cree usted que explica tanta confianza de los obispos en él?
Efectivamente, el cardenal Rouco fue elegido presidente por primera vez en 1999 y reelegido en 2002. Volvió a ser elegido en 2008 y reelegido en 2011. En total, ha estado doce años al frente de la Conferencia Episcopal Española como presidente. En los casi cincuenta años de existencia de este organismo, nadie había obtenido tantas veces y por tanto tiempo la confianza de los obispos: ¡más de una quinta parte de todo el tiempo de vida de la Conferencia! ¿Por qué? Yo no me atrevo a presentar una razón inapelable. De lo que no cabe duda es de que ha gozado de una autoridad ampliamente reconocida. Porque los obispos votan en secreto y con absoluta libertad. No se dejan presionar. Cuando fue elegido por primera vez, en 1999, llevaba ya veintidós años de obispo: era, por tanto, bien conocido, en particular, por los servicios que había prestado a la Conferencia con su trabajo pionero desde la Junta Episcopal de Asuntos Jurídicos, cuya creación había sido impulsada por él. Su visión histórica de los problemas; su gran formación canónica y teológica, unida a su experiencia pastoral; su juicio ponderado y su acierto en la propuesta de soluciones justas y compartidas; así como su tino y buen humor en la conducción de las reuniones son otras tantas razones que pueden haber suscitado la extraordinaria confianza que los obispos pusieron en él. A lo cual cabría añadir su admiración por san Juan Pablo II y su plena sintonía con él.

En su último discurso como presidente, el cardenal habló de la necesidad de replantear el papel de las Conferencias Episcopales, que son realidades relativamente recientes. ¿Cómo ha entendido él su papel?
Más que de replantear, habló de «avanzar en su organización interna y en la eficacia del servicio que presta y que está llamada a prestar». Y, en concreto, se preguntaba: «¿Será necesario renovar de nuevo los Estatutos (de la Conferencia) en la línea de una mayor participación de todos sus miembros?». Creo que esta inquietud deriva de que el cardenal Rouco tiene muy claro que la Conferencia es un órgano de comunión que no está por encima de los obispos, sino a su servicio. Está convencido de que la Conferencia debe ser una ayuda para que los obispos puedan ejercer mejor su ministerio en sus respectivas diócesis, que es donde en realidad se juega la evangelización, cerca de las personas y de las comunidades eclesiales.

¿Cómo cree que ha evolucionado la propia Conferencia bajo sus mandatos?
Fueron años en los que se tomaron decisiones importantes, como, por ejemplo, la publicación de una Instrucción sobre el terrorismo, sus causas y sus consecuencias, del año 2002. O la Instrucción sobre los problemas doctrinales que han obstaculizado la evangelización en los últimos decenios, publicada en 2006, al comienzo del primer trienio de Presidencia de monseñor Blázquez, pero programada y preparada en el marco del gran examen de conciencia que la Conferencia hizo, por iniciativa del cardenal Rouco, después del Jubileo del año 2000. Lo interesante es que ésas y otras muchas decisiones nada fáciles, que no fueron escamoteadas, lejos de comprometer la unidad de los obispos la reforzaron o, al menos, la mantuvieron. Baste un dato al respecto: si la importante Instrucción de 1972, La Iglesia y la comunidad política, que aplicaba la doctrina del Concilio al respecto a la situación de España, fue adoptada con 20 votos en contra, la Instrucción de 2002 sobre el terrorismo sólo tuvo ocho votos negativos; y la de 2006, Orientaciones morales ante la situación actual de España, que afrontaba de nuevo al cuestión de los nacionalismos y otros asuntos delicados, no tuvo más que seis votos en contra.

Don Antonio saluda a los reyes don Juan Carlos y doña Sofía, en el funeral por las víctimas del 11M

En el trato con los demás obispos y con el personal de la CEE, ¿cómo describiría usted los años del cardenal Rouco?
Fueron años de tranquilidad y de bonanza. El cardenal no se inmiscuía en las responsabilidades de cada uno, estando, eso sí, atento a cumplir con sus propias obligaciones de presidente, que estatutariamente se reducen a ejercer un papel de moderador y de concitador de voluntades. En los últimos años, a medida que se acercaba el final de su mandato, imperado por el Derecho, se comenzaron a notar ciertos movimientos internos de opinión motivados, como es natural, por la preocupación compartida por el futuro. Su trato es exquisito, muy amable y también muy previsible, porque es una persona de convicciones claras y razonadas. Todo ello contribuyó al buen ambiente y a la paz.

Estos años serán recordados por importantes documentos, que suponen también, en cierto modo, una forma más incisiva de presencia pública de la Iglesia en la sociedad y abordan, a veces, temas de absoluta actualidad, como el terrorismo. ¿Qué documentos destacaría usted?
Ya he hecho referencia a dos Instrucciones muy importantes que tratan del terrorismo y de los nacionalismos. Sobre todo la de 2002 quedará como un documento de referencia sobre esa temática. Pero también son de gran trascendencia, por lo que toca al impulso profético de la Conferencia a la reflexión sobre las bases de la convivencia social, dos Instrucciones sobre la familia. Me refiero a la de 2001, La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, y a la de 2012, La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar. Creo que estos documentos son clarividentes en el diagnóstico del más hondo desafío cultural al que la Iglesia en España ha de responder en su empeño por la nueva evangelización. No me extrañaría nada que la atención pastoral que el cardenal Rouco ha prestado siempre a este desafío sea una de las causas de la persecución política y mediática que ha padecido, en particular, en estos últimos años. Pero ahí están los frutos, abiertos al juicio ponderado de quien desee verlos y de la Historia.

Cuatro presidencias de la CEE; tres Gobiernos de España con características muy distintas; tiempos de dificultades no pequeñas en las relaciones Iglesia-Estado (Guerra de Irak, agenda social individualista y laicista de Rodríguez Zapatero, crisis económica, etc.) ¿Qué destacaría usted del modo en el que el cardenal Rouco ha sabido pilotar la Conferencia Episcopal en estas circunstancias, a veces tan complejas? ¿Qué momentos -para lo bueno o para lo malo- destacaría usted en las relaciones con el Gobierno de la nación?
El cardenal Rouco es un hombre de diálogo. Siempre ha estado dispuesto a hablar con todos los responsables políticos de nivel nacional, autonómico o municipal. Ha invitado con cierta frecuencia a su mesa a todos ellos, sin diferencias de ideologías, y ha procurado siempre resolver los problemas y los posibles desacuerdos a través de los cauces institucionales de diálogo, que los hay. Le ha dado mucha importancia al trato con las personas, al conocimiento directo de sus opiniones y de sus planteamientos y a la confianza en la buena fe de los interlocutores, que él da por supuesta casi siempre, tal vez —digo yo— con demasiado optimismo.

Naturalmente, el diálogo sólo es realmente posible cuando los que hablan tienen algo que decirse y comparten algunos legítimos intereses comunes. El cardenal Rouco no ha dudado de que la Iglesia y la sociedad española tienen muchos intereses comunes y muchas nobles metas que perseguir juntos. Como buen canonista y teólogo, sabe que es necesario distinguir entre Iglesia, sociedad y Estado y que la mezcla o la confusión de esos tres ámbitos diversos no puede traer nada bueno para la justicia y la paz. Pero sabe también que la separación radical de ellos tampoco es en absoluto deseable. En definitiva, el cardenal Rouco ha procurado, con inteligencia y con afabilidad, que se cumpliera la máxima de Jesús que está en la base del desarrollo de Occidente por los caminos de los derechos humanos y de la organización democrática de las sociedades: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Don Antonio con los actuales monarcas, don Felipe y doña Letizia

Por eso, paradójicamente, a pesar del espíritu de concertación y de diálogo, no han faltado momentos de tensión, de todos conocidos; como, por ejemplo, las duras críticas del vicepresidente del Gobierno de Aznar, don Mariano Rajoy, cuando la Conferencia Episcopal no creyó oportuno suscribir, como un actor político más, el llamado pacto antiterrorista, en el año 2001; o las no menos duras críticas del Gobierno de Zapatero por la defensa de los derechos de la familia y de los que van a nacer, que tuvo su ápice en el año 2007, con motivo del encuentro de oración del día de la Sagrada Familia.

Momentos especialmente satisfactorios de colaboración se dieron con ocasión de las visitas de Juan Pablo II, en 2003, y de Benedicto XVI, en 2011.

En efecto, este período ha coincidido también con tres pontificados, y con importantes visitas de dos Papas a España. ¿Cómo ha ido recogiendo la Conferencia Episcopal las orientaciones y prioridades marcadas por los Papas, tanto las de tipo general, como las específicas para España?
Como ya he indicado, el cardenal Rouco no sólo estaba en comunión jerárquica normal con san Juan Pablo II, sino que lo admiraba profundamente. Algo parecido se puede decir también de Benedicto XVI. Son, en realidad, los dos Papas con cuyos pontificados coinciden sus mandatos como Presidente de la Conferencia, porque el Papa Francisco llega a la sede de Pedro cuando ya hacía casi dos años que el cardenal había presentado su renuncia a Benedicto XVI y apenas le quedaba un año como Presidente. De todos modos, el hecho de que, en 2004 —antes de que nadie pensara ni de lejos en que iba a ser Papa—, hubiera invitado al cardenal Bergoglio a dar ejercicios espirituales a los obispos españoles, pone también de manifiesto el gran aprecio que tiene a la persona del Papa Francisco.

La Conferencia, como cada uno de los obispos, no ha tenido dificultad ninguna para secundar las orientaciones de los Papas. Es más, el primer Plan pastoral de la Conferencia se redactó en 1983, con motivo de la primera visita de san Juan Pablo II a España. El cardenal Rouco ha repetido en privado y en público que aquella visita y aquel Plan pastoral fueron decisivos en la orientación de su trabajo posterior como obispo, y también como Presidente de la Conferencia. Se trataba de retomar la obra de la evangelización, es decir, la misión de la Iglesia, con nuevo ímpetu y con renovada esperanza. Es verdad que hay que reconocer nuestros fallos y pecados y, en particular, aquellos por los que la vida interna de la Iglesia ha sufrido detrimento en estos últimos decenios; de ahí la necesidad de un examen de conciencia confiado y verdadero. Pero también es verdad que, como puso de manifiesto el Gran Jubileo del año 2000 y otras acciones apostólicas, como las Jornadas Mundiales de la Juventud, Jesucristo vive en su Iglesia y los hombres de nuestro tiempo no están menos deseosos de encontrarse con Él que los de generaciones pasadas.