El juicio de Dios - Alfa y Omega

El juicio de Dios

Mucha gente me ha manifestado que, en la distancia corta, el cardenal era una persona muy distinta de la que mostraba la prensa o la televisión. ¡Cuántas veces!, visitando enfermos de sida terminales, o con personas en pobreza extrema, y viendo yo primeras portadas en los diarios, él me recordaba: «Juan Pedro, recuerda que el único juicio justo es el de Dios, no el de los hombres»

Juan Pedro Ortuño
Don Antonio visita el madrileño poblado de chabolas de la Cañada Real. Le acompaña el Delegado de Cáritas Madrid

Han sido más de quince años los que he convivido cerca del cardenal don Antonio María. He descubierto, tal y como él me animó, la manera de servir a la Iglesia, y no servirme de ella. Podríamos hablar de la inteligencia de don Antonio, de su capacidad de discernimiento, de su juicio, su prudencia, o su prodigiosa memoria. Más allá de todas estas cualidades, sin embargo, hay una que ha permanecido oculta ante muchos, sobre todo ante los ojos mediáticos -¡muchas falsedades hemos leído últimamente en algunos medios escritos!-; y esa cualidad no ha sido otra sino la de su humanidad, aprendida en el Evangelio: identificarse con los sentimientos de Cristo Jesús, tal y como pedía san Pablo.

Mucha gente me ha manifestado -en tantas visitas a parroquias madrileñas- que, en la distancia corta, el cardenal era una persona muy distinta de la que mostraba la prensa o la televisión. Llevo años trabajando en la Delegación de Medios de comunicación del Arzobispado de Madrid, y ha sido infructuosa la lucha por mostrar esa realidad escondida de su personalidad. Más allá de escrúpulos, el cardenal me recordaba, una y otra vez, que uno de sus propósitos, al ser llamado al episcopado, era «defender la libertad de la Iglesia». Esta defensa, en ocasiones, exige estar enfrentado a lo políticamente correcto y, eso, desde luego, no resulta vendible mediáticamente.

¡Cuántas veces!, visitando enfermos de sida terminales, o con personas en pobreza extrema, o abrazando el sufrimiento de muchos cara a cara; y viendo yo, en cada una de esas situaciones, primeras portadas en los diarios, él me recordaba que esos momentos eran insinuaciones del mismo Cristo que, desde la Cruz, salía a su encuentro. «Juan Pedro, recuerda que el único juicio justo es el de Dios, no el de los hombres». Todo ello, sin olvidar donativos personales por él realizados -a pesar de la escasez de recursos- sin alardes mediáticos.

Confundimos la auctoritas con la potestas. A nuestro Señor la gente le distinguía como alguien que hablaba con autoridad. Sus palabras y sus maneras, en ocasiones tan poco políticamente correctas, emanaban una verdad que atraía como un imán. Don Antonio María ha ejercido una auctoritas durante todo su episcopado que, junto a sus muestras de cariño, no ha escatimado en gestos, y eso ha comportado respeto y admiración en sus interlocutores. La autoridad no es realizar el poder sin más, sino gobernar con prudencia, fortaleza, justicia y templanza. Ésta, como aseguraba Platón, «desde la razón, fortalece las emociones, corrige los deseos, y se orienta a un bien mayor». Y cuando esas virtudes vienen animadas por el amor a Dios, se da un crecimiento en el nivel sobrenatural que busca la confianza en la gracia y providencia divinas. Esa experiencia, en la vida de don Antonio María, ha sido una constante de la que he sido testigo privilegiado.

Tampoco han destacado los medios de comunicación su profundo anhelo hacia la vida contemplativa. Cuando tiene ocasión, en su apretada agenda, visita monasterios de clausura. Allí pasa largos ratos de conversación -he sido testigo de ello-, en los que sólo habla de Dios. Me atrevo a decir que es un verdadero alimento espiritual para su alma. Recuerdo, en una de esas ocasiones, al salir de la clausura, que fuimos en silencio largo rato; al fin, habló: «Miraba a los ojos de esas monjas, y veía el cielo, entonces me dije: Antonio, ¡eres un gran pecador!».

La Iglesia en Madrid termina un gran pontificado con el cardenal Rouco Varela, donde fuimos llamados a vivir en comunión con él. Ahora, comienza una nueva etapa, donde los madrileños, a partir del 25 de octubre, seremos llamados a vivir en comunión con don Carlos Osoro. Es el verdadero deseo del cardenal arzobispo emérito de Madrid.

Por cierto, estas letras no las conoce don Antonio. Me habría prohibido publicarlas. ¿Pudor?, ¿vergüenza?… Tan sólo que la gloria y el juicio de Dios brille. Lo demás, carece de importancia.